El núcleo familiar elegido por Tomás Gutiérrez Alea para continuar con su mirada crítica a la Cuba posrrevolucionaria —parece obvio que para él resultaba importante reflexionar y desvelar aspectos de la sociedad cubana del momento— se encierra en la finca familiar donde los Orozco que han permanecido en Cuba, bajo la guía de Sebastián (Enrique Santiesteban), se aíslan del exterior revolucionario cuando ven que los castristas se orientan hacia el comunismo. Son exiliados en su tierra, pero lo son de un modo especial; quieren serlo a lo grande y, para ello, tiran la casa por la ventana, comprando todo tipo de lujos en el mercado negro. Así pretende hacer de la villa-prisión un paraíso de consumo donde se pueda disfrutar de <<manjares y licores finos>>, entre otros lujos a los que estarían acostumbrados en la época prerrevolucionaria; a la espera de que todo vuelva a la normalidad. En un primer momento, confían en que todo regresará al orden de su gusto, pero los años pasan, el patriarca muere y la resistencia se transforma en caos, en relaciones endogámicas, en locura y lucha de clases, en miseria, hambre y autarquía…
En su cine, Gutiérrez Alea reflexionó sobre su país, sobre las promesas revolucionarias y la realidad que siguió. Lo hizo desde el ensayo cinematográfico en Memorias del subdesarrollo (1968) o desde la sátira kafkiana en Muerte de un burócrata (1966), en la que también apuntaba su cercanía a Luis Buñuel, proximidad que se hace más evidente en esta farsa que tituló Los sobrevivientes (1978) y que guarda parentesco con Viridiana (1961) y El ángel exterminador (1962) —e incluso, si me apuro, con La escopeta nacional (1977) de Berlanga en la anarquía que se apodera del espacio y del reparto coral, así como en la intención crítica de la sátira por parte del cubano y del valenciano—. Pero el surrealismo de Buñuel funciona diferente que el Gutiérrez Alea, cuya idea del encierro de sus personajes obedece a su necesidad crítica, que establece la relación entre el aislamiento voluntario que se da en la pantalla, y que depara el humor negro, por momentos surrealista, y a la situación por la que atravesaba la propia isla cubana, aislada ya no solo por el bloqueo estadounidense, sino del resto de Latinoamérica, lo que incumplía en cierto modo la promesa revolucionaria de llevar la Revolución al resto de países latinoamericanos. Y encerrados en sí mismos, tanto la familia como el poder acaban por devorarse. Como señala María Dolores Pérez Murillo en La Revolución Cubana filmada por Tomás Gutiérrez Alea (1), Los sobrevivientes <<es una crítica a la burguesía decadente y ultraconservadora, pero, paradójicamente, también se incide en el estancamiento, el aislamiento en el que ha desembocado la propia Revolución que, instalada en el poder, se hace conservadora para conservarlo>>.
(1) María Dolores Pérez Murillo: “La Revolución Cubana filmada por Tomás Gutiérrez Alea”. V Congreso Internacional de Historia y Cine: Escenarios del cine histórico. Universidad Carlos III, Madrid, septiembre de 2016.
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