<<El cine me ha proporcionado muchas decepciones, muchos sinsabores, pero las alegrías que le debo sobrepasan ampliamente las miserias. Si tuviera que empezar de nuevo, haría cine>>
(Jean Renoir. Mi vida y mi cine)
Hijo del famoso pintor impresionista Pierre-Auguste Renoir, hermano del actor Pierre y del ceramista Claude, el joven Jean Renoir descubrió el cine a través de Charles Chaplin, a quien descubrió en la gran pantalla después de que una bala le alcanzase la pierna durante la Gran Guerra. Desde aquel momento, el cine de "Charlot" se convirtió en uno de sus placeres, llevándole a buscar más cine realizado en Hollywood. Así conoció a David Wark Griffith, a quien, años después, durante su exilio americano, sí conocería en carne y hueso. El interés de Renoir por el cine coincidía con el de su mujer Andrée Heuschling, a quien pretendía convertir en una estrella, y para ella escribió y produjo, al lado de su amigo Pierre Lestringuez, el film Catherine, una vida sin alegría (1924), que finalmente sería dirigido por Albert Dieudonné. Aunque esta película no fue su debut en la dirección, ni siquiera se estreno comercialmente, sí le sirvió como primer contacto con el medio artístico en el que durante décadas destacó entre los más grandes. Su brillante trayectoria cinematográfica puede dividirse en cuatro etapas: el periodo mudo, el sonoro francés de la década de 1930, su estancia en Hollywood en los cuarenta y su retorno a Francia para desarrollar la parte final de su carrera artística, compuesta por títulos inolvidables e imprescindibles para cualquier aficionada y aficionado al cine. Renoir como tantos otros ilustres cineastas, conscientes de que hablaban a través de sus obras, presentó a lo largo de sus películas inquietudes filosóficas que reflexionan sobre la condición humana, pero, al tiempo, también se dedicaba a experimentar con las imágenes en busca de nuevas maneras de transmitir las sensaciones y emociones que formaban parte de su filosofía vital. A excepción de Marquitta (1927), del periodo mudo se conservan todas sus películas, entre ellas Naná (1926), su primera adaptación de una obra de Emile Zola, o La cerillerita (1928), sobre un cuento de Hans Christian Andersen. Pero no sería hasta la entrada del sonoro cuando asomó el verdadero talento del cineasta francés, en películas como La golfa (1931) (Fritz Lang realizaría en 1940 otra adaptación del texto de Fouchardièrard en Perversidad), Boudu, salvado de las aguas (1932), comedia que enfrenta al yo socializado con el instintivo, Toni (1934), precursora del neorrealismo italiano, Una partida de campo (1936), brillante y breve comedia que reúne parte de la filosofía del realizador, El crimen del señor Lange (1936), film en el que se observa una advertencia sobre el peligro del auge del fascismo, Bajos Fondos (1936), basada en la obra de Máximo Gorki que años después también llevaría a las pantalla Akira Kurosawa, La gran ilusión (1937), obra cumbre del cine pacifista y del cine en general o La bestia humana (1938), magnífica adaptación de otra obra de Emile Zola y una de las cimas del realismo poético francés (años después Fritz Lang haría su versión en Deseos humanos). Mención especial merece La regla del juego (1939), una obra maestra incomprendida en su tiempo, que fue prohibida y de la que por fortuna se pudo recuperar una copia, lo que permitió que años después fuese reestrenado y en la actualidad disfrutada como uno de sus mejores largometrajes. Esta producción cerró su periodo francés anterior a la Segunda Guerra Mundial, ya que, opuesto a los totalitarismos, rechazó al gobierno colaboracionista del general Pétain, y abandonó Francia. Primero hizo escala en Italia, donde permaneció el tiempo suficiente para colaborar en el rodaje de Tosca (Carl Koch, 1940), para luego exiliarse al otro lado del Atlántico y buscarse la vida en los estudios de Hollywood, donde, como otros realizadores europeos en el exilio, no encontró su lugar. Aún así realizó las excelentes Aguas pantanosas (1941), basada en un guión de Dudley Nichols, Esta tierra es mía (1943), su conocido alegato contra la ideología nazi, El hombre del sur (1945), para muchos su mejor film americano, Memorias de una doncella (1946) y Una mujer en la playa (1947), una película que sufrió numerosos cortes y que a la postre fue su última aportación a la industria cinematográfica estadounidense. Antes de regresar a su país de origen Renoir se detuvo en la India donde, con capital británico, rodó El río (1950), en la que contó con un joven curioso de nombre Sajyajit Ray, que posteriormente se convertiría en el director más conocido y representativo del cine bengalí. A buen seguro, como años atrás había hecho Jacques Becker, Ray tomaría nota de su breve contacto con el realizador francés. Tras esta experiencia en la India regresó a su tierra natal para continuar rodando, y lo hizo con un título magistral, La carroza de oro (1952), al que seguirían French Cancan (1954), Elena y los hombres (1956), El testamento del dr. Cordelier (1959), La comida sobre la hierba (1959) o El cabo atrapado (1962).
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