domingo, 15 de julio de 2012

Munich (2005)


Los crímenes nazis durante la Segunda Guerra Mundial, en concreto me refiero al exterminio de millones de judíos, provocó que los supervivientes y el resto de quienes formaron el estado de Israel decidieran no pasar una. De modo que crearon un ejército moderno, compuesto de fuerzas visibles e invisibles, se hicieron fuertes y enviaron mensajes internacionales: en 1956 demostró su poderío bélico alcanzando el Sinaí y ya en la década siguiente obtuvo un gran éxito mediático en la caza de los nazis fugados, cuando atrapan a Adolf Eichmann en Argentina y celebran uno de la juicios más mediáticos del siglo XX. Más que se justifica, se trataba de lanzar una advertencia, algo así como que el pueblo hebreo no va a permitir que vuelvan a pisotearle; al menos no sin devolver el golpe por triplicado. Y así ha sido desde entonces, ya fuese en acciones de defensa o de ataque directo o encubierto. Una afirmación de esta política aconteció después de los juegos Olímpicos de Múnich, en 1972, tras el atentado sufrido por la delegación israelí, que fue atacada por el grupo terrorista palestino “septiembre negro”. En la sombría Múnich (2005), Steven Spielberg recrea aquel instante en los juegos para centrase en exclusiva al grupo de agentes israelíes encargados de vengar el ataque, tras las represalias que no repercuten mediáticamente. Los líderes, con la primera ministra Golda Meir a la cabeza, asumen que ellos son los civilizados y que están legitimados a ejercer la fuerza aunque esta se lleve fuera de la legalidad. Así, para vengarse, crean un grupo clandestino que oficialmente nada tiene que ver con el servicio secreto israelí, pero que obedece a los objetivos del gobierno. Lo cual choca, pues si se creen legítimamente justificados, ¿por qué ocultarse en las sombras? La respuesta, una de ellas, es que también son terroristas; es decir, asumen el terror como su principal medio…


El hasta la fecha inacabable conflicto judío-palestino tiene uno de sus momentos más mediáticos y dramáticos durante la celebración de las Olimpiadas, cuando miembros de Septiembre Negro se introducen en la villa olímpica y secuestran a once representantes del equipo olímpico israelí, siendo todos ellos asesinados horas después. Esta situación sirve de arranque para
Munich, aproximación cinematográfica a los hechos que siguen a dicho atentado y cómo estos afectan a los cinco hombres que ya no trabajan para el Mossad, aunque lo hagan, porque dejan de existir en el momento en el que aceptan la misión clandestina que les aparta de sus hogares, de sus familias y de sí mismos. Avner (Eric Bana) elige entre su deber hacia Israel y su amor por su familia, abandonando a su esposa (Ayelet Zurer), a punto de dar a luz, para lanzarse a la busca y eliminación de once miembros de la organización Septiembre Negro, de quienes nada sabe, salvo que deben ser ejecutados en suelo europeo.


El objetivo de esta vendetta sería lanzar un mensaje, con el que se pretende comunicar que el pueblo judío no está dispuesto a rendirse, y quienes osen atacarlo pagará cara dicha osadía. Avner no es un agente de campo hasta que se reúne con los miembros de su grupo: Steve (Daniel Craig), Carl (Ciaran Hinds), Robert (Mathieu Kassovitz) y Hans (Hanns Zischler), quienes como él han elegido porque creen hacer lo correcto, pensamiento que empieza a flaquear a medida que la misión se cobra a sus primeras víctimas. Los objetivos son localizados gracias al acuerdo comercial con Louis (Mathieu Amalric) y la empresa para la que trabaja, la cual proporciona los nombres y la ubicación de los hombres que Avner y los suyos deben eliminar. Esa misma lucrativa y amoral empresa (nunca se muestra fiable, porque trabaja para cualquiera que pueda pagar sus servicios) crea recelos dentro del equipo, en el que cada uno tiene su propia visión de los hechos, acordes con sus personalidades, como se muestra en Carl, que parece más reflexivo a la hora de pensar en términos de correcto o incorrecto. En contraposición a este personaje se encuentra Steve, quien parece totalmente convencido de lo que hacen y por qué lo hacen, ya que lo único que debe importarles es Israel. Por su parte, Avner acepta su papel convencido de que su misión es necesaria para la seguridad de la nación, pero no es elegido por ese motivo, sino porque quienes le eligen son conscientes de que no cometerá matanzas innecesarias o atentará  contra inocentes, cuestión que se confirma en la detonación de la primera bomba, pero que no siempre se puede cumplir, ya que para acabar con los terroristas se han convertido en terroristas.


El planteamiento realizado por
Spielberg expone dos conflictos: el externo —enfrentamiento entre palestinos e israelíes— y el interno, que crece a medida que se producen las muertes, aumentando la sensación de duda dentro de ese grupo clandestino, que parece volverse más insensible con cada atentado. La situación de estos hombres les aísla, y les plantea el problema ético de si es o no correcta la labor que llevan a cabo, para qué y para quién, así pues, su postura inicial de creer que realizan algo loable, se convierte en una obligación que les supera y que les aleja de la razón que creían poseer antes de iniciar su cacería, en la que prescinden de la idea moral del bien y del mal, porque en su situación, ésta ha perdido parte de su sentido, realidad que conlleva más dudas, miedos y más violencia que nada arregla. Munich no se centra en los hechos acaecidos en la ciudad bávara durante los juegos de 1972, cuestión abordada por William A. Graham en 21 horas en Munich (21 hours at Munich), sino que toma ese terrible atentado como punto de partida para enfocar el conflicto palestino-israelí como un sinsentido que no acabará mientras se utilicen métodos de terror y represión, porque éstos sólo producen más odio, lo cual acarrea la continuidad de una situación en la que nadie gana, y en la que todos pierden, realidad que también afecta a Avner, porque él también pierde, inicialmente a su familia y de manera definitiva su inocencia, su fe en hacer lo correcto y la certeza de tener un hogar (nación) por el que sacrificarse y adonde regresar, pero al menos comprende que de seguir por el camino marcado, el conflicto nunca tendrá fin.

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