viernes, 9 de febrero de 2024

Big (1988)


¿Qué hay de original y de extraño en que un niño quiera convertirse en adulto, porque, en su ingenuidad, cree que siendo mayor tendrá mayor libertad para hacer cuanto le plazca? No hay ninguna ni nada que sorprenda en ese pensamiento infantil; tampoco es para que los ojos salten de sus cuentas y se estampen en la cara de cualquiera cuando descubren que el mundo adulto no libera; más bien, aumenta la sensación de sometimiento que se acalla y el peso de las cadenas y de las responsabilidades. Aunque se hable de cierta independencia, gracias al trabajo y otros cuentos que dicen que liberan, dicho estado no deja de ser dependiente del dinero, del mercado, de los horarios, de los impuestos, del consumo, de la competencia, de las apariencias... Eso lo descubre el protagonista en la edad adulta que le llega para deparar una aventura de juguetería y centro comercial. De la noche a la mañana, Josh Baskin pasa de adolescente de trece años, aunque por su comportamiento podría tener diez, a hombre de treinta. Se ha cumplido su deseo, el que pide a una máquina, y se descubre siendo un niño grande con rostro de Tom Hanks. La madre (Mercedes Ruehl) se asusta y grita y él huye igual de asustado, pero lo hace en compañía de Billy (Jared Rushton), su “muy mejor amigo”, que le acompaña a Nueva York. En su cuerpo de adulto, Josh pasa una primera noche ruidosa en un hotel de la Gran Manzana, pero, tras esa experiencia que le atemoriza, deja de asustarse y la cosa marcha: la vida le sonríe y vive su primer amor, pierde la virginidad, alcanza el éxito laboral y casi olvida que es un niño; menos mal que está ahí Billy para reaparecer en el momento justo y recordárselo.


La directora del asunto, Penny Marshall, no era suiza, aunque su precisión (para seguir los pasos comunes) lo pareciese. Era estadounidense y la época en la que rueda Big (1988) la sitúa en la década de 1980 y su lugar de trabajo se ubica en Hollywood, donde se maneja con soltura y sabe que debe obtener un éxito comercial para seguir en la brecha. Sabe lo que tiene entre manos, así que poco le interesa el drama que podría conllevar la desaparición del niño o que este descubra que ser mayor ni libera ni es idílico; lo resuelve en un par de secuencias, pues es consciente del final feliz que se avecina, aunque sería una felicidad distinta si el niño regresase a casa con Susan (Elizabeth Perkins), en cuerpo de adolescente o de adulta, y comiesen perdices, al menos durante unos meses. Se decanta por la sonrisa y contentar a los pequeños ochenteros (“pequeños” también incluye a parte del público mayor de edad) con el choque entre el adulto niño y el mundo adulto, pero infantil, competitivo y aburrido, al que accede y en el que se corona rey de la pista. En este ni en ningún otro aspecto Big resulta original en su propuesta. Ni más extraña que cualquier otra ficción convencional; y por ello funcionó en su momento, porque no exigía nada, salvo pagar la entrada o su alquiler en el vídeo-club del barrio, y a cambio ofrecía supuesto entretenimiento y diversión. Fantasía, la justa; en realidad, ninguna, pues cualquier niño sueña más que los responsables de esta película que funcionó (y todavía parece que lo hace) para un amplio sector del público, pero tal aceptación tampoco me dice nada a favor ni en contra de esta comedia de Penny Marshall, que había debutado en la dirección de largometrajes con Jumpin’ Jack Flash (1986) y cuyo currículum quizá no sea para echar cohetes, pero no por ello deja de ser simpático, siendo Big su film más popular, su supuesta obra de prestigio Despertares (Awakenings, 1990) y su obra “reivindicativa” la comedia feminista Ellas dan el golpe (A League of Their Own, 1992), la cual considero la mejor o mas entretenida de sus películas, aunque, como lo escrito en el resto del texto, esta  última apreciación personal tampoco creo que importe mucho a quien lea este comentario.



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