Las diferencias culturales entre oriente y occidente son cuestiones que sorprenden al joven Dusty (Richard Jordan), el guardaespaldas que acompaña Harry Kilmer (Robert Mitchum) en su regreso al Japón, tras más de veinte años alejado de un país donde ha dejado parte de sí mismo. Harry vuelve porque se siente en deuda con un viejo amigo, George Tanner (Brian Keith); quien ha acudido a él porque sabe que Tanaka Ken (Takakura Ken) se encuentra a su vez en deuda con Harry. Tanto Harry como Ken son dos hombres atormentados, silenciosos, marcados por un férreo código de honor que les hace más semejantes de lo que a priori podría esperarse. Tanaka Ken se ha criado bajo las enseñanzas de un código tan riguroso como el bushido samurái, él es un yakuza, pero no uno más, sino uno ajeno a la modernidad y criminalidad en la que han caído los clanes; por ese motivo dejó la espada tiempo atrás, algo que Harry desconoce, en caso contrario no habría acudido a él. Tanaka Ken se ha apartado de todo y de todos, su mente sufre porque su vida quedó destrozada tiempo atrás, cuando tras permanecer más de cinco años atrapado en la selva filipina regresó a su hogar y descubrió que Eiko (Kishi Keiko), su hermana, vivía con un soldado estadounidense que le salvó la vida. Aquella deuda le martiriza, es una carga que nunca podrá olvidar, la más grande que se puede soportar, por eso no puede negarse cuando Harry se presenta ante él y le solicita su ayuda para que interceda por la hija de George Tanner ante Tono (Okada Eiji), el jefe del clan yakuza que la ha secuestrado. Yakuza (The yakuza) presenta a dos personajes de mundos diferentes, pero con valores similares; dos hombres de honor que parecen salir de un pasado olvidado, cuando los yakuza se regían por un código en el que la lealtad, la disciplina y el honor eran el motor de unos actos que les obligaban de por vida. La puesta en escena de Sydney Pollack resultó excelente (como también excelente fue el guión escrito por Paul Schrader y Robert Towne), por un lado expuso la relación del pasado que une a los protagonistas, con palabras, recuerdos o, simplemente, con una mirada, de modo que se pueda descubrir la relación de amor imposible entre Harry y Eiko, una relación que se vio interrumpida en el momento en el que Tanaka Ken regresó del mundo de los muertos, un amor que marcó la existencia de los tres y que en el presente les ha obligado a reencontrarse. Por otro lado, ese presente semeja incierto y peligroso; creado tras la intervención de Harry y de Tanaka Ken a favor de Tanner, un presente en el cual las vidas del americano y del yakuza se encuentran puestas a precio por haberse interpuesto en los actos del clan Tono. Lo más sencillo para Harry habría sido abandonar el país, pero eso también hubiese significado abandonar a Ken a su suerte, que no sería otra que la muerte. Con la decisión de permanecer a su lado, ambas posturas se acercan hasta convertirse en iguales, Harry se muestra tan martirizado como Ken, porque también soporta una pesada carga, una que a medida que avanza la historia se volverá más pesada, al tiempo que le ayudará a comprender muchas de las circunstancias que había ignorado hasta entonces y que le habían atormentado tras tener que separarse de la mujer que amaba y que todavía ama. Los protagonistas de Yakuza soportan una pesada carga que marca sus decisiones y sus actos, una deuda de honor que les ha conducido a la situación en la que se encuentran; de ese modo deben vivir, anteponiéndola a sus propios sentimientos, rasgo común a ambos hombres, en quienes se descubre numerosas similitudes en su conducta y pensamiento, convirtiéndoles en los últimos resquicios de una época que se acaba con ellos.
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