El gallo francés, el león inglés, el pavo turco, el oso ruso... sobre suelo europeo rumbo a Crimen son figuras animadas que Tony Richardson introduce en los créditos de La última carga (The Charge of the Ligh Brigade, 1968). Las alía, las enfrenta y señala la guerra a desarrollar a continuación, después de que las animaciones hayan cumplido su cometido de representar y presentar a los distintos países en lid y a los nombres de los equipos artístico y técnico. Pero su función principal consiste en enfatizar el tono caricaturesco que nunca abandona la sátira pretendida por Richardson, una que establece distancias respecto a las formas de Mirando hacia atrás con ira (Look Back in Anger, 1959) o La soledad del corredor de fondo (The Loneliness of the Long Distance Runner, 1962). Aquí, ya mitigada la fiebre del joven airado del free cinema, Richardson emplea la figura del rebelde solitario para ajustarla al sistema militar donde asume ser parte del mismo, aunque exhiba o alardee su rechazo a la incompetencia de sus superiores, quienes, a su vez, le rechazan por su no pertenencia de clase. Pero en La última carga el protagonismo no recae en un solo personaje desorientado, o uno que se enfrenta a lo establecido, sino en un reparto coral que da cabida a hombres y mujeres a cada cual más patético, en su caricatura, que el anterior. En su sátira de la guerra de Crimea, el responsable de El animador (The Entertainer, 1960) no ahonda en la intimidad de los personajes, ni pretende que sea una herida interna la que condicione los comportamientos. Richardson asume un cine narrativo y un hecho histórico para desarrollar su burla y su discurso crítico. Así, el cineasta británico coge de la historia el mismo momento que Michael Curtiz expuso al final de La carga de la brigada ligera (The Charge of the Light Brigade, 1936), pero, donde aquel primó el heroísmo, la mitología y la épica al más puro estilo hollywoodiense, el realizador británico destroza el mito con la burla y, mediante esta, muestra una realidad castrense, imperialista y bélica, inexistente en la película de Curtiz. Ya no se trata tanto de exponer la realidad del ejército británico en 1854, sino la institucionalizada más allá de un tiempo concreto, aquella contra la que se rebelan sus jóvenes airados de Mirando hacia atrás con ira y La soledad del corredor de fondo. Desde estas, el cine de Richardson había evolucionado en su forma, de igual modo que lo hizo el de Lindsay Anderson cuando este realizador introdujo a un alumno explosivo dentro del sistema educativo de If... (1967), para destruirlo desde dentro. Richardson hacia lo propio en el ejército para evidenciar la rigidez, la improductividad y el sinsentido clasista, racista, intolerante y defensor del despropósito que se contempla durante todo el metraje, y que alcanza su máxima expresión de idiotez e incompetencia en su parte final, cuando se muestra la carga de una brigada ligera que, en manos del realizador, podría ser cualquier cosa menos heroica y épica. Podría ser tanto cómica como aterradora, puesto que en ambos casos apunta a la incompetencia y total ausencia de cambio, como dice el Lord de la Guerra (John Guielgud), el día que Inglaterra tengo su ejército en manos de hombres que sepan muy bien lo que hacen, estará acabada...
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