Desde los orígenes del cine, los pioneros cinematográficos habían intentado fusionar las imágenes y el sonido en un todo, aunque sin el éxito de esta película, en la que la mayoría de los diálogos se insertaron en los habituales intertítulos de la época muda. En un primer momento, Edison intentó combinar dos de sus inventos, el fonógrafo y el kinetoscopio, para dar forma al kinéfono, pero, al igual que Pathé o Gaumont, se topó con varios inconvenientes, uno de ellos residía en la ausencia de amplificadores de sonido, lo que impedía que este se escuchara en una sala repleta de gente. Este problema se resolvió gracias al triodo inventado por Lee De Forest en 1906, de cuya evolución se obtuvo un amplificador que posibilitó una acústica acorde para las salas cinematográficas; dando pie a la que hoy se considera la primera película sonora: Far from Seville (1923), un film de unos diez minutos de duración. Sin embargo, por aquel entonces, parecía que a nadie le interesaba invertir en un proyecto que la Warner Brothers asumió hacia la mitad de la década de 1920, cuando, ante la posibilidad de su quiebra financiera, se asoció con la Western Electric para desarrollar un sistema audiovisual en el que ninguno de sus competidores creía, ya que estos tenían el convencimiento de que el cine mudo era un entretenimiento universal que no necesitaba del sonido para atraer y conectar con el público. De aquellas investigaciones surgió Vitaphone, que sincronizaba los discos con el proyector, dando pie a la aparición del sonoro y al fin de la universalidad de las películas, ya que los diálogos estarían en idiomas que muchos espectadores no comprenderían, lo cual deparó el nacimiento de varias versiones de una misma producción, para su distribución en mercados internacionales, y posteriormente el uso de subtítulos y del doblaje. Pero de regreso a El cantor de Jazz, decir que, además de ser el primer largometraje hablado, destaca por ser el origen del musical, género por excelencia durante los primeros años del sonoro, y por estas dos razones la película de Crosland se ha ganado un puesto dentro de la Historia del Séptimo Arte, algo que Sam Warner, su máximo impulsor, no llegó a ver, porque falleció el día antes de su estreno en Nueva York. Años después se rodarían nuevas versiones del drama de Jakie Rabinowitz, una de ellas en 1952 a cargo de Michael Curtiz y otra en 1980 bajo la dirección de Richard Fleischer y con el cantante Neil Diamond como protagonista, aunque ambas carecen del interés de esta primera incursión en el cine hablado o, por lo que se escucha, cantado.
viernes, 27 de noviembre de 2015
El cantor de Jazz (1927)
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