sábado, 4 de noviembre de 2023

Welcome (2009)


Fronteras naturales aparte, existen las políticas que un buen día alguien estableció para preservar lo que consideraba suyo. Claro que es más complejo que el capricho de un poder que se impone y determina el dentro y fuera, pero el resultado vendría a establecer que, dependiendo de encontrarse a uno u otro lado del límite establecido, se puede ser privilegiado o lo contrario. Esta situación fronteriza nos alcanza y corrobora su vigencia en cualquier rincón del mundo actual. Lo mismo podría decirse de la emigración, fenómeno de actualidad desde el origen humano, cuando, haciendo honor a su nomadismo primigenio, nuestros antepasados de la Edad de Piedra se pusieron en marcha, en busca de climas y tierras más benignas y productivas; quizá ya entonces, algún sonido gutural significase la promesa de bienestar no siempre alcanzado y nunca igual. Desde entonces, el sol ha continuado saliendo y poniéndose cada día, las fronteras políticas han sufrido cambios, imperios, naciones y pueblos nacieron y murieron, pero la emigración sigue ahí, porque las necesidades humanas, el cubrirlas, obligan al movimiento. Toni (Jean Renoir, 1935), Todos nos llamamos Ali (Rainer Werner Fassbinder, 1973), Lamerica (Gianni Amelio, 1994), Bwana (Imanol Uribe, 1996), Eden al oeste (Costa Gavras, 2009), Welcome (Philippe Lioret, 2009) o Le Havre (Aki Kaurismäki, 2010) abordan entre sus temas la inmigración en países europeos desde perspectivas diferentes, pero todas parecen decir que quien tiene, teme perderlo; y quien no tiene, sueña conseguirlo. Nacer aquí o allí conlleva diferencias, a veces, tan determinantes como excluyentes: tener o no tener.


En la cotidianidad de las poblaciones de los estados de derecho y bienestar las quejas son diarias y constantes; en ellas, el dicho “cuanto más se tiene, más se quiere” se hace máxima y pocos son quienes no la siguen. Quizá lo que tienen no sea suficiente para cumplir todos sus sueños, aunque, en realidad, suele cubrir las necesidades básicas y algunos caprichos, lo cual ya es mucho, si se compara con otros lugares del planeta donde las guerras, el hambre, la falta de agua y de trabajo o la ausencia de otras oportunidades que en el bienestar son cotidianas, forman parte del panorama diario más deprimido. Pero las comparaciones son odiosas, dicen; por ello, en la opulencia no se suele comparar, salvo por ignorancia, por deporte, por vicio, porque a uno le da la gana. A veces, por medir dos objetos similares y otras para que el ego del sujeto que compara se infle un par de milímetros cúbicos al minusvalorar el comparado. Abrumados o superados por el consumo, los precios, los sueldos, el llegar a fin de mes y el resto de problemas diarios que a menudo se magnifican, el convivir con fulano o mengana, la cotidianidad de un trabajo que gusta, que se aborrece, que aburre o al que se va y realiza cual autómata, nos insensibiliza para el dolor ajeno sin ser del todo conscientes de la fortuna de haber nacido aquí y no allí. Y somos inconscientes porque solo vivimos nuestra vida, nuestro ahora en un único lugar, sin capacidad o desinteresados en reconocer otras existencias y conocer qué sucede en otros lugares. Para bien y para mal, lo cierto es que no podemos vivir más existencia que la propia, lo cual, una vez más, corrobora la relatividad de las cosas, así como la imposibilidad de sentir aquello que se desconoce. Por ejemplo, Simon (Vincent Lindon) en Welcome vive su separación de Marion (Audrey Dana). Le afecta y le hace más huraño, hasta que abre los ojos a los problemas de Bilal (Firat Ayverdi). Ambos son los personajes centrales de la película de Philippe Loiret, un film que mira de cara la realidad migratoria en la ciudad costera de Calais.


Si la empatía resulta de dudosa práctica real, no lo es menos la solidaridad de los privilegiados para con los condenados que huyen de sus hogares, porque ya no lo son o nunca lo han sido para ellos. Bilal es un ejemplo entre los millones y millones de desheredados e inmigrantes que suma la Historia. Tiene diecisiete años y su único delito consiste en haber abandonado su casa y caminar durante tres meses para acceder al paraíso que le cierra las puertas. Nacido el 8 de diciembre de 1991, en Mosul, Irak, de ascendencia kurdistaní, creció entre guerras y vivió la guerra, sometido a las inclemencias consecuentes a un espacio bélico, opresivo, represivo, ajeno a la seguridad y las comodidades de las que podrían disfrutar la mayoría de los muchachos europeos de su edad. Su presente deja atrás ese lugar natal y lo enfrenta al camino de ninguna parte y a la ilegalidad del inmigrante, debido a la legislación francesa (y de cualquier país de la Unión Europea) que lo convierte en sospechoso, en alguien no grato, para tipos como el vecino de Simon, incluso en un criminal. Bilal vive aferrado al sueño de volver a ver a su novia, Mina (Derya Ayverdi), quien, desde unos meses atrás, se encuentra en Londres con su familia. Esta circunstancia, unida a la idea de jugar en el Manchester United y enviar dinero a los suyos, fue el detonante para que caminase desde su Kurdistán natal hasta Calais, localidad francesa donde se desarrolla la mayor parte de Welcome, título que incumple su promesa de bienvenida y pone de manifiesto la negativa por parte del paraíso europeo y de sus habitantes, ¿temerosos? ¿Ignorantes? Probablemente, cegados por el miedo, el egoísmo, los prejuicios, quizá por los de un racismo autonegado, pero que, en parte, determina comportamientos como el que censura Marion en el supermercado cuya política prohíbe la entrada a los inmigrantes ilegales. El camino de Bilal a Francia no fue uno de rosas; como tampoco lo es el de Mina, obligada por su padre a un matrimonio indeseado. En un momento de la película, compartido con otros en su situación de desamparo y de espera, Bilal recuerda que al inicio de su viaje fue capturado y torturado por soldados turcos; después, continuó avanzando como buena o malamente pudo hasta alcanzar la costa francesa. Siempre con una meta que, a punto de acariciarla, se encuentra tan lejana como al principio de su odisea existencial…

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