
El propio Fuller tuvo experiencia de combate durante la Segunda Guerra Mundial, la misma contienda en la que, en sus primeros dos años, los Estados Unidos se negaba a apoyar abiertamente a las democracias europeas, debido a su política de aislacionismo, una guerra que británicos y franceses posibilitaron con su permisividad hacia los totalitarismos que se asentaban en Europa. Inexplicablemente, al menos para muchos, se consintió sin apenas una reprimenda simbólica la conquista italiana de Abisinia, el rearme alemán y la anexión al Reich de territorios soberanos —obligando incluso a Checoslovaquia a ceder ante los caprichos y demandas del líder nazi al que no pocos medios y políticos del “mundo libre” habían ensalzado—, o la participación por todos conocida de alemanes e italianos en la guerra civil española, apoyando a los rebeldes; un par de meses después, los soviéticos entrarían con sus armas, su política y sus asesores en apoyo del otro bando, pero, igual que los otros dos totalitarismos, siempre priorizando sus propios intereses. Sin olvidar el trato de segunda de las potencias occidentales hacia Japón, cuando este quiso jugar en su liga imperialista, ni el temor ni el total rechazo de las democracias capitalistas hacia el imperio soviético de aquel zar de acero que, en 1939, envió al del “cocktail” a firmar el hoy conocido pacto
Ribbentrop-Molotov. La firma de aquellos papeles selló el destino inmediato de Europa y de millones de personas, al implicar que la Alemania nazi y la Unión Soviética se repartiesen Polonia. Dos semanas después, la realidad ya era la guerra. Pero en sus bélicos
Fuller no plantea estas cuestiones políticas e históricas, sino que se decanta por las humanas, pues su paso por el conflicto le supone el contacto directo y, consecuentemente, el haber sobrevivido y el saber de qué habla cuando aborda la situación en el frente y se centra en grupos reducidos en plena lucha o a la espera de entrar en combate. En cualquier caso, envueltos en la guerra: en la de Corea —
Casco de acero (
The Steel Helmet, 1951) y
A bayoneta calada (
Fixes Bayonets!, 1951)—, en la de Indochina —
Corredor hacia China (
China Gate, 1957)— o en la Segunda —
Verboten! (1959),
Invasión en Birmania (
Merrill’s Mereuders, 1962) y
Uno Rojo, división de choque—; en el bando alemán —
Verboten!— o en el estadounidense —
Invasión en Birmania—, cuando las relaciones dentro de los pelotones, que sería algo así como el núcleo familiar de un conjunto más grande, se establecen en la brevedad que puede durar las vidas de sus miembros en campaña…
El grupo que interesa a Fuller, para desarrollar su discurso, está liderado por el veterano sargento al que da vida Lee Marvin. Al inicio del film, el suboficial ignora que la Gran Guerra (1914-1918) acaba de finalizar. Entonces, mata a un soldado alemán, pensando que todavía es su enemigo, pero ha dejado de serlo cuatro horas antes. Curioso, inquietante, extraño, de pesadilla como el ambiente que le envuelve. La acción avanza veintidós años y se centra en ese mismo sargento, pero, además, Uno Rojo, división de choque se interesa en los cuatro soldados que, desde su origen, forman el pelotón que aquel dirige. Uno de esos jóvenes, el interpretado por Robert Carradine, bien podría ser la imagen y la voz de Fuller, se erige en el narrador que recuerda a sus compañeros y las distintas etapas que vivieron, desde el desembarco en Túnez hasta su avance por suelo europeo: Sicilia, Normandía, Alemania, Checoslovaquia... Son momentos de la Uno Rojo de infantería, fuerza de choque se convierte en la punta de lanza del ejército estadounidense en el norte de África, en Italia, en Francia y así hasta Alemania, un recorrido durante el cual sus miembros se dejan la piel y la vida en una serie de batallas cruciales y demenciales en las que la desesperación, el miedo y la muerte se convierten en inseparables compañeras de viaje.
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