El 8 de enero de 1959 los rebeldes castristas entraron victoriosos en La Habana, poniendo punto y final al gobierno de Fulgencio Batista. Durante el tiempo que siguió a aquel momento de cambio, el destino político del país caribeño se convirtió en un enigma para soviéticos y estadounidenses. Ninguna de las dos potencias tenía claro hacia qué bando se decantaría el régimen liderado por Fidel Castro. Inicialmente, la postura castrista se mantuvo al margen del enfrentamiento entre capitalistas y comunistas; sin embargo, en 1960, el dictador rompió el tratado cubano-estadounidense, y en enero de 1961 su relación con la administración Kennedy. Dos días después, el 6 de enero, el primer ministro soviético, Kruschev, anunciaba la adhesión de Cuba al bloque socialista. La consecuencia inmediata de aquel anuncio no se hizo esperar y las relaciones cubanas con sus vecinos del norte se tensaron hasta el punto de que, en abril de ese mismo año, un contingente de exiliados cubanos, entrenados en los Estados Unidos, intentó la invasión de la isla caribeña. El ataque se produjo en Bahía Cochinos, al sur de la isla, pero con un resultado nada satisfactorio para los intereses de los exiliados y de sus aliados estadounidenses, pero el momento de mayor tensión estaba por venir. Llegaría al año siguiente, a partir del 14 de octubre de 1962, cuando un avión de reconocimiento estadounidense capturó imágenes que desvelaban la existencia de misiles soviéticos de medio alcance, con capacidad nuclear, en suelo cubano, lo cual significaba una clara amenaza para la seguridad de Estados Unidos —similar a la que sentían los rusos con los misiles americanos que les apuntaban desde Turquía. En este punto se inicia el film de Roger Donaldson, que expone el momento de crisis desde la perspectiva de la administración Kennedy. Como señala el título, fueron trece días de miedos, tensiones y presiones, trece jornadas angustiosas que siguieron a aquel instante en el que fueron reveladas las fotografías tomadas por el U2.
Aquel octubre de 1962 fue uno de los periodos más delicados de la Guerra Fría, pues dicho descubrimiento llevó al mundo al borde de una guerra nuclear que, de producirse, sería catastrófica para el planeta, sin distinción de ideologías ni economías. Esta hipotética destrucción total no escapa al razonamiento del presidente estadounidense John F. Kennedy (Bruce Greenwood), aunque sí al de los militares que le rodean y le presionan para que asuma una postura beligerante que justifican como medio de protección de la nación ante lo que ellos consideran un ataque inminente. A medida que avanza el film, se comprueban las diferencias entre ambas líneas; y se comprende que entre los soviéticos sucede lo mismo. Mientras, en Cuba continúan con la instalación de las armas que podrían destruir la costa este de los Estados Unidos. Conscientes de la delicada situación por la que atraviesan, el presidente y sus allegados buscan soluciones que no impliquen ni el desmantelamiento de los misiles americanos instalados en Turquía ni llevar a cabo la propuesta de los jefes del Estado Mayor, que no sería otra que la de destruir las armas nucleares que les apuntan e invadir la isla para que no vuelva a producirse un hecho similar. J.F.K y los suyos saben que dicha acción implicaría una represalia inmediata por parte de los soviéticos (posiblemente en Berlín), y ellos, a su vez, se verían obligados a responder, dando pie al indeseado enfrentamiento que en todo momento el presidente pretende evitar.
Finalmente, la cordura prevaleció y las armas nucleares fueron desmanteladas y sacadas de suelo cubano, aunque la existencia de los arsenales nucleares continuó siendo una realidad y una amenaza que implicaba la posibilidad de que en cualquier momento otro incidente provocase su empleo. Aparte de no verle finalidad narrativa al intercambio de la fotografía en blanco y negro y en color, Trece días (Thirteen Days, 2000) resulta ágil en su narración de la situación límite, que pudo acabar con el mundo tal y como se conoce en la actualidad, e intenta reflejar los distintos momentos de un incidente que fue una advertencia que el cine no pasó por alto, de ahí la aparición de films que se posicionaron a favor del desarme, como sería el caso de Teléfono rojo, volamos hacia Moscú (Doctor Strangelove, Stanley Kubrick, 1964), Punto límite (Fail Safe, Sidney Lumet, 1964) o la intriga política Siete días de mayo (Seven Days on May, John Frankenheimer, 1964), donde se baraja la posibilidad de un golpe de estado, como el que se insinúa en determinado momento de Trece días. A diferencia de estos clásicos, Trece días se expone como un documento fílmico que busca la exactitud de los hechos acaecidos durante aquellas dos angustiosas semanas, aunque, claro está, al uso de Hollywood y para lucimiento de su estrella, Kevin Costner, también productor del film. Para Costner fue un doble reencuentro, por un lado volvía a ponerse a las órdenes de Donaldson, con quien había trabajado en No hay salida (No Way Out, 1987), y por otro regresaba a un film de intriga política basado en hechos reales, en un intento por emular el éxito y la calidad de la excelente J.F.K. Caso abierto (Oliver Stone, 1991).
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