Cuando Max Aub visita España en 1969, tras tres décadas de exilio y vida en México, se encuentra con un país que apenas reconoce y que apenas le conoce. Nadie lee sus libros y nadie leerá La gallina ciega hasta que pueda publicarse (1). Cuando eso ocurra, él estará muerto y ya nadie sabrá de qué habla. Lo sospecha, pues comprende y asume que el porvenir es un tiempo que no será suyo. No le pertenece ni él pertenece a más tiempo que al pasado y al presente de su reencuentro con sus familiares y con viejos amigos que se quedaron o que regresaron. Han cambiado. Acaso ¿tú no, viejo Maxito? El presente te descubre que la guerra, sus causas y sus consecuencias, es tema del que no se habla en esa España que visitas para no quedarte. Jamás, mientras viva aquel que te sobrevivirá algo más de tres años. No se habla porque ya no importa en un país donde el fútbol y el turismo se imponen por goleada, donde se bebe y come, bien y barato, y en el que los cambios son evidentes en los nombres de las calles, en la construcción, en la vestimenta, en las librerías que visitas, en la música que suena, en los vehículos que circulan por las carreteras o en los comportamientos de los jóvenes y de quienes ya no lo son tanto. Han pasado muchos años desde que te fuiste. ¿Quién te recuerda al lado de André Malraux en Sierra de Teruel (1939) y quién conoce la existencia de El laberinto mágico o de Las buenas intenciones? El país ha sufrido diferentes etapas, desde la represión y la hambruna de los primeros tiempos hasta el despunte económico de los años sesenta, tras aliarse con el gigante estadounidense y bajo la dirección de tecnócratas. Quienes se quedaron vivieron y padecieron esas etapas durante las cuales era más sano ejercer el silencio; para quienes os visteis obligados al exilio, el ostracismo que sufristeis, el desarraigo y vuestras vidas que continuaron sin poder olvidar. Vuestras raíces y vuestros paraísos perdidos quedaban en esta tierra de sueños rotos. Os anclaban a ella las vidas de los seres amados, la juventud y los sueños que dejasteis atrás y que siempre os siguen en la memoria.
La nostalgia y la amargura se agudizan más si cabe en tu visita, pues no regresaste para quedarte. No, no podrías hacerlo, aunque quisieras porque, para ti, regresar sería claudicar, callar, someterte. Exiliado, sí, pero libre. Mas ¿qué es la libertad? ¿Quién la ha vivido? ¿Tú, querido Max? En todo caso, en agosto, septiembre y octubre de 1969 ves con tus propios ojos que se ha producido una transformación económica y social. Sabes que es reciente, que se ha producido apenas hace cinco años, después de dos décadas de aparente inmovilidad. Ahora la indiferencia y la búsqueda de la comodidad han sustituido al silencio que siguió a vuestras viejas ilusiones, las de unos y otros, las de aquellos unos y otros que os enfrentasteis en una guerra que puso fin a los sueños de todos vosotros. Anarquistas, falangistas, comunistas, carlistas, republicanos, monárquicos, socialistas, católicos… todos perdisteis para único beneficio de aquel general frío, puritano y autoritario de tono falsete que tomó las riendas y no las soltó hasta su muerte en 1975, tres años después de tu fallecimiento en México. Tus treinta años de ausencia son suyos, son de Franco, de quien Hugh Thomas dice que <<El aplazamiento sistemático de las decisiones fue su política más frecuente, la etiqueta, su preocupación constante, y el poder personal, su única ideología.>> (2) Cuando regresas, comprendes que la rebeldía es una reliquia del ayer, del hoy es el conformismo que se ha instalado junto con el desarrollo y el turismo. Ahora en España se tutea y se aspira a vivir mejor. Todos aspiran a ser clase media, aunque se carezca de libertad y de inquietudes que no sean monetarias. Notas una falta de entusiasmo por la vida, por hacer de ella algo mejor no solo para uno mismo. Quizá no sabrían qué hacer siendo libres, porque la libertad exige dedicación plena. Se vive en ella y exige romper las cadenas, incluidas aquellas a las que se quiere estar atado. Así, pensando y comparando, reflexionando y escuchando, vas recorriendo tus lugares de ayer, los cuales nunca olvidas, como delatas en tu obra literaria en la que la guerra y cuanto la rodea ocupa un puesto importante. Visitas las tumbas de tus padres y ves la de Blasco, quien, como tú, se descubre republicano y escritor valenciano. Inicias tu recorrido en Cadaqués y Barcelona. Llegas a Valencia donde recorres sus calles y sus librerías, entre otros lugares que recuerdas y que al tiempo descubres viviendo en la nostalgia. Contigo viaja el pasado, el cual se enfrenta al presente para crearte contrastes que miran hacia el futuro que no será tu presente. Sabes que el régimen desaparecerá, conoces la historia y por eso eres consciente de que todo tiene su fin, pero ignoras cómo y de quién será el después. No será para vosotros, para quienes vivisteis la dictadura de Primo, la República, la caída de Alfonso XIII, la guerra, el destierro, el entierro o el encierro. No importa en qué bando ni en qué ideología, para todos vosotros queda el mirar atrás o el cerrar los ojos al ayer. ¿Qué quedó para ti, Max? ¿Lo vivido? ¿Lo desaparecido? ¿Lo nunca existido? ¿La búsqueda de un campo libre? ¿Lo que fue y lo que pudo ser? En el eco de nuestra historia y de nuestra literatura, queda el recuerdo de quien fuiste y quien seguiste siendo, queda la voz de una época desterrada, cuando no olvidada, desconocida o malinterpretada…
(1) La primera edición de La gallina ciega: diario español se publicó en México, en 1971, en la editorial Joaquín Mortiz. La primera edición española data de 1995, y corrió a cargo de Alba Editorial.
(2) Hugh Thomas: La guerra civil española (traducción de Neri Daurella). DeBolsillo, Barcelona, 2018.
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