viernes, 24 de noviembre de 2023

El libro de la selva (1967)

En 1937, Walt Disney sorprendía al mundo y a la animación cinematográfica con su Blancanieves y los siete enanitos (Snow White and the Seven Dwarf, 1937). Era su primer largometraje y con él revolucionaba el cine de animación. Prácticamente tres décadas después, Disney producía El libro de la selva (The Jungle Book, 1967), que sería la última película que el animador supervisó; y también fue uno de los largometrajes más divertidos y gamberros, menos sensibleros, de su carrera, gracias a personajes como los monos y su rey Louie, que se marca un número que ya es historia del cine de animación, el cuarteto de buitres, la patrulla elefante o Baloo, el oso, cuya filosofía antecede a la corriente existencial “Hakuna Matata, no hay problema, vive y se feliz”. Pero Disney, que fallecía el 15 de diciembre de 1966, no pudo saborear el gran éxito que obtuvo esta marchosa animación dirigida por Wolfgang Reitherman, uno de sus animadores de confianza, e inspirada en las historias de Mowgli, el personaje principal de uno de los cuentos que componen El libro de la selva, de Rudyard Kipling…

La selva de Disney y Reitherman es otra historia. Arriba escribí “marchosa” por los motivos siguientes: divertida, con mucho ritmo y con un niño que deambula (marcha) por la selva para encontrarse con los verdaderos protagonistas del film: los animales. Aparte, también es la historia de amistad de Mowgli, Bagheera, la voz de la razón que quiere proteger al niño devolviéndolo a la civilización, y Baloo, cuya canción delata su sentido de la vida y su buen humor, incluso quiere que Mowgli sea su imagen de vive la vida. Ambos animales asumen la paternidad del “cachorro” humano, que no deja de meterse en líos, amenazado por la presencia del tigre Shere-Khan, que ha regresado a esa parte de la selva. Pero Mowgli no es lobo ni oso, tampoco un mono ni una pantera; es un niño que habita en un entorno que le gusta y con el que se siente identificado, por eso rechaza el tener que abandonarlo, pues lo considera su hogar. Desoyendo las palabras de la racional pantera, el pequeño inicia la divertida búsqueda de su lugar en el mundo, la cual no deja sorprender por quienes le salen al paso, “quienes” porque los animales de la selva son muy humanos…



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