—Entonces, ¿no hay esperanza? —pregunta Arletty.
—Los milagros existen —responde, evasivo, el doctor.
—No en mi barrio —niega ella.
Conservar la ilusión y la esperanza en la desesperanza permite al individuo continuar caminando, creyendo posible una realidad mejor, aunque la realidad sea tan cruda como la apuntada en Le Havre (2011). Así parece asumirlo Aki Kaurismäki en esta comedia milagrosa que plantea problemáticas como el trato al inmigrante que el sistema considera ilegal y lo convierte en tal. Esa ilegalidad es fruto de leyes, no de la naturaleza ni de la personalidad, ni de la valía de los hombres, mujeres y niños a quienes los gobiernos de los países de destino consideran sospechosos —como parece corroborar la escena en la que se abre el contenedor donde se encuentran los inmigrantes; en la presencia de fuerzas de asalto policiales en el puerto de Le Havre—, sencillamente porque huyen hacia un futuro mejor, o que ellos sueñan mejor. Desean lo que cualquiera: alcanzar el bienestar que se les niega en sus lugares de origen. Kaurismäki expone la situación de uno de estos viajeros hacia la utopía, lo hace desde los buenos sentimientos que dan forma de cuento de hadas a Le Havre, y desde el humor no exento de ironía y crítica. El cineasta finlandés ofrece optimismo al pesimismo, destellos luminosos a un entorno sombrío al que da color, y combate cinematográficamente la inhumanidad de cualquier sistema numérico socio-político con la solidaridad y la humanidad que se descubren en ese barrio donde, para contradecir las palabras de Arletty (Kati Outinen), sí existen los milagros de la generosidad, la amistad y la ayuda desinteresada.
<<El cine puede mantener la esperanza. Estoy hablando del cine de verdad, no de las tonterías que se suelen proyectar y que se han proyectado siempre. El 90 % son tonterías. Solo vemos la historia de los buenos, los malos, los ganadores de los Óscar, son olvidados>>, comentaba Aki Kaurismäki durante la retrospectiva que el Museo Reina Sofía le dedicó en 2014. No voy a contradecir una afirmación que considero válida, solo apuntar que la esperanza no es la realidad, pero, su existencia y su búsqueda, pueden ayudar a mejorarla. Con sencillez, personalidad y mirada optimista a un panorama social deprimido, Kaurismäki se interesa en Le Havre por los olvidados, los bohemios —el personaje principal es uno de los protagonistas de La vida bohemia (Boheemielämää, 1992)— y los marginados que reúnen su solidaridad para ayudar a Idrissa (Blondin Miguel), el niño gabonés que, tras abandonar el contenedor donde ha permanecido tres semanas encerrado (desde que abandona Gabón hasta su llegada al puerto normando) y escapar de la policía, se oculta a la espera de poder cruzar el canal de la Mancha y, una vez en Londres, reunirse con su madre, quien también sin papeles ha conseguido trabajo en la capital británica. En este caso se trata de resolver un problema individual, aunque solo sea una gota en el océano. No obstante, Marcel (André Wilms) y sus vecinos, salvo del delator (Jean Pierre Léaud) que continuamente llama a la policía, dan el paso que el sistema se niega a dar, puesto que, en tanto conjunto de normas, no siente la vida, la ignora, como ignora la solidaridad y el humanismo que desbordan en ese limpiabotas que regresa a casa cada noche, regresa al lado de su amada Arletty, que, silenciosa, le cuida con cariño mientras guarda para sí su dolencia. En Le Havre, la primera pieza de su trilogía sobre ciudades portuarias, Kaurismäki es optimista sin condiciones, salvo por la idea de que el sistema democrático se desentiende del problema de la inmigración. Solo ordena a sus funcionarios que localicen a los migrantes y los encierren en campamentos o prisiones a la espera de ser repatriados. Aunque creado y compuesto de humanos, el sistema no puede comprenderlo, porque su mecanismo no es humano, todo lo contrario al comisario Monet (Jean-Pierre Darroussin), quien, como individuo, le dice a Marcel que odia ver sufrir a cualquier inocente. Se lo comenta en una de las conversaciones en las que intenta prevenirle, para que apure el paso de Idrissa a Londres, estableciéndose entre ellos una relación similar a la que une a los personajes de Humphrey Bogart y Claude Rains en Casablanca (Michael Curtiz, 1942).
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