jueves, 8 de febrero de 2024

Persona (1966)


Hay películas que transcienden lo cinematográfico para acceder a un estado inclasificable entre la realidad y el sueño. Persona (1966) es una de ellas. Se puede ver una y mil veces y en cada ocasión te habla y te desvela secretos y misterios de la existencia, te acerca al enigma de quien la sueña al tiempo que desnuda el alma de sus personajes y, quizá, también la del propio Bergman. El cine no es exclusivamente entretenimiento y negocio, al menos no en manos como las de Ingmar Bergman. En las suyas, fue un viaje al interior humano, a los sueños, al sufrimiento, al silencio, a la incomunicación, al amor, a la culpa, a la prisión emocional en la que la actriz Elisabet Vogler (Liv Ullmann) y la enfermera (Bibi Andersson) que la asiste viven en Persona. Magistral ejemplo de su hacer, Bergman insiste en su película en viajar a la interioridad humana, un espacio psicológico complejo y contradictorio. No se preocupaba por plasmar en la pantalla la situación del entorno donde ubica y viven sus personajes; esto no quiere decir que no les afecte. Se preocupaba por desvelar el mundo interior de estos, a partir de las relaciones íntimas y personales que establecen con ellos mismos y con otros. En realidad, su cine escapa a la realidad mundana porque es una continua huida hacia lo que hace al individuo persona. Así viaja hacia recuerdos, sentimientos e inquietudes y consigue moverse entre sueño y realidad sin esfuerzo —tal como apunta en la Linterna mágica—. ¿Sufrimientos propios? Puede,  pues todo artista plasma en su obra parte de sí. Bergman deja en ella su poética filosófica del ser humano. Eso le hizo distinto, le hizo un cineasta único como pudieron serlo Andrei Tarkovski, Luis Buñuel —cuyos orígenes surrealistas (y oníricos) parecen influenciar el inicio del film de Bergman—, Michelangelo Antonioni o Federico Fellini, quienes, como el sueco, crean de dentro afuera; o lo que sería similar: plasman parte de su universo interior en la pantalla. En eso, Bergman era un maestro y Persona es buena prueba de su magisterio para indagar en la psicología humana, pero, precisamente por ello, también resulta una película exigente no apta para todo tipo de público. 


<<¡Oh, vosotros, los hombres! ¿No veis mi gran engaño? Yo pensaba, de hecho, que cada tono de voz y cada palabra que salía de mi boca era una mentira, un juego de vacío y tedio. No había más que un medio para salvarse de la desesperación y el colapso. Callar. Desde detrás del silencio, alcanzar claridad o por lo menos tratar de reunir los recursos que se nos pueden ofrecer?>>, apunta Bergman en su cuaderno de trabajo, con fecha 20 de mayo de 1965, mientras le da vueltas a su proyecto Persona. ¿Qué desesperación? ¿La del ser? Al prescindir de la idea de ser divino que rige las existencias y de un vida eterna que recompensa o castiga la terrenal, el ser humano rompió las cadenas y se vio libre, pero era una libertad que le daba vértigo, pues se vio ante el abismo, se vio ante su propia existencia, ante su mortalidad. Descubrió ante sí su insignificancia y se supo una partícula minúscula en la inmensidad del universo. Estaba huérfano y era mortal, sin opción a la vida eterna que le había dado esperanza y calmado cuando nada jugaba a su favor. La existencia de lo divino fue al tiempo cadena de sometimiento y colchón frente a las dudas existenciales. En Bergman, en sus personajes, ese colchón desparece y enfrenta a sus criaturas a la existencia, generando en ellos la angustia referida por Kierkegaard como <<una categoría del espíritu que sueña>>, mira <<su propia posibilidad>> y siente <<el vértigo de la libertad>>, así como la aspiración máxima de la que habla la doctora (Margaretha Krook) que atiende a Elisabet: <<El sueño imposible de ser. No de parecer, sino de ser. Consciente en todo momento. Vigilante. Al mismo tiempo, el abismo entre lo que eres para los otros y para ti misma, el sentimiento de vértigo y el deseo constante de, al menos, estar expuesta, de ser analizada, diseccionada, quizá aniquilada...>> Entonces, ¿cuál es el sentido de ser? ¿Nacer para ser o nacer para morir? ¿o ser para ser libre o ser libre para ser? ¿Qué es verdadero y que imitación o engaño? Elisabet vive su crisis existencial al lado de Alma, la enfermera que la acompaña a la isla donde su relación se hace más íntima, más extrema, más conflictiva, donde sus rostros y sus cuerpos se oponen, se descomponen, se componen o se funden en una persona en la que la una es la otra y la otra, la una, quizá las dos o ninguna, pero, en cualquier caso, en un mundo donde la apariencia y la mentira parecen o pasan por verdad, ¿qué posibilidad de encontrar verdad le queda a la persona?



No hay comentarios:

Publicar un comentario