Durante la Segunda Guerra Mundial, Alfred Hitchcock y Fritz Lang regresaban al cine de espías con Enviado especial (Foreing Correspondent; 1940) y El ministerio del miedo (Ministry of Fear, 1944), dos excelentes producciones que, entre otras cuestiones, advertían del peligro que implicaba el enemigo contra el cual se estaba luchando en el presente de sus rodajes. Concluida la contienda, con el enemigo derrotado y con un futuro inmediato incierto, otro cineasta, Henry Hathaway abordó el espionaje desde una perspectiva distinta a las expuestas por el británico y el vienés. De las muchas que presenta, la diferencia formal más evidente entre La casa de la calle 92 (The House on 92th Street, 1945) y los títulos de Hitchcock y Lang reside en el tono documental pretendido por sus responsables (Louis de Rochemont y Hathaway), que mostraba la importancia de las labores llevadas a cabo por los hombres y mujeres anónimos que, pertenecientes al servicio secreto estadounidense, luchaban en la sombra. En este tipo de film resulta inevitable hablar de La casa de la calle 92, cuya buena acogida provocó que el documentalista Louis de Rochemont, que de nuevo asumía la producción, y Henry Hathaway, al frente de la dirección, se decantasen por realizar una continuación de la misma, aunque, en lugar de proseguir la historia expuesta un año antes, la complementa. Para ello, 13 Rue Madeleine se inicia con algunas de las imágenes de archivo que cierran aquella. De ese modo continuaban su periplo por el policíaco semidocumental, digamos de carácter realista, adentrándose en una intriga que en sus primeros minutos pretende aleccionar sobre el trabajo de los agentes del servicio de espionaje aliado durante la Segunda Guerra Mundial. Como parte de las características de este subgénero policíaco, la película se presenta desde la voz en off de un narrador que introduce personajes y trama, y, tras la apariencia realista de espacios reales y de situaciones basadas en la realidad, se observa que una de las intenciones del film sería la de ensalzar el trabajo de los agentes que complementan la labor de los protagonistas de La casa de la calle 92. El tiempo y las circunstancias así parecen indicarlo, aunque, donde en la primera el agente doble trabaja para el FBI en una misión que pretende desarticular la red de espionaje en suelo estadounidense, en esta, uno de los espías trabaja para el enemigo y se infiltra en el servicio secreto del país norteamericano. Otra diferencia entre ambas se encuentra en los espacios donde se desarrolla, pues 13 Rue Madeleine se aleja de las fronteras de Estados Unidos para trasladarse a Europa, a escenarios como Londres, donde se concentra el servicio de espionaje aliado, o Francia, donde se desarrolla su parte final, la mejor del film de Hathaway. Pero en ambas producciones, y en la posterior La calle sin nombre (The Street with not Name; William Keighley, 1948) -que sí podría definirse como la segunda parte de La casa de la calle 92-, el tono documental es la escusa formal para desarrollar ficciones que, dejando de lado la complejidad de los personajes, que se ven reducidos a meros clichés, apuesta por la intriga. Dicha circunstancia, la de personajes simplificados, se iría corrigiendo con el paso de los títulos de este tipo de policíaco, hasta alcanzar resultados más atractivos en sucesivas producciones, fuesen realizadas por el propio Henry Hathaway, Anthony Mann o Joseph H. Lewis. Pero volviendo a la historia de 13 Rue Madeleine, esta es introducida por la voz en off que no tarda en conceder el protagonismo a un profesional del espionaje que adquiere el rostro y el cuerpo de James Cagney. Según nos informa, Bob Sharkey es el responsable de formar y entrenar a uno de los grupos de espías que posteriormente realizará la misión relacionada con la invasión aliada de las costas francesas, una misión que se verá puesta en peligro por la presencia del infiltrado a quien Sharkey identifica y a quien sin éxito da instrucciones falsas para despistarlo y con él al enemigo para el cual trabaja. A medida que avanza el metraje la ficción aumenta hasta que la supuesta veracidad desaparece en beneficio de la intriga, lo cual es de agradecer, porque su narrativa se agiliza, como también lo hace el personaje de Cagney, a quien solo la presencia de Richard Conte en el papel de antagonista parece hacer sombra.
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