Esperanza y gloria (1987)
En 1987 tres directores tan distintos como interesantes estrenaron tres producciones ambientadas durante la Segunda Guerra Mundial, pero ese no fue el único rasgo común, ya que en las tres el protagonismo recayó en un niño. Esperanza y Gloria (Hope and Glory, 1987), el film realizado por John Boorman, se aleja de la perspectiva mostrada por Louis Malle en Adiós, muchachos (Au revoir, les enfants, 1987), ambientada en un colegio francés durante la ocupación alemana, y de la expuesta por Steven Spielberg en El imperio del sol (Empire of the Sun, 1987); cuyo pequeño protagonista vive su pérdida de inocencia dentro de un campo de concentración japonés. Para Billy (Sebastian Rice-Edwards), el niño de Esperanza y Gloria, la guerra no es la pérdida de la inocencia que se observa en los dos protagonistas de las otras dos películas citadas, aunque él también observa el comportamiento de quienes le rodean. Para Bill el tiempo de guerra se convierte en una especie de periodo vacacional que le permite experimentar situaciones y emociones impensables fuera del caos en el que se convierte su cotidianidad. Billy deambula de aquí para allá con sus nuevos compinches, niños que, como él, se divierten jugando a la guerra, entrando en las casas destrozadas por las bombas, donde se hacen con un botín de balas y de metralla que se esconde entre los escombros. El pequeño no alcanza a comprender en su verdadera magnitud el drama bélico que le rodea, aunque experimenta aspectos de la vida que, hasta ese momento, desconocía: el racionamiento o falta de alimentos; el alejamiento de un padre (David Hayman) que se alista en el ejército, porque cree que es su deber; el despertar sexual o la idea de la muerte, que todavía no tiene un significado pleno en un niño de siete años, que la descubre cuando muere la madre de Pauline (Sara Langton) (una niña del vecindario) durante un bombardeo. John Boorman no solo se centró en la figura de Bill, que sería una recreación de su propia infancia, sino que generalizó la historia al resto de su familia, porque éstos formarían parte fundamental de sus recuerdos.
En un primer momento, Esperanza y gloria muestra el drama que afecta a todo el país, en particular a esa familia. Los hombres se alistan, las estaciones de trenes se encuentran atestadas de niños que son enviados al campo o a lugares más lejanos y, supuestamente, seguros, como por ejemplo: Australia, inicialmente, el destino de Bill y Sue (Geraldine Muir), la pequeña de la familia; sin embargo, en el último momento, Grace (Sarah Miles), la madre, cambia de idea, decisión que permite que Bill y Sue se queden en Inglaterra y descubran parte del significado del drama bélico y de la vida, porque allí donde miran observan destrucción, pero también aventura, esperanza y vida, cuestión que se descubre en la actitud de los pequeños, en la estancia en casa de los abuelos o en la relación de Dawn (Sammi Davis), la hermana mayor, y Bruce (Jean-Marc Barr), un soldado canadiense a quien no se quiere atar, pero de quien acaba enamorándose. La ruptura entre Dawn y Bruce, la destrucción de la ciudad, la muerte de la madre de Pauline o la amenaza constante de bombardeos, produce una sensación dramática que se diluye gracias al humor y a las situaciones creadas entorno a los personajes, sobretodo cuando, después del incendio del hogar de Bill, la familia se traslada al campo, donde, a pesar de pasar hambre, la presencia de la guerra desaparece casi por completo. Alejados de la ciudad, el abuelo (Ian Bannen) cobra un protagonismo especial al mostrar una personalidad que sorprende y gusta al pequeño Bill, quien nunca disfrutaría tanto como durante aquella época de esperanza y gloria, que se prolongaría gracias al impacto de una bomba que todos los alumnos del colegio celebran como si se tratase del acontecimiento más feliz de sus vidas, y seguramente, en aquel preciso instante, lo era, porque las vacaciones continuarían un poco más.
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