martes, 8 de marzo de 2016

Bwana (1996)



La temática migratoria apenas se ha desarrollado con seriedad dentro de la cinematografía de un país como España, que ha vivido movimientos migratorios constantes, aunque estos, individuales o colectivos, no son exclusividad de ninguna nación. Desde los albores de la humanidad, la búsqueda de espacios donde establecerse forman parte de la especie. "Solo" habría que retroceder unos dos millones de años para comprobar que, por entonces, el
Homo erectus se aventuraba fuera de África para extenderse por Europa y Asia. Aquellos primeros pasos, en busca de lugares que proporcionasen recursos y protección, fueron imitados por nuestro antepasado el homo sapiens durante las continuas variaciones climáticas que se produjeron en el Pleistoceno. Finalmente, la estabilidad atmosférica y adelantos técnicos como el arado posibilitaron su asentamiento "definitivo" en lugares donde desarrollaría las ilusiones de comodidad, control y seguridad. Pero estas ideas, creadas por la mente humana, en su afán de etiquetar lo existente e inexistente, escapan al control aludido. En no pocas ocasiones, se ven alteradas como consecuencia de imprevistos, o previstos que han sido ignorados hasta ese instante, que precipitan la necesidad de dejar atrás las distintas circunstancias que marcan presentes sin futuro, en espacios donde muchos sobreviven o malviven condicionados por hambrunas, guerras, represalias, promesas incumplidas, ausencias de oportunidades y de libertades. Obligados o por decisión propia, miles de hombres y mujeres emprenden el duro viaje hacia el lugar idealizado donde cubrir las necesidades básicas y el bienestar les sea posible. Aunque estos emigrantes sufren múltiples realidades, su finalidad sería similar a la pretendida por Ombasi (Emilio Duale) cuando partió de su tierra natal hacia ese espacio vital donde proyectó el bienestar negado hasta entonces. Pero en la playa española donde Jessy (Andrea Granero) lo descubre, al lado del cadáver de su amigo, el viajero solo encuentra a una familia de clase media a quien exclama <<¡Viva España!>> e <<¡Indurain!>>; tópicos con los que muestra su buena voluntad y su escaso dominio del idioma de una tierra que lo recibe desde el rechazo y el miedo.


Antonio (
Andrés Pajares), Dori (María Barranco) y sus dos hijos representan el miedo, la ignorancia, la insolidaridad y la falta de compromiso. Lo demuestra el comportamiento paterno, el de un hombre incapaz de enfrentarse a sus miserias, rehuyendo los problemas que se le presentan, mintiendo y mintiéndose, para continuar manteniendo viva la mentira de confort que les permite, a él y a los suyos, sentirse seguros. A pesar de las buenas intenciones de Imanol Uribe a la hora de abordar una situación pasada, presente y futura, el tono caricaturesco de Bwana resta veracidad emocional a una película que, por su temática, fue premiada con la Concha de Oro en la 44 edición del Festival de Cine de San Sebastián. Sin embargo, y a pesar de su buena acogida, el empeño de Uribe apenas propició que otros cineastas recogiesen el testigo, que a su vez este había recogido de Las cartas de Alou (Montxo Armendáriz, 1990), y continuasen profundizando en una realidad humana como esa que Antonio y Dori observan a través del retrovisor de su taxi, mientras se justifican diciendo que nada pueden hacer por quien poco antes les había ayudado, convenciéndose a sí mismos y anteponiendo una vez más su comodidad al compromiso que ni quieren ni pueden adquirir, porque los problemas de quienes arriban a las costas españolas implicaría el paso al frente que no están dispuestos a dar. De tal manera su ejemplo se perpetuará en sus hijos, como también lo harán las diferencias y las injusticias sociales que en Bwana se muestran desde el artificio, exagerado, a menudo torpe, y desde los tópicos, innecesarios, con los que se pretende resaltar la ignorancia, los prejuicios y las carencias que se simbolizan en el matrimonio protagonista, pero que, de manera consciente o inconsciente, relegan a un plano secundario los miedos, las necesidades o la desorientación de Ombasi, desdibujado durante esa jornada en la que pierde algo más que su inocencia en el país de sus sueños, el mismo paraíso que le da la espalda, a él y a la realidad que se resumen en los veinte segundos de imágenes en informativos que no profundizan ni en las causas ni en las consecuencias, y que a fuerza de repetirse ya no afectan a la comprensión de un matrimonio que elige el fútbol, los culebrones y vivir en la ignorancia para aumentar la distancia entre ellos y aquellos.



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