sábado, 11 de noviembre de 2023

Robert Flaherty, pionero y aventurero de cine

Suena redundante decir que un trotamundos marcha por distintos lugares del mundo, pero no en todos aquellos donde se detiene busca lo mismo; quizá por ello siga trotando o ni siquiera sienta la necesidad de buscar, solo la de continuar su camino dejándose fascinar en cada nuevo espacio descubierto. Flaherty fue un trotamundos de cine, que llegó al medio sin apenas pretenderlo. Su intento era explorar y vivir una aventura, sin saber que esta marcaría su trayectoria profesional y su entrada en la historia del cine. Lo Imagino cargando con su cámara, a veces acompañado por Frances, su mujer, otras, solitario, perdiéndose en las nieves que blanquean tierras lejanas donde apenas nadie se aventuraba, o salpicado por el agua salada del mar embravecido que bate en Hombres de Arán (Man of Aran, 1934) contra las costas de las islas irlandesas, al que mira a través del objetivo mientras el viento se alía en su contra. Flaherty iba al límite, exploraba y se dejaba fascinar por los paisajes y sus gentes. Allí donde iba, perdía la noción del tiempo “civilizado”. Los días le resultaban distintos; los meses, también. En compañía de Nanuk, dieciséis meses fueron una vida, un periodo inolvidable que dedicó a conocer las costumbres y el hábitat del inui que se convertiría en el protagonista de su primera película, el primer largometraje documental de la historia, y en su amigo. La historia de aquel encuentro la narra en el libro Mis amigos los esquimales (1924); también se cuenta en Mis aventuras con Nanuk el esquimal (Kabloonak, Claude Massot, 1994).


En su individualismo y su ir a contracorriente, simpatiza con Henry David Thoreau; en su contacto con la naturaleza, en aventurarse en ella, Flaherty podría ser un personaje de Werner Herzog. Ambos cineastas guardan parentesco, en su afán de adentrarse allí donde la mayoría no se aventuraba. Pero, hoy, aquel tipo de odiseas en las que Flaherty se aventuraba para filmar sus documentales, resulta impensable; pues los viajes se organizan de modo distinto, la mayoría de las veces programados por empresas de turismo que fijan los itinerarios, el qué hacer, cuándo y a dónde ir. Pero en la época en las que rodaba Nanuk, el esquimal (Nanook of the North Pole, 1922) y Moana (1926), el turismo todavía no era un gran invento, ni el fenómeno masivo, industrial y económico actual, suerte la suya, ni las cámaras fotográficas ni los teléfonos móviles, inexistentes en su época, eran más abundantes que los microorganismos en el agua o en nuestro cuerpo. Por entonces, tampoco había videocámaras; había cámaras cinematografías cuyo transporte no era lo que se dice cómodo. Flaherty no podía meter en el bolsillo o colgarse al cuello su equipo de trabajo, tampoco se hospedaba en hoteles con estrellas y “todo incluido”, ni comía en restaurantes donde la comida ya no es alimento, sino la foto que los comensales mostrarán a los amigos. Donde él se adentraba también había cotidianidad, era de otro tipo, la de hombres y mujeres en trabajos y paraísos perdidos, pues, entonces, todavía quedaban los (llamados) espacios exóticos que el documentalista quiso visitar junto a Frances. Se casaron en 1914 y así seguirán hasta la muerte del cineasta en 1951. ¿Fueron felices? ¿Comieron perdices, un plato de sopa o una lasaña? ¿Quién sabe?

Se sabe que se perdieron felizmente allí a donde llegaron para descubrir y vivir el momento, también para rodar, rodar y rodar. A Flaherty poco le llamaban las tramas y los guiones, los héroes y heroínas de celuloide, aunque, en sus documentales, dramatice situaciones para acércanos a sus protagonistas. Tampoco era de los que mirase el reloj ni los presupuestos, indiferencia que generaba la preocupación de quienes sí lo hacían; caso de John Grierson en Industrial Britain (1931) o Alexander Korda durante el rodaje de Sabu-Toomai, el de los elefantes (The Elaphant Boy, 1937). Así, independiente y despreocupado por el tiempo de rodaje, no podía irle bien dentro de la industria, fuese en Hollywood o en otros lares. Su independencia, su curiosidad y su modo de entender el cine, chocaban incluso con un genio como Murnau, con quien se asoció para rodar un film que, a la postre, sería el último del cineasta alemán. Tras su desengaño con Tabú (1931), Flaherty buscó mayor libertad de acción en Inglaterra, donde John Grierson, Alberto Cavalcanti y otros cineastas estaban desarrollando un documentalismo que llamó la atención del trotamundos nacido en Michigan en 1884. Al director de Louisiana Story (1948), su penúltimo film, le interesaban las personas de carne y hueso, los individuos en acción, enfrentados a la naturaleza a la que se adaptan, en la que viven y han hecho su hogar. Los modelos de Flaherty son extraordinarios para el público, pero, entre ellos, son gente corriente en su medio natural, donde intentan vivir de lo que les ofrece, ya sea de la pesca o del petróleo. En sus películas, asoman las costumbres, los trabajos, las relaciones familiares y las que se establece entre el humano y el entorno, a menudo inhóspito; asoma esfuerzo, inocencia, naturaleza, inconformismo, vida, la captada por la cámara de un pionero y un aventurero de cine….


Filmografía


Nanuk, el esquimal (Nanook of the North Pole, 1922)


The Potterymaker (1925) cortometraje


Moana (1926)


Twenty-Four-Dollar Island (1927) cortometraje 


Industrial Britain (1931) cortometraje 


Art of the English Craftman (1933) cortometraje


The English Potter (1933) cortometraje 


The Glassmarkers of England (1933) cortometraje


Hombres de Arán (Men of Aran 1934)


Oidhche Sheanchais (1935) cortometraje


Sabu-Toomai, el de los elefantes (The Elephant Boy, 1937)


The Land (1942) cortometraje


Louisiana Story (1948)


The Titan: Story of Michelangelo (1950)

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