Más allá del marco bélico que sirve de telón de fondo para el desarrollo de su parte central, de su aparente intriga, de la apremiante necesidad británica de descifrar Enigma o de la compleja construcción de la máquina ideada por el matemático Alan Turing (Benedict Cumberbatch) para tal propósito, el interés de The Imitation Game se encuentra en el aspecto humano, en la inadaptación, la soledad y la marginalidad que se ven potenciadas en un entorno de prejuicios y de costumbres conservadoras y sexistas donde ni Turing ni Joan Clark (Keira Knightley) encajan debido a las diferencias que presentan dentro del mismo. Entre otras cuestiones, la aparente arrogancia, que emplea de pantalla para protegerse de agresiones externas, y la incapacidad para comunicarse del primero o la condición de mujer en la segunda provocan que al uno lo rechacen y a la otra le nieguen su independencia y la igualdad de oportunidades, que ya brilla por su ausencia cuando obstaculizan su paso a la prueba donde en menos de seis minutos demuestra su sobrada valía. Pero el rechazo se acentúa en el matemático, a quien se observa en tres etapas puntuales de su vida: en 1929, cuando de adolescente sufre los abusos físicos por parte de sus compañeros de colegio, durante la guerra, empeñado en construir su computadora, y en 1951, cuando, víctima del acoso policial, relata al detective Nock (Rory Kinnear) su experiencia en Bletchley Park. De esta manera se expone que la incomprensión que genera es constante, como demuestra el violento comportamiento de los alumnos o, ya en periodo bélico, la manipulación del agente (Mark Strong) del servicio secreto, que solo ve en él una pieza utilizable, o el inamovible pensamiento del comandante Denniston (Charles Dance), quien, aferrado al orden y a la tradición militar, exterioriza su repulsa hacia el protagonista mientras aguarda resultados inmediatos, sin pensar en que la investigación y el desarrollo científico son procesos lentos, llenos de reveses y de pequeños aciertos. De ahí que lo más destacado en este film dirigido por el noruego Morten Tyldum se encuentre en la herida existencial sufrida por el brillante desheredado social en cualquiera de los tres momentos temporales que se intercalan a lo largo de un metraje que se inicia en 1951, cuando Nock sospecha que Alan oculta algún secreto relacionado con el espionaje. El historial de guerra de Turing ha desaparecido, pero durante su investigación del protagonista, excelente interpretación de Cumberbatch, el policía descubre que su secreto es ser homosexual en un momento que serlo conlleva la aberrante acusación de indecencia grave y perversión sexual. Esta circunstancia explica en parte el sufrimiento de un hombre sentenciado a elegir entre dos años de prisión o someterse a un tratamiento químico que, según la ignorancia del sistema, rebajaría su libido y permitiría "su cura", pero sin pensar en ¿cómo curar una ley que atenta contra las diferentes naturalezas individuales? Alan lo sabe, comprende que cada individuo presenta diferencias y esas son las que lo define como humano, aquellas que también harían distinta a su máquina, la cual desarrolla al lado de un equipo que inicialmente ni cree en su proyecto ni en él y en la cual proyecta un modo de pensamiento diferente, quizá por su necesidad de ser comprendido. La propuesta de Tyldum combina con acierto los tres periodos para incidir en la marginalidad a la que Christopher (Jack Bannon) se refiere en 1929 como el fruto de ser diferente al resto, realidad que queda plasmada en esa adolescencia durante la cual las agresiones sufridas provocan el aislamiento del joven Alan, del que solo escapa en su relación con Christopher, de quien se enamora al encontrar la aceptación que nunca habría experimentado hasta entonces y que solo volvería a sentir en su relación con Joan, quien le permite desarrollar su confianza y su humanidad. Sin embargo en el presente de The Imitation Game, durante el careo que mantiene con el policía, se descubre a ese hombre todavía brillante desilusionado por una vida de secretos personales, de rechazado social y de la incomprensión que genera y que nada tiene que ver ni con la guerra ni con el espionaje, y sí con los absolutos que no son más que el reflejo de la ignorancia dominante y de los prejuicios que condenan a Alan al ostracismo social en el que ha vivido toda su vida.
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