jueves, 2 de noviembre de 2023

A vida o muerte (1946)

Afirmar que A vida o muerte (A Matter of Life and Death, 1946) es otras de las grandes películas de Michael Powell y Emeric Pressburger es lo más fácil que se me ocurre expresar respecto a este film que transita entre el sueño, la ironía y la fantasía; pero también soy consciente de que es poco decir sobre el encuentro cinematográfico entre dos mundos irreales que los autores proponen; o los interpreto como tales, porque ambos espacios son de celuloide, imaginados por una pareja artística consciente de que el cine es un medio ideal para hablar de realidades fantaseando. Es su pagina en blanco para rellenar de fabulación y representar historias como la de Peter Carter (David Niven), un comandante de las fuerzas aéreas británicas cuyo regreso a Gran Bretaña, después de una misión de bombardeo sobre suelo alemán, está condenado al fracaso. Aunque el cine no es más que engaño, a veces magistral, no deja de buscar y presentar verdades dentro de las irrealidades expuestas. Powell y Pressburger las encuentra mientras sueñan en armoniosa comunión —armonía artística que se observa a lo largo de los años y películas comunes— explorando formas visuales que ponen al servicio de su intención creativa, como sería el uso del color y del blanco y negro para contraponer los dos espacios donde se desarrolla esta espléndida muestra de su inventiva que apuesta por el amor. Habrá quien no conozca el cine de este dúo al que siempre resulta agradable y sorprendente regresar. En ellos, el cine británico encontró una de sus cimas y, aún hoy, una película como A vida o muerte es un desbordante ejemplo de su fantasía. Lo es ya desde su inicio, cuando nos pasea por el universo y el narrador nos explica el panorama que transitamos, nuestra pequeñez en el universo y nuestro todo que es la vida. En esta introducción, la sensación de estar en un sueño se agudiza; alguien sueña por nosotros o nos invita a soñar con él. Son Powell y Pressburger, que nos sitúan en una Europa en guerra y en las nieblas británicas hacia las que vuela un avión en llamas y… quizá lo dicho hasta ahora, ya sea decir algo más.

El piloto, tranquilo ante lo inevitable, llama a una torre de control. June (Kim Hunter), la sargento estadounidense, responde. El aparato de radio abre el canal para su comunicación, permite su contacto. Las imágenes parecen extraídas de un sueño colorista y pictórico, pero es la realidad del aviador. Gracias a la conversación que mantienen sabemos que todos los tripulantes, salvo el operador, fallecido, y el piloto, han saltado. Mujer y hombre hablan en la distancia, pero también en la intimidad. Peter se despide, ella le ruega que aguarde, que no se lance sin paracaídas, pero ¿qué opción le queda? Solo puede elegir entre morir abrasado por las llamas de la cabina o lanzarse al vacío y morir. Elige esta última opción y, por imposible que parezca, se descubre con vida poco después. Alcanza la costa, pero existe la duda. ¿Está vivo o muerto? Tiene su propia respuesta, contraria a la idea que en el cielo, en blanco y negro, da que hablar. Allí, tienen la certeza de que el piloto es el número que falta en la lista de recién llegados y su ausencia preocupa porque la administración celestial no puede permitirse in fallo en su sistema. El cielo mostrado por Powell y Pressburger no es religioso. No hay santos ni ángeles. Hay burócratas, recién llegados y almas veteranas. Es un lugar administrativo, un tanto kafkiano, donde los números deben cuadrar. Como cielo y administración no cabe la posibilidad de error, aunque los haya, por eso Peter es un expediente abierto que se debe cerrar lo antes posible. De modo que se decide enviar a un francés cursi, amanerado, chovinista e ilustrado para convencer al aviador para que le acompañe al cielo. Sin embargo, Peter se ha enamorado de June y se niega a morir. Se aferra a la vida, pero su imaginación le engaña y la de los cineastas hace lo propio con nuestra percepción de qué mundo es real y cuál imaginario. Ambos parecen fantasías, la que Peter comparte con June en fotografía colorista y en blanco y negro el cielo administrativo y judicial, pues en él se celebra el juicio donde, con ayuda del doctor Reeves (Roger Livesey), el aviador ha de defender su caso contra un fiscal estadounidense (Raymond Massey) cuyo odio por los ingleses ya es legendario



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