martes, 6 de febrero de 2024

El ángel de la calle (1928)

Tras el éxito obtenido un año antes en El séptimo cielo (Seventh Heaven, 1927), Frank Borzage volvió a contar con Janet Gaynor y Charles Farrell para que diesen vida a otra pareja de enamorados en El ángel de la calle (Street Angel, 1928). En esta nueva historia de amor, Borzage ubica geográficamente a sus protagonistas en Nápoles y emocionalmente los sitúa entre el amor y la adversidad que el sentimiento logra superar para engrandecer su unidad, pues solo en su unión y comunión alcanzan la plenitud y la felicidad, incluso en la precariedad y marginalidad. El cine de Borzage vence a la miseria, sus almas de la calle o del campo, que son las que interesan al cineasta a lo largo de su obra fílmica, son el centro de las películas nombradas y de otras igual de espléndidas como Estrellas dichosas (Lucky Star, 1929) o Fueros humanos (Man’s Castle, 1931). Pero Borzage era más que un sentimental que contaba historias de amor, era un cineasta con clase y con un discurso humanista e iluso en el que el amor vence a la guerra, a la intolerancia y a la miseria, que es donde ubica a los personajes que dieron vida Gaynor y Farrell en tres de sus películas, quienes, hacia finales del periodo silente, eran dos de las grandes estrellas de Hollywood. La actriz también brillaría durante los primeros años del sonoro, siendo recordada por su papel en Ha nacido una estrella (A Star Is Born, William A. Wellman, 1937), en la que compartió cartel con Fredrich March.

La elegancia del movimiento de cámara con el que Borzage recorre su decorado napolitano, antes de presentarnos a Angela y la precariedad en la que esta vive junto a su madre enferma, solo es un ejemplo más de su clase a la hora de usar recursos narrativos. Es un cineasta sutil, nada brusco, que expresa la amenaza con las sombras en las que cae y de las que escapa la muchacha tras ser acusada de robo y de prostitución. Perseguida por la “justicia”, Angela logra escapar y regresa al hogar para descubrir que su madre, para quien había ido a por sus medicinas, ha muerto. No le queda nada, salvo seguir huyendo de la Ley, que no atiende a los motivos ni al sufrimiento de sus víctimas, pues la joven no deja de ser una víctima de la miseria que resulta diferente cuando unos feriantes la recogen de la calle y ocultan de la policía. Ya deambulando con la troupe, Gino entra en su vida y ella en la de él. Juntos están a salvo, pueden acariciar la felicidad y la inspiración, la plenitud en la que se descubren hasta que la felicidad es amenazada por el pasado de Angela, aquel del cual creyó haber dejado atrás y Gino desconoce. Esa historia de amor enlaza los mejores títulos de la obra de Borzage y despierta la fantasía, la ensoñación y la posibilidad de la felicidad incluso en la miseria, pero, más que nada, conecta con el público, debido a la emotiva forma de mirar de Borzage, una mirada cinematográfica limpia que sublima el sentimiento. Cree en él, lo desea posible y lo convierte en el motor de su cine y de su visión de la vida…



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