El escaso presupuesto con el que contó Robert Aldrich para filmar Apache no fue un impedimento para que el cineasta cumpliese los plazos de un rodaje en el que introdujo algunas características que reaparecerían a lo largo de su carrera cinematográfica, como la de centrar su discurso en la figura de un antihéroe que se define por su rechazo a cuanto le rodea. Desde el primer instante del film, cuando Massai (Burt Lancaster) se presenta ante el espectador, asumiendo en solitario la lucha contra los soldados blancos mientras los suyos acuden a rendirse, se comprende que su orgullo y su idea de honor le llevan a enfrentarse a todos, sin distinción de raza, porque asume que la paz alcanzada ha de ganarse como hombres libres e iguales, la única opción que le permitiría mantener sus raíces y continuar formando parte de una nación orgullosa. Sin embargo, a medida que pone en práctica su revuelta individual, se produce su pérdida de identidad dentro de un núcleo que se desintegra tras la firma del tratado y, como consecuencia, se genera su desorientación y su idea de combatir tanto a los suyos como a los que fueron sus enemigos. Su lucha, externa e interna, se enfatiza durante las diferentes etapas que conforman el itinerario circular que se inicia cuando es apresado. Su posterior fuga, su estancia en el este, su viaje de vuelta, su constante huida y su lucha imposible, completan el recorrido vital que no le devuelve ni su esencia individual ni aquella social que sí poseía cuando formaba parte de una comunidad en la que se sentía integrado. La ausencia de su identidad dual marca su camino hacia la autodestrucción, sin embargo esta no se produce debido al final feliz impuesto por la distribuidora del film, un final que desequilibra, aunque no lo suficiente, la exposición narrativa con la que Aldrich encaró su primer western, etiquetado de pro indio, quizá para simplificar su contenido, porque, en realidad, la película ni crítica ni justifica comportamientos, solo muestra la búsqueda individual de un personaje que no encuentra su lugar durante un presente que lo desorienta. De tal manera, Massai podría pertenecer a cualquier etnia racial, ya que no representa a ninguna comunidad en particular, solo al individuo que se condena a vivir marginado, incluso en su relación con Nalinle (Jean Peters), tan orgullosa como él y afectada por frustraciones similares. Pero, al contrario que su compañero, que la rechaza de modo violento durante gran parte del metraje, ella reflexiona e imagina un futuro que para el indio no existe más allá de la certeza de que, quienes lo persiguen, tarde o temprano le darán caza y acabaran con él, aunque esto no llega a producirse debido a los cambios en la sala de montaje. A raíz de su final impuesto, que ni fue del agrado de Aldrich ni de Lancaster (también productor de la película), Apache cambia su tono fatalista, el que lo alejaba de los westerns de su época, y fuerza la transformación del rebelde o, dicho de otra manera, la de su búsqueda existencial, que se orienta hacia Nalinle y lo aparta de su postura primigenia, aquella que solo contemplaba su orgullosa obcecación y el empleo de la fuerza como símbolo de su rechazo, una fuerza que se ve obligado a asumir de nuevo, aunque en ese instante sus actos no encuentran su origen en su (auto)exclusión del orden establecido tras la firma de la paz, sino en su convicción de formar parte de un nuevo núcleo, más importante que su idea de honor, que le permite sentir que por fin ha encontrado su lugar.
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