domingo, 12 de noviembre de 2023

Dave, presidente por un día (1993)

Quienes desconsideren lo hecho por Frank Capra en comedias “políticas” como El secreto de vivir (Mr. Deeds Goes to Town, 1936) y Caballero sin espada (Mr. Smith Goes to Washington, 1939), solo tienen que ver Dave, presidente por un día (Dave, 1993) para comprobar su error o, al menos, para que puedan reconocer y diferenciar entre un film hecho por alguien convencido de lo que hacía y otro sin convicción. A veces tengo muchas preguntas que hacerme, otras ninguna, pues, como cualquiera, también duermo despierto y soy manipulable. Respuestas tengo más y menos, pero, en general, ante una película como Dave me pregunto si durante los años que han pasado desde los éxitos de Capra nos hemos idiotizado más si cabe. Ya entonces existía un tipo de cine mayoritario destinado al consumo rápido y a condicionar los sentimientos y emociones del público. De hecho, el cine es el medio que mejor conectó con las hijas e hijos del siglo XX, quizá debido a su fácil consumo y al rechazo a la lectura de cualquier libro que no fuese un súper ventas. El cine fue el que mejor supo condicionar y vender su producto, aunque hoy ya tiene rivales que le han superado en poder de atracción y conexión con un amplio sector de los consumidores; quizá los nuevos medios no hayan evolucionado la comunicación, sino involucionado, algo así como regresando al origen del cinematógrafo, cuando situaban la capacidad de atención del público entre treinta segundos y un par de minutos, tiempo estándar de las frases cortas y de los vídeos caseros actuales que parecen confirmar nuestra posible “idiotización” como público y consumidores. En todo caso, no creo que hayamos cambiado demasiado desde que Capra realizó Caballero sin espada, diría que nada, puesto que nos siguen marcando los hábitos de consumo: el qué comprar, el qué ver, el qué es correcto sentir y decir, el qué hacer con nuestro tiempo… Respecto a Dave, me queda la sensación, quizá certeza, de estar ante una comedia romántica en la que no hay comicidad ni romanticismo. Entonces, ¿qué hay? Ausencia. Su humor desparece ya en la promesa del añadido del título en su estreno español, “presidente por un día “, y su romanticismo no entiende ni atiende al significado del sustantivo, ni siquiera se logran falsas emociones en la relación amorosa o en los discursos del falso presidente; estos no calan como puedan hacerlo los de Gary Cooper o James Stewart en las películas de Capra, al carecer de aquel idealismo ingenuo y contagioso.


Vista su filmografía, no creo exagerado expresar que un film de Ivan Reitman no será exigente con su propuesta; el producto está hecho no para decir o hablar sobre algún tema que parezca proponer, en este caso, la política y el ciudadano medio, sino para contentar al público que, acostumbrado al consumo de este tipo de producto, disfruta de este tipo de refrito que toma de Capra y de El prisionero de Zenda. Si Capra enfrenta a sus héroes con un sistema que considera magnífico, pero repleto de corruptos y villanos, Reitman hace lo propio, pero sin la capacidad de generar la comunión que el director de Juan Nadie (Meet Joe Doe, 1941) logra establecer con su público. Toma al personaje de Frank Langella y hace de él un villano y el actor se presta al juego simplemente poniendo cara de “malo”; en contraposición de la cara de “bueno” del héroe, un tipo de la “calle”, estadounidense medio, que cree en el sistema al que accede presidir cuál títere de Bob Alexander, el jefe de gabinete del presidente Bill Mitchell, cuando este se encuentra sobre su amante (Laura Linney) y sufre un infarto que le pone fuera de juego. En lugar de unas elecciones o de que el vicepresidente jure el cargo para sustituir al presidente indispuesto, a Bob y a Alan (Kevin Dunn) se les ocurre la brillante idea de poner a Dave en la presidencia sin que nadie note el cambio, ni siquiera Ellen Mitchell (Sigourney Weaver), la primera dama, con quien el primer caballero no mantenía mas relación que la forzada para salir ante las cámaras. Tras la entrada en coma del gobernante electo, se produce un golpe de Estado en cubierto y así, ni más ni menos, Dave, la viva imagen de Bill Mitchell, asume unas competencias para las que no ha sido elegido legalmente. Usurpa el cargo de presidente porque así lo quiere Bob, pues el jefe del gabinete no está dispuesto a perder el control del país. Sin la elegancia ni el fondo de un villano a lo Claude Rains, el de Langella siempre está enfadado, o con cara de pocos amigos, y ve en su marioneta a alguien fácil de manejar; de modo que monta la mascarada para hacerse con el poder, pero ya se sabe, en el cine de Hollywood, el amor y la bondad pueden con todo y Dave, héroe e individuo que representa la supuestas bondad, solidaridad y honradez del pueblo, se rebela y reconduce la situación sin que nadie más que los implicados y la primera dama se enteren…



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