jueves, 20 de junio de 2024

La escafandra y la mariposa (2007)

Basándose en su propia vivencia, Jean-Dominique Bauby describió en su libro La escafandra y la mariposa el encierro en el que se descubrió tras varias semanas en coma. Afectado por el “síndrome de cautiverio”, le informaron, se vio preso y, como tal, ansiaba su liberación. Deseaba dejar de vivir aislado, como si una escafandra le apartase del mundo al que regresa gracias a la movilidad de su mente, similar a la de una mariposa que vuela más allá de los barrotes que no logran encerrarla. A pesar de su parálisis total, solo podía mover el ojo y el párpado izquierdo, su pensamiento y su inventiva trabajaban en plenitud y logró dictar cada palabra de su libro testimonio, el de una situación al límite de la vida, después de querer morir ante la imposibilidad en la que se descubrió tras despertar del coma. Este personaje real, que dejó su testimonio por escrito, es la inspiración y la imagen de la que bebe Julian Schnabel en La escafandra y la mariposa (Le Scaphandre et le Papillon, 2007), cuyo protagonista, como el Jean-Dominique real, se encuentra inmovilizado, atrapado en su cuerpo, aislado del mundo. Para alguien que puede oír, sentir, pensar, incluso ver, el comprender que, aparte de su ojo izquierdo, el resto de su cuerpo no puede comunicarse ni relacionarse con el exterior, resulta estremecedor y demoledor en extremo. ¿Es vida?, se pregunta mientras la imposibilidad se afianza, pues todavía no tiene en cuenta que hay algo en él muy vivo y dispuesto a volar: su imaginación y su memoria. Descubrir la movilidad de ambas le posibilita una nueva perspectiva a su cautiverio físico en un cuerpo paralizado de la cabeza a los pies. Ha sufrido un infarto cerebral, del que despierta al inicio de esta espléndida película que nos acerca la realidad y la fantasía del paciente a través de la cámara subjetiva, de la ensoñación visual y de la voz interior del personaje principal.

Jean Dominique (Mathieu Almaric) mantiene su capacidad de pensar intacta, pero es incapaz de hablar, por lo que la comunicación con el mundo exterior desaparece hasta que Henriette (Marie-Josée Cruze), la logopeda del hospital, encuentra un método con el que mantener un diálogo con su paciente. Ese primer instante, el despertar físico de Jean Dominique, lo descubre aislado; no por deseo, sino por la imposibilidad del síndrome del cautiverio que padece, del cual le informa el doctor (Patrick Chesnais) que le explica que el suyo es un caso extraño, pero que existe la esperanza. Pero ¿de qué esperanza habla?, podría responder el protagonista, en caso de poder hacerlo. Pues la realidad que vive le convence de lo contrario. La desesperanza le lleva a expresar, mediante el sistema desarrollado por la terapeuta, <<quiero morir>>, un deseo que violenta a la profesional, probablemente el enfado se deba a su educación católica —que descarta el suicidio como posibilidad aceptable—, más que por su afán de ayudar al prójimo. El deseo de Jean Dominique plantea el derecho a elegir del paciente; lo sitúa en una situación similar a la que describe José  Luis Sampedro en su libro Cartas desde el infierno. No obstante, el derecho a la eutanasia no es el tema de La escafandra y la mariposa, pues, planteado el conflicto, Schnabel lo desecha para dar prioridad a la imaginación del paciente, que decide escribir el libro que tenía pensado antes de sufrir el ataque. Así, Schnabel tiene acceso a la memoria, a la fantasía y a la realidad, mezclando los tres espacios en una película sensible, desbordante, íntima en su viaje al interior de su protagonista, cuya voz nos guía por su pensamiento y su experiencia, la cual siente como una olla a presión, pero en la que encuentra un hueco por el cual fugarse, aunque solo sean instantes fugaces. <<La olla a presión podría ser el título de la obra de teatro que quizá escriba algún día basándome en esta experiencia. También he pensado en bautizarla El ojo; y claro, La escafandra. Ya conocen la intriga y el decorado. Una habitación de hospital en la que el señor L, padre de familia, en la flor de la vida, aprende a vivir con el “síndrome de cautiverio” producido por un grave accidente cardiovascular. Ambicioso, un tanto cínico, hasta ahora ajeno al fracaso, ahora el señor L aprende a enfrentarse al desamparo. Se podrá seguir este lento cambio mediante una voz en off que reproduce el monólogo interior del señor L. Ya tengo en mente la última escena. Es de noche, de pronto, el señor L, inerte desde que se ha levantado el telón, aparta las sábanas y la manta. Se levanta de un salto, da una vuelta a la habitación, bañada en una luz irreal. La oscuridad inunda de nuevo el escenario y se oye por última vez el monólogo interior del señor L: Mierda, estaba soñando>>.



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