Algunos de sus personajes míticos no fueron héroes ni roles protagonistas. Fueron un hampón que arroja café hirviendo al bello rostro de Gloria Graheame o un muerto que en vida, el pasado que John Ford muestra en la pantalla, sembraba terror y pánico entre las buenas gentes de un pueblo del ya desaparecido, lejano y viejo oeste. Pero Lee Marvin fue más que el gánster con quien quiere acabar Glenn Ford en una de las obras maestras que Fritz Lang rodó en Hollywood o el hombre que interpretó a Liberty Valance. Fue el inolvidable protagonista de thrillers, westerns, aventuras, comedias e infiernos bélicos, quizá similares a los lugares del Pacífico donde, como marine, combatió durante la Segunda Guerra Mundial. Sus inicios profesionales fueron en televisión, medio que compaginaría con el cinematográfico. Y en televisión, también logró su primer protagonismo. Fue en la serie Ballinger de Chicago, que estuvo en antena 117 episodios, emitidos entre 1957 y 1960. Si en 1950 debutaba en la pequeña pantalla, en el cine lo hacía al año siguiente, en fugaces apariciones sin acreditar en los títulos. Siguieron más papeles de reparto, pero estos iban cobrando mayor importancia a medida que se sucedían las tramas y el actor neoyorquino se hacía un hueco en la industria. Sus personajes, a menudo, por no decir siempre, se descubren violentos y tan intensos como su delincuente de Los sobornados (The Big Heat, Fritz Lang, 1953), otro de los inolvidables “secundarios” de celuloide a los que prestó fisonomía y talento antes de alcanzar el protagonismo en Código del hampa (The Killers, Don Siegel, 1964), adaptación televisiva —que sería estrenada en cines— del relato de Ernest Hemingway que ya había llevado a la gran pantalla por Robert Siodmak, con Burt Lancaster y Ava Gardner en los principales papeles, y también por Andrei Tarkovski en uno de sus cortometrajes en la escuela de cine de Moscú. Marvin era más que un actor de rostro pétreo, era alguien capaz de hacer creíbles a esos personajes al margen; muchos de los cuales transitan fuera de la ley, otros se rebelan contra el orden y la mayoría son duros de pelar. A su lado, en La leyenda de la ciudad sin nombre (Paint Your Wagon, Joshua Logan, 1969), Clint Eastwood parecía un pastel. También ponía contra las cuerdas al mismísimo John Wayne en El hombre que mató a Liberty Valance (The Man Who Shot Liberty Valance, John Ford, 1962) y en La taberna del irlandés (Donovan’s Reef, John Ford, 1963), aunque en esta comedia ambos compartían algo más que golpes y alcohol, compartían amistad en una isla de los mares del sur. También en una isla del Pacífico se enfrentó a otro grande del celuloide, y no menos duro, Toshiro Mifune, con quien compartió un rodaje alejado de las comodidades a las que estarían acostumbradas las estrellas de Hollywood, pues, en Infierno en el Pacífico (Hell in the Pacific, John Boorman, 1968), Marvin ya era uno de los grandes. Había ganado el Oscar a la mejor interpretación masculina por La ingenua explosiva (Cat Ballou, Elliott Silversten, 1965) y protagonizado títulos inolvidables como Código del hampa, Los profesionales (The Professionals, Richard Brooks, 1966), A quemarropa (Point Blank, John Boorman, 1967), Doce del patíbulo (The Dirty Dozen, Robert Aldrich, 1967). A finales de los sesenta ya era rostro indiscutible y presencia contundente en los títulos nombrados y en otros que llevarían en la siguiente: Monty Walsh (Monte Walsh, William A. Fraker, 1970), El emperador del norte (Emperor of the North Pole, Robert Aldrich, 1973), El repartidor de hielo (The Iceman Cometh, John Frankenheimer, 1973), Tres forajidos y un pistolero (The Spikes Gang, Richard Fleischer, 1974), Uno Rojo: División de choque (The Big Red One, Samuel Fuller, 1980)…
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