Felices Pascuas (1954)
No desvelo secreto alguno al decir que Esa pareja feliz (1951), el primer largometraje realizado por Luis García Berlanga y Juan Antonio Bardem, parte de una premisa similar a la expuesta por Preston Sturges en Navidades en Julio (Christmas in July, 1940) y a la de Jacques Becker en Se escapó la suerte (Antoine et Antoinette, 1947). Tampoco creo expresar novedad si escribo que, rupturista y fundamental para el posterior desarrollo del cine español de la época, el film carece de la sutil malicia del primero y de la equilibrada sencillez con la que Becker detalla la realidad que afecta a su pareja protagonista. Por otro lado, es bien sabido que Bardem y Berlanga introdujeron características realistas en su debut, también que, en su segunda producción en solitario, Bardem de nuevo recogió influencias neorrealistas (descampados donde juegan los niños, el campamento gitano o el triste hogar de la clase trabajadora representada en la familia protagonista) para dar forma al recorrido urbano de una comedia que presenta un punto de partida similar al de los títulos citados. Pero el realismo del realizador madrileño en Felices Pascuas (1954) es mínimo y formal, ya que, como sucedía en Esa pareja feliz (1951) o en ¡Bienvenido, Mister Marshall! (1952), film que coescribió al lado de Berlanga, los personajes son caricaturas que el cineasta emplea para poner en marcha la sátira que prevalece y se impone durante su metraje, quizá con más altibajos que los otros dos clásicos del cine español referidos arriba.
En su intención crítica y en la negrura de su humor, Felices Pascuas introduce dosis de verismo entre su aparente tono amable, familiar y navideño, aparente porque el realizador lo usa para lanzar a sus contemporáneos (que depositaban sus esperanzas de mejora en la suerte o en el plan Marshall) dardos cómicos que, en determinados momentos, se tornan subversivos en su caricatura de iglesia, familia o ejército, pilares sociales intocables que en manos del director de Cómicos (1954) son ridiculizados en diferentes compases de la película. El villancico que ameniza los títulos de crédito o la doble exclamación de Juan (Bernard La Jarrige), cuando se despide de su trabajo diciéndole a su jefe <<¡Usted es un tirano! ¡Usted es un patrón!>>, señalan que el humor de Felices Pascuas pretende algo más que provocar la risa. Sin embargo la intención de divertir y la de evidenciar no llegan a funcionar, al menos no en su totalidad, quizá porque, en solitario, el Bardem director de comedia no supo o no pudo equilibrar la burla y la crítica a la falta de acción del matrimonio protagonista (quieren comer el cordero, pero delegan el uno en el otro la responsabilidad de matarlo) o a la doble moralidad de personajes como Manolo (Beni Deus), el matarife vegetariano y sentimental que solo mata corderos en su horario de oficina, pero cuando lo hace, podría acabar con uno, dos o tres rebaños. Concluidos los créditos, las imágenes muestran la mañana del 22 de diciembre, día de la celebración del popular sorteo navideño que la radio retransmite y el país entero escucha, a la espera de que la suerte llame a su puerta o, en el caso de Juan, a la barbería donde trabaja. Dicha espera refleja una falta de acción similar a la de los vecinos de Villar del Río, que sueñan con la llegada de los norteamericanos que, para su contrariedad, no van a solucionarles la vida. De igual modo, los hombres y mujeres que se observan o se escuchan al inicio de Felices Pascuas sueñan con ganar un sorteo que, símbolo de la esperanza y de su pasividad para solucionar sus miserias, tampoco va a mejorar su día a día. Tras las secuencias iniciales, la ilusión se personaliza en Juan, a quien se descubre cortando el rostro de un cliente mientras repite que el premio no se le escapa. Dicho y hecho, la alegría estalla en el barbero cuando escucha a través del transistor el número del Gordo (que coincide con el de su participación de dos pesetas), aunque su júbilo, la valentía y la seguridad que le animan a despedirse de su trabajo (y a exigir a su mujer que deje el suyo) se esfuman para dar paso a la derrota que se apodera de él cuando Pilar (Julia Martínez) le confiesa que ha regalado una parte del boleto y la otra la ha cambiado por una rifa premiada con un corderito al que empiezan a llamar cariñosamente "Bolita". Este pequeño y tierno lanudo se convierte en la excusa argumental para que Bardem inicie su retrato de un matrimonio de clase trabajadora, que podría ser cualquiera de la época, con dos hijos y, posteriormente, el recorrido social y urbano por los distintos espacios donde el inocente cordero, convertido en la fantasía culinaria de cuantos lo observan, transita de aquí para allá mientras su nueva familia, resignada ante su suerte, se desvive en su intento de recuperarlo.
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