sábado, 25 de noviembre de 2023

Objetivo: Banco de Inglaterra (1960)


Sus inicios en el cine fueron colaborando en los guiones de varias comedias de Marcel Varnel; incluso sus primeras películas, que codirigió junto a Will Hay, pertenecen al género cómico, pero a Basil Dearden no se le recuerda por aquellos primeros trabajos para la Ealing Studios, sino por dramas como Matrimonio de Estado (Saraband for Dead Lovers, 1948) y policiacos como El faro azul (The Blue Lamp, 1950). Cuando la mítica productora de Michael Balcon, para la que Dearden trabajó durante años, se vio obligada a cerrar sus puertas, el cineasta continuó su asociación con Michael Relph, que ejercía de productor de sus películas, logrando mantener su gran nivel fuera de la Ealing, en títulos como Crimen al atardecer (Sapphire, 1959), Víctima (Victim, 1961) o Vida para Ruth (Life for Ruth, 1962). En 1960 regresó a la comedia y lo hizo conservando el espíritu irónico de aquellas Ealing entre las cuales se encuentra el referente de Objetivo: Banco de Inglaterra (The Leagle of Gentlemen, 1960), la seminal y divertida Oro en barras (The Lavender Hill Mob, Charles Crichton, 1951), semilla burlesca que abre la veda de perfectos atracos cómicos a la inglesa, como esta farsa de Dearden o La extraña prisión de Huntleigh (Two Way Stretch, Robert Day, 1960). El cineasta no carecía de experiencia en el género cómico; y no desaprovechó lo aprendido cuando realizó esta película que, por decidirlo de algún modo, reúne a un grupo de granujas cuya imagen opuesta a la italiana de Rufufú (Il soliti ignoti, Mario Monicelli, 1958) no oculta que también lo son de medio pelo


Basada en la novela de John Boland, Objetivo: Banco de Inglaterra es una caricatura de la caballerosidad inglesa, la de esos caballeros que forman el grupo de anónimos que se lanzan a dar el golpe de sus vidas. Como los de Monicelli, también son unos don nadies que deciden dejar de serlo cometiendo un atraco, aunque los personajes de Dearden ocultan su miseria bajo los modales y la fachada de oficiales y caballeros. Todos ellos están retirados de ambos cargos y, salvo el coronel Hyde (Jack Hawkins), tienen trapos sucios que este saca a relucir para convencerles de que se unan a él en la ejecución de su plan: operación “vellocino de oro”, nombre que copia del título del libro (que no es el escrito por Robert Graves) que les envía junto a la mitad de un billete de cinco libras, mitad con la que espera despertar la curiosidad de la ambición. El objetivo de Hyde no es desatar sus pasiones, pues, al contrario que el personaje de Robert Louis Stevenson, es un hombre planificador que ha estudiado cada detalle de su plan y de sus compañeros de cooperativa, la que funda para dar el golpe más audaz tras el asalto al tren de Glasgow. Son ocho miembros, cada uno especialista entrenado por el ejército británico, del cual el coronel quiere vengarse por haberle declarado innecesario después de treinta años de servicio, pero, más que resarcirse, también quiere más cien mil libras que espera conseguir para cada miembros del club en el asalto al banco, que es la fase final del plan que ocupa la segunda parte de una comedia que ironiza sobre la ideosincrasia y la marcialidad británicas, así como los modales y la presunción inglesa de ser la sociedad más civilizada y organizada, de ahí que sus don nadies no sean como los italianos de la película de Monicelli o como los españoles de Atraco a las tres (José María Forqué, 1962), cuya incapacidad para ocultar su desorganización choca de pleno con la planificación de Hyde…



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