martes, 7 de noviembre de 2023

Alphaville (1965)


En la pantalla asoman Eddie Constantine, Howard Vernon y cine de género, lo que podría generar la duda de si estoy viendo una película del primer Jesús Franco, el de la década de 1960, pero los créditos y la presencia de Ana Karina decantan la balanza y señalan que el tipo que anda detrás de las cámaras es Jean-Luc Godard, más aún tras adentrarse en las imágenes y en el espacio al que Lemmy accede para cumplir una misión: la de ser una presencia que permita a Godard parodiar la ciencia-ficción y hablar de alienación, de manipulación y adoctrinamiento. Cual Louis Ferdinand Céline pensando título para uno de sus libros más famosos, Lemmy dice: <<Yo viajo al fin de la noche>>. Pero ni él ni Godard son el escritor francés, ni tampoco Paul Éluard, William Shakespeare ni el tío Jess Franco. Ellos son dos personajes de cine: el primero, ficticio; y el segundo, el real inventándose a sí mismo. Al menos, uno hecho a la imagen pretendía por el director franco-suizo, a contracorriente, lo suficiente para que el recuerdo del cineasta quede para la posterioridad que descubra su cine y su no cine. Por su parte, la computadora que controla Alphaville se presenta con menos literatura y mayor lógica que Lemmy, alias Ivan Johnson. La máquina afirma: <<Yo, Alpha 60, solo soy el medio lógico de esta destrucción>>. Quizá hable por Godard, de su intención de destruir el cine para inventar el cine. ¿Lo consiguió? No, aunque logró crear el suyo. Lo que está claro es que el director de Banda aparte (Bande à part, 1964) no quiso ser uno más, sino uno, y lo consiguió de calle. Buscó ser único, incluso a riesgo de caer en una búsqueda que podría acabar afectando a su obra y lo hizo, pues, para bien y para mal, Godard logro ser Godard, mito cinematográfico.



Igual que había hecho con anterioridad, también en Alphaville (Alphaville, une étrange aventure de Lemmy Caution1965) se adentra en el cine de género para volarlo por los aires, aunque el resultado de este film sea irregular y, en la mayor parte del metraje, aburrido, obvio y frío, como si el minimalismo (debido a la falta de medios) y la frialdad que dominan los espacios fuesen contagiosas. Emplea la ciencia-ficción para realizar una alegoría del presente —<<no se puede vivir en el pasado ni en el futuro, solo en el presente>>—, hasta ahí nada cambia respecto a otras producciones del género, pero la intención del cineasta es la de traspasar los límites del género caricaturizándolo. Tanto su colega François Truffaut como él mismo tomaron la ciencia-ficción para hablar de realidades y peligros evidentes; Truffaut en Fahrenheit 451 (1966) y Godard en este film que enfrenta al Lemmy contra una máquina pensante y dominante, calculadora, matemática. La mente artificial no es humana, por tanto no comprende el lado emocional ni la ilógica. Escapa a la posibilidad de errar, al imprevisto, a las pasiones, a la compasión, a amor, a todo cuanto no sean cálculos precisos y comportamientos exclusivamente racionales. Afirma sin rastro de presunción que sus <<decisiones siempre apuntan al bien final>>. El héroe, el individuo todavía pensante, falible y sensible, proviene de los países exteriores y llega a la ciudad con la misión de encontrar al profesor Leonard Nosferatu —guiño de Godard al cine de Murnau, un cineasta que no quiso destruir el cine, sino evolucionarlo y elevarlo a una nueva cota; lo consiguió— y sacarlo de la oscura jaula donde Alpha 60 ha encerrado a la sociedad, a la que domina por la lógica y la prohibición de la duda —preguntar porqué está prohibido— y de la poesía, lo que convierte a Alphaville en un espacio frío, homogéneo, fascista cuyo líder supremo es un cerebro informático, una Inteligencia Artificial, pero también una mente totalitarista que condena a los hombres y mujeres a perder su humanidad. Nada de humano quedaría si se pierde la ilógica y la irracionalidad, aquellas partes que no estarían definidas ni condicionadas por la razón, sino por los sentimientos, los deseos y las emociones.




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