<<Este drama de lucha humana revela la vida y los logros de Helen Keller.>>
<<Vengo del reino de la oscuridad. ¡El mundo es mi país… y la humanidad mi religión! Vengo en el nombre de los pueblos que luchan de todas las razas y naciones…>>
El primer entrecomillado introduce el argumento de Deliveranve (1919), que sería la última película de George Foster Platt, y el segundo corresponde a palabras expresadas por Helen Keller (1880-1968), su protagonista, a quien el film ensalza y pone de ejemplo de superación; y no es para menos, pues logró lo que muchos calificarían entonces de imposible y milagroso. Superó las tinieblas de las que habla y su mayor heroicidad fue su humanidad, su capacidad de aprender y aprehender el mundo partiendo de la desventaja de no poder ver ni oír desde la enfermedad que sufrió a los diecinueve meses. Su tesón y su entrega, su lucha por ir más allá de lo (supuestamente) posible, obtuvieron recompensa. Aprendió a leer y a escribir. Logró hablar mediante el lenguaje de signos y así, su voz, se hizo escuchar. Más adelante, se doctoraría en Arte, escribiría varios libros autobiográficos, artículos y ensayos.
Pero alguien se podría preguntar cómo lo consiguió, incluso podría haber quien la pusiera en duda, aludiendo que, con su discapacidad, no pudo escribir los catorce libros de los que es autora —y un cuento a los once años, del que se le acusó de plagio—. Presumiblemente, quien dudase de su autoría y de sus logros no habría leído ninguna de sus obras ni aportaría pruebas que corroborasen su postura. No hace mucho, hubo quienes quisieron llamar la atención sobre sí mismos y especularon tal posibilidad, la aseguraban exhibiendo su ignorancia, pues Keller dominaba el lenguaje de los sordomudos, conocía varias lenguas clásicas —griego y latín— y modernas —inglés, francés y alemán, idioma que emplearía para escribir una carta de protesta a Hitler, por la quema de los libros en 1933— y el sistema Braille. También sabía escribir a máquina, aprendió el lenguaje oral y quién sabe cuántas cosas más. Aquellas voces basaban sus sospechas en lo costoso (en tiempo) que sería para alguien en la situación de Helen deletrear sus libros a quien los escribiría en papel, aunque se olvidaron decir que ella misma escribía empleando el Braille y el dactilógrafo y que su fluidez comunicativa era similar a la de cualquiera. Pero digan lo que digan, e incluso lo aquí escrito, nada cambia que Helen fue una mujer excepcional, puesto que superó la medianía en la que nos encontramos la mayoría y donde no hacemos más que quejarnos, sin hacer más que ese gesto inútil.
Ella tuvo que enfrentarse al silencio y a la oscuridad, actuó y se superó; o dicho de otra manera, decidió y pudo aprender para así mejorar su calidad de vida y alcanzar una existencia más plena, que fuera lo suficientemente plena para ella, ya es otra cuestión que solo Helen podría responderse. En todo caso, no se cruzó de brazos, como corrobora que se posicionase y saliera en defensa de aquellas causas que consideraba justas. Helen exhibió su pacifismo durante la guerra y fue militante socialista durante casi dos décadas (de 1905 hasta 1924), porque no estaba de acuerdo con un sistema económico que enriquecía a unos pocos, devoraba a unos y dejaba colgados a muchos, o su constancia en mejorar las condiciones de quienes, como ella, carecían de dos sentidos tan importantes como el visual y el auditivo. Esta viajera incansable, que viajó por Europa, Asia, Latinoamérica y Africa, fue defensora de la igualdad y de causas quizá perdidas, sospechosa para algunos —el FBI la mantuvo bajo vigilancia durante décadas por sus simpatías comunistas—, pero quizá su historia hubiese sido otra de no haberse encontrado con Anne Sullivan (1866-1936), su maestra, enviada por el Perkins Institute, de Boston, y la ayuda que le brindaría las herramientas necesarias para establecer comunicación con su entorno, al enseñarle un lenguaje con el que dar nombre a las cosas que la rodeaban. Así, la niña pudo abrirse al exterior y que el exterior entrase en ella. Aprendió a expresar ideas y a recibirlas. Era la comunicación que necesitaba para superar el silencio y la oscuridad en la que había vivido desde la enfermedad que la dejó sin vista y oído. En esta mujer estadounidense, considerada entre las más importantes del siglo XX, se centra Deliverance, que ensalza los logros de la escritora. Entre el realismo que se pretende y el melodrama que se impone se descubre la intención de crear el documento y algo de propaganda para propagar la idea de romper barreras, superación, lucha e integración, que representaban tanto Helen como Anne, una idea sobre la que gira la película, la cual es la primera que muestra la historia de Keller en la pantalla, pero, desde hace décadas, este film de George Foster Platt vive bajo la sombra de la popular El milagro de Anne Sullivan (The Miracle Worker, Arthur Penn, 1962) e incluso del documental Helen Keller in Her Story (Nancy Hamilton, 1954).
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