En La reina de desierto (Queen of the Desert, 2014) Werner Herzog no alcanza el esplendor ni asume riesgos como en otras de sus películas, pero lo aparentemente convencional que acompaña a la aventura de Gertrude Bell (Nicole Kidman) por Persia y el desierto de Arabia tampoco desentona dentro de aquello que en sí, más que una filmografía, parece una búsqueda de personajes y situaciones al filo de lo imposible. Solo hay que echar un vistazo a los títulos que componen su obra, incluso al propio personaje Herzog, y se comprende que sus propuestas insisten en esos personajes que se salen de la norma; es decir, que abandonan lo posible y lo permitido para adentrarse por caminos inexplorados y llenos de dificultades, prácticamente insalvables. Son los representantes de una humanidad que se niega a claudicar al conformismo dominante en la sociedad a la que dan de lado para aferrarse a su sueño, quizá a su locura existencial. Esa misma búsqueda, el vivirla, es su victoria, tal vez pírrica o insignificante a simple vista, y su derrota, pues ambos polos parecen ir unidos. Pero lo importante no es el fin, sino el camino emprendido y que a Gertrude Bell le lleva a Persia y a otros lares de Oriente Próximo —la película se filmó Petra (Jordania) y en Marruecos, donde el realizador ya había rodado con anterioridad—, un lugar que a priori parece no estar hecho para ella; tampoco lo parecía para T. E. Lawrence —en el film interpretado por Robert Pattinson— y le entró en la sangre. En 2016, Sabine Krayenbühl y Zeva Oelbaum realizarían el documental Cartas desde Bagdad (Letters from Baghdad, 2016), en la que Tilda Swinton daba voz a algunos de los escritos de la heroína aquí interpretada por Nicole Kidman.
De clase acomodada y aburrida, esta arqueóloga, escritora, exploradora, cartógrafa y aventurera busca y sueña libertad, pero le valdría con escapar de la mojigata y conservadora sociedad victoriana en la que nace, crece y se muestra distinta. En 1888 se convierte en la primera graduada en Historia en la Universidad de Oxford, pero, debido a su condición de mujer, su logro académico queda relegado a un plano honorífico. Mas minucias como esa no detienen a esta viajera incansable que llega a Teherán, donde su tío ejerce de embajador británico, y allí conoce a Henry Cadogan (James Franco), con quien inicia su primer romance —pasados los años vivirá un segundo, junto a Richard Wylie (Damian Lewis)— y la aventura existencial que hará de ella una reina sin corona del desierto, conocida como al-Khatun (consejera del rey), y una de las figuras más importantes de un momento crucial para el mundo: la división del imperio otomano entre las potencias europeas vencedoras en La Gran Guerra (1914-1918), sobre todo entre Reino Unido y Francia, imperios que no cuenta con el factor árabe que sí contempla la heroína cuando es requerida para trazar las nuevas fronteras de Oriente Próximo. Como cualquier otro largometraje de ficción de Herzog hay en sus imágenes algo del género documental —cuando la película es un documental, el cineasta introduce ficción—, que en La reina del desierto se encuentra precisamente ahí, en los espacios y los paisajes transitados por el film y recogidos por la cámara, ya sea el mercado, las ruinas, la “torre del silencio”, las excavaciones, los fenómenos atmosféricos o sobre la arena y bajo el cielo donde Getrude se iguala a Aguirre, Fitzcarraldo y tantos otros personajes de Herzog, que tienen en común la idea que el cineasta bávaro pone en ellos, una que los convierte en particulares que se aventuran para perderse y encontrarse, para conocerse y hallar sus límites, su libertad, su poesía de la vida…
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