<<Mi gloria es vivir tan libre
como el pájaro del cielo;
no hago nido en este suelo
ande hay tanto que sufrir,
y naides me ha de seguir
cuando yo remonto el vuelo>>.
(José Hernandez)
Las palabras de Martín Fierro lo definen libre y solitario, aunque como gaucho también es un ser marginado y condenado por la sociedad que lo obliga a deambular bajo el cielo y sobre el suelo que simbolizan su nación. Su soledad, su sufrimiento, su romanticismo y su individualismo no tienen cabida en los relatos que Leopoldo Lugones publicó bajo el título La guerra Gaucha (1905), porque los gauchos y no gauchos de Lugones se unen para crear una idea nacional a partir de la lucha por la independencia que el autor no expuso como <<una historia, aunque sean históricos su concepto y su fondo. Los episodios que lo forman, intentan dar una idea, lo más clara posible, de la lucha sostenida por monteras y republiquetas contra los ejércitos españoles que operaron en el Alto Perú (actual Bolivia) y en Salta (noroeste de Argentina) desde 1814 a 1818>>. El romanticismo dominante en Martín Fierro (1872), cumbre de la literatura gauchesca desarrollada durante el siglo XIX en Argentina, Brasil o Uruguay, se sustituye en La guerra gaucha por influencias modernistas que Lugones empleó en su lenguaje, cuidado y descriptivo, que exalta y potencia la nacionalidad argentina desde una perspectiva distinta a la mostrada por Hernández, como distintos eran los tiempos y las necesidades. Esa ideología nacionalista cobró forma cinematográfica en 1942, cuando el realizador Lucas Demare estrenó para la recién fundada Artistas Argentinos Asociados (AAA) la adaptación del original literario, escrita por Homero Manzi y Ulyses Petit de Murat. Desde el momento de su estreno, La guerra gaucha cinematográfica se convirtió en un éxito de crítica y de público, recibió numerosos premios y permaneció en cartelera diecinueve semanas. Pero, más allá de sus cualidades cinematográficas y de la dificultad que conlleva guionizar un relato sin apenas diálogos, con múltiples personajes sin nombre (hombres, mujeres y niños) y diversas situaciones, el éxito de la película residió en la exposición épica de los individuos anónimos, de diferente condición social, que sufrieron y lucharon para conquistar la independencia. Aquellos héroes se representan en el film de Demare en el capitán del Corral (Sebastián Chiola), soñador y como <<buen poeta tenía algo de héroe y aún por tal se jactaba sosteniéndolo a sablazos>>, en el sacristán Lucero (Enrique Muiño), que delata al son de su campana los movimientos de las tropas monárquicas, en el bravo capitán Miranda (Francisco Petrone), caudillo de gauchos, o en su hijo (Carlos Campagnale), que en su inocencia sufre las consecuencias de un tiempo de miseria, dolor y muerte, pero también de esperanza en la libertad por la que se sacrifican. La guerra gaucha asume influencias del cine épico estadounidense para concentrar en una sola historia a varios de los personajes y de las situaciones descritas en los relatos de Lugones, pero, al igual que en el original, se rinde homenaje a los desconocidos que hicieron realidad el nacimiento de la Argentina independiente. Entre estos hombres y mujeres también se cuenta el teniente Villarreal (Ángel Magaña), quien inicia su andadura al servicio del ejército realista para avanzado el metraje asumir que su juramento a la corona española pierde su valor ante el vínculo sentimental que le une a su tierra americana, la misma que lo vio nacer. En este oficial se observa la paulatina concienciación ideológica, la cual implicará su posterior transformación, sin que quede rastro alguno de aquel oficial monárquico que al inicio del film se enfrenta en duelo a del Corral, con quien acabará compartiendo patriotismo y camaradería después de su estancia en la mansión de Asunción Colombres (Amelia Bence), donde la mujer cuida su herida a pesar del rechazo que siente hacia los simpatizantes de la corona, más aún un si estos son oriundos de la tierra argentina. El cambio de pensamiento en Villarreal se produce mientras lee varias cartas firmadas por el general Manuel Belgrano, pero también por el amor que empieza a sentir por la heroína que atiende sus heridas (externas e internas), en quien se resume el sentimiento patriótico de una película que no esconde su posicionamiento nacionalista, porque al igual que la intención del escritor con su novela, Lamare se vio condicionado por su época y, como tantos otros países, Argentina se debatía entre si permanecer al margen o posicionarse a favor de alguno de los dos bandos que luchaban en la Segunda Guerra Mundial.
como el pájaro del cielo;
no hago nido en este suelo
ande hay tanto que sufrir,
y naides me ha de seguir
cuando yo remonto el vuelo>>.
(José Hernandez)
Las palabras de Martín Fierro lo definen libre y solitario, aunque como gaucho también es un ser marginado y condenado por la sociedad que lo obliga a deambular bajo el cielo y sobre el suelo que simbolizan su nación. Su soledad, su sufrimiento, su romanticismo y su individualismo no tienen cabida en los relatos que Leopoldo Lugones publicó bajo el título La guerra Gaucha (1905), porque los gauchos y no gauchos de Lugones se unen para crear una idea nacional a partir de la lucha por la independencia que el autor no expuso como <<una historia, aunque sean históricos su concepto y su fondo. Los episodios que lo forman, intentan dar una idea, lo más clara posible, de la lucha sostenida por monteras y republiquetas contra los ejércitos españoles que operaron en el Alto Perú (actual Bolivia) y en Salta (noroeste de Argentina) desde 1814 a 1818>>. El romanticismo dominante en Martín Fierro (1872), cumbre de la literatura gauchesca desarrollada durante el siglo XIX en Argentina, Brasil o Uruguay, se sustituye en La guerra gaucha por influencias modernistas que Lugones empleó en su lenguaje, cuidado y descriptivo, que exalta y potencia la nacionalidad argentina desde una perspectiva distinta a la mostrada por Hernández, como distintos eran los tiempos y las necesidades. Esa ideología nacionalista cobró forma cinematográfica en 1942, cuando el realizador Lucas Demare estrenó para la recién fundada Artistas Argentinos Asociados (AAA) la adaptación del original literario, escrita por Homero Manzi y Ulyses Petit de Murat. Desde el momento de su estreno, La guerra gaucha cinematográfica se convirtió en un éxito de crítica y de público, recibió numerosos premios y permaneció en cartelera diecinueve semanas. Pero, más allá de sus cualidades cinematográficas y de la dificultad que conlleva guionizar un relato sin apenas diálogos, con múltiples personajes sin nombre (hombres, mujeres y niños) y diversas situaciones, el éxito de la película residió en la exposición épica de los individuos anónimos, de diferente condición social, que sufrieron y lucharon para conquistar la independencia. Aquellos héroes se representan en el film de Demare en el capitán del Corral (Sebastián Chiola), soñador y como <<buen poeta tenía algo de héroe y aún por tal se jactaba sosteniéndolo a sablazos>>, en el sacristán Lucero (Enrique Muiño), que delata al son de su campana los movimientos de las tropas monárquicas, en el bravo capitán Miranda (Francisco Petrone), caudillo de gauchos, o en su hijo (Carlos Campagnale), que en su inocencia sufre las consecuencias de un tiempo de miseria, dolor y muerte, pero también de esperanza en la libertad por la que se sacrifican. La guerra gaucha asume influencias del cine épico estadounidense para concentrar en una sola historia a varios de los personajes y de las situaciones descritas en los relatos de Lugones, pero, al igual que en el original, se rinde homenaje a los desconocidos que hicieron realidad el nacimiento de la Argentina independiente. Entre estos hombres y mujeres también se cuenta el teniente Villarreal (Ángel Magaña), quien inicia su andadura al servicio del ejército realista para avanzado el metraje asumir que su juramento a la corona española pierde su valor ante el vínculo sentimental que le une a su tierra americana, la misma que lo vio nacer. En este oficial se observa la paulatina concienciación ideológica, la cual implicará su posterior transformación, sin que quede rastro alguno de aquel oficial monárquico que al inicio del film se enfrenta en duelo a del Corral, con quien acabará compartiendo patriotismo y camaradería después de su estancia en la mansión de Asunción Colombres (Amelia Bence), donde la mujer cuida su herida a pesar del rechazo que siente hacia los simpatizantes de la corona, más aún un si estos son oriundos de la tierra argentina. El cambio de pensamiento en Villarreal se produce mientras lee varias cartas firmadas por el general Manuel Belgrano, pero también por el amor que empieza a sentir por la heroína que atiende sus heridas (externas e internas), en quien se resume el sentimiento patriótico de una película que no esconde su posicionamiento nacionalista, porque al igual que la intención del escritor con su novela, Lamare se vio condicionado por su época y, como tantos otros países, Argentina se debatía entre si permanecer al margen o posicionarse a favor de alguno de los dos bandos que luchaban en la Segunda Guerra Mundial.
No hay comentarios:
Publicar un comentario