jueves, 16 de noviembre de 2023

El contador de cartas (2021)


El fondo de sus personajes apenas difiere. Son tipos atrapados en el aislamiento, en busca de redención por aquello que se culpan. Ya desde Yakuza (The Yakuza, Sydney Pollack, 1974) se puede observar esa naturaleza en constante desasosiego que ahoga a los personajes de Paul Schrader. Solitarios, pero necesitados de compañía, de cercanía, de perdonarse y hallar el perdón. ¿Son culpables o solo viven bajo la culpabilidad que les habría inculcado una educación estricta y religiosa? ¿O una juventud que se tuerce y les conduce hacia ese momento que, ya pasado, continúa castigándoles en el presente? Lo cierto es que Schrader habla de lo que sabe. Construye historias íntimas y en ellas reflexiona una y otra vez sobre el individuo en busca del perdón, la redención que podría devolverle la paz y romper su soledad. La voz del protagonista (Oscar Isaac) de El contador de cartas (The Card Counter, 2021) se presenta a sí mismo y nos dice que fue condenado a diez años de cárcel, de los que cumplió ocho y medio, pero omite el porqué. También comenta sobre el tedio y el orden del correccional y que allí descubrió que le gustaba leer libros, nunca antes había leído uno entero, que podía aspirar a una vida que ni siquiera imaginaba y que aprendió a contar cartas, habilidad que, una vez fuera del penal, le permite ganarse la vida yendo de un lado a otro del país. Es un errante, un espectro de quien pudo y no puede ser, alguien que vive en habitaciones de moteles impersonales cuyos muebles cubre con sábanas blancas.


Viaja de ciudad en ciudad, visita sus casinos y no llama la atención, carece de grandes ambiciones monetarias; solo juega para ir tirando, para seguir moviéndose, para continuar ocupando su tiempo y así, tal vez, mantener a raya los fantasmas del pasado; que le dejen respirar, atrapado en la culpa. Sabe que la banca siempre gana, que los casinos no permiten contadores de cartas, pero hacen la vista gorda cuando su habilidad no sobresale, pues al casino no le importa perder pequeñas cantidades. Lo toleran, porque mantiene un un perfil bajo. Pero la aparición del “chaval”, que conoce su pasado de ex-solado, le desangra la herida del pasado, al tiempo que ve su oportunidad para redimirse por sus “pecados”. Intenta encauzar su dolor, su culpa, su deseo de sosiego, ayudando al muchacho, que quiere vengarse de John Gordo (Willem Dafoe), un contratista del ejército a quien el chico culpa del suicidio de su padre. A partir de esta relación —que por momentos me recuerda a la del tutor y el tutelado de
El color del dinero (The Color of Money, Martin Scorsese, 1986) e incluso a la que se establece en Yakuza— y de la empresarial y amorosa que el contador establece con La Linda, se descubre parte del pasado del protagonista —el porqué de su encierro y su relación con Gordo, cuando este fue contratado por el ejército— y su posibilidad de escape en el presente. Su historia le persigue; no puede olvidarla aunque dedique todo su tiempo a contar y jugar a las cartas, algo que hará saliendo del anonimato para conseguir el dinero necesario para ofrecer al “chaval” una oportunidad de retomar su vida. Esa es su redención, pero todo perdón en el cine de Schrader implica un descenso a los infiernos, un paseo por la tensión, la pérdida, la búsqueda, el amor y la violencia…



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