jueves, 15 de febrero de 2024

Burt Lancaster, en la memoria

Hacer memoria suele ser un ejercicio forzado, pues se busca en ella para reconstruir y, a no ser que sea compartida, entra en terreno personal. Por ese territorio me muevo ahora, sin pretender unanimidad ni objetividad, pues toda memoria es un espacio subjetivo donde el sujeto crea sus recuerdos condicionado por el tiempo que separa lo que fue de lo que es. Así miro atrás y me veo en un videoclub alquilando Otra ciudad, otra ley (Tough Guys, Jeff Kanew, 1986); la alquilo porque sus protagonistas son Burt Lancaster y Kirk Douglas, quienes ya habían compartido pantalla en títulos como Duelo de titanes (Gunfight at O. K. Corral, John Sturges, 1956) o Siete días de mayo (Seven Days in May, John Frankenheimer, 1963). Son los años ochenta del siglo pasado y me interesa más verlos a ellos de tipos duros dando guerra que a E. T. aprendiendo a pedalear o queriendo telefonear a casa, a Peggy Sue casándose o a héroes de acción más del gusto de la gente de mi edad de entonces. No es que me disgustase ver a Stallone subiendo escaleras a ritmo de Bill Conti o reventando a la policía y a la guardia nacional en Acorralado (First Blood, Ted Kotcheff, 1982), a Eddie Murphy revolviendo Hollywood mientras Mad Max continuaba el recorrido que le llevaría hasta Tina y más allá de la “cúpula del trueno”, o a Harrison Ford en plan Indiana, fastidiando, con o sin su padre, a un puñado de nazis. Pero me resulta fácil comprender mis preferencias.

Desde que tengo memoria, Lancaster es de mis héroes de cine, me digo mientras busco en el local algún rastro de Charles Chaplin, Buster Keaton, Harold Lloyd, el gordo y el flaco, James Stewart, Cary Grant, Gary Cooper, John Wayne, Humphrey Bogart, James Cagney, Jack Lemmon, Walter Matthau, Spencer Tracy, Henry Fonda o Gregory Peck en plan el hombre de Boston. En el vídeo club apenas hay lugar para ellos. Me encuentro con algún Eastwood, un Toro salvaje y aquel grupo de Rebeldes (Outsiders, Francis Ford Coppola, 1984). No está mal, pero las estanterías las dominan otros rostros; algunos ni siquiera humanos. Son territorio para tiburones, gremlins, aliens, locas academias, albóndigas, Johnny 5, el Cruise de Top Gun (Tony Scott, 1985) y Cocktail (Roger Donaldson, 1988), el Schwarzenegger de Comando (Mark L. Lester, 1985), Depredador (John McTiernan, 1987) y Perseguido (The Running Man, Paul Michael Glaser, 1987) o aquel que no deja de desaparecer en combate. También hay una zona prohibida, la reservada al cine para adultos, que, ante mi imposibilidad de entrar en ella, solo puedo imaginarla. Sospecho (por el nombre) que allí se esconde un tipo de cine maduro y de complejidad intelectual que me está vedada debido a mi incapacidad reflexiva, pues soy inmaduro y simple. Acepto que aquel tipo de cine está lejos de mis posibilidades. No es culpa suya ni mía si un mayor infantilismo empieza a ganar la partida, tampoco me importa quien la tenga, pues solo pretendo pasar un buen rato. Disfruto parte de mi infancia descubriendo en televisión películas protagonizadas por Burt Lancaster y el resto de los nombrados. Veo El halcón y la flecha (The Flame and the Arrow, Jacques Tourneur, 1950) y Los profesionales (The Professionals, Richard Brooks, 1966), El nadador (The Swimmer, Frank Perry, 1968), Atlantic City (Louis Malle, 1980) y tantas otras.

El tiempo pasa y, cuando me doy cuenta me acerco a la treintena, ya no soy un niño y acumulo mucho cine en la memoria. ¿Qué películas me quedaban por ver suyas? Pienso que pocas o ninguna, quizá por ello vuelvo a verlo en personajes en los que lo daba todo. Ya tengo una década más a cuestas, pero él sigue ahí, sin afectarle el tiempo o jugando con él, pues aparece mayor y joven, haciendo de héroe o de antihéroe, dependiendo de mi capricho a la hora de escoger este u otro título. En la mayoría da vida a seres palpitantes, vivos, incluso cuando tocaba hacer de villano o de ser un hombre cansado y olvidado. Entonces lo supe con certeza. Era uno de los grandes. Un decenio más me permite regresar a sus películas y decirme que en sus roles alejados de la heroicidad destaca su capacidad dramática, también un tono canallesco que le aporta un plus a su talento. Pícaro en Veracruz (Vera Cruz, Robert Aldrich, 1954), villano intelectual en Chantaje en Broadway (Sweet Smell of Success, Alexander Mackendrick, 1957), esplorador crepuscular en La venganza de Ulzana (Ulzana’s Raid, Robert Aldrich, 1972), en la que trabajaba por tercera vez bajo la dirección de Aldrich, cuyo primer encuentro había deparado su rebelde Apache (1954). Pero no fue Aldrich con quien colaboró en más ocasiones. Fue con John Frankenheimer. Lo hizo en cinco films que aún hoy lucen y permiten el lucimiento del actor: Los jóvenes salvajes (The Youngs Savages, 1961), El hombre de Alcatraz (Birdman of Alcatraz, 1962), Siete días de mayo (Seven Days in May, 1963), El tren (The Train, 1964) y Los temerarios del aire (The Gypsy Moths, 1969)… Su inicio en el cine no pudo ser mejor, o tal vez sí, pero me conformo con decir eso y continuar mi recorrido por la memoria y el cliché. En todo caso, fue de impacto en Forajidos (The Killers, 1946), junto a Ava Gardner y dirigidos por Robert Siodmak, quien volvería a contar con él en otro título clave del cine negro, El abrazo de la muerte (Criss Cross, 1949), y en una aventura para el recuerdo: El temible burlón (The Crisom Pirate, 1952). Burt Lancaster se convirtió en estrella, de las más grandes de Hollywood, pero también en un gran actor (y más adelante, productor), como demostró a lo largo de cuatro décadas dedicadas al cine. No era un tipo que se asustase a la hora de aceptar desafíos; es decir, no temía alejarse de la zona de comodidad que suponían los papeles de héroe; más bien, prefería los de antihéroe. Incluso aceptaba villanos como el marido de Voces de muerte (Sorry, Wrong Number, Anatole Litvak, 1948) o aquellos que, a priori, no encajaban en su condición atlética, tal cual el embaucador de El fuego y la palabra (Elmer Gantry, Richard Brooks, 1960) o su aristócrata en El Gatopardo (Il Gattopardo, Luchino Visconti, 1963), para la que envejeció y dotó de desencanto a su conde Salina, y su profesor en Confidencias (Gruppo di famiglia in un interno, 1974), en la que también fue dirigido por Visconti…


Filmografía comentada en el blog


Forajidos (The Killers, Robert Siodmak, 1946)


Fuerza bruta (Brute Force, Jules Dassin, 1947)


La hija del pecado (Desert Fury, Lewis Allen, 1947)


Voces de muerte (Sorry, Wrong Number, Anatole Litvak, 1948)


El caso 880 (Mister 880, Edmund Goulding, 1950)


El halcón y la flecha (The Flame and the Arrow, Jacques Tourneur, 1950)


El temible burlón (The Crimson Pírate, Robert Siodmak, 1952)


De aquí a la eternidad (From Here to Eternity, Fred Zinnemann, 1953)


Apache (Robert Aldrich, 1954)


Veracruz (Vera Cruz, 1954)


Trapecio (Trapeze, Carol Reed, 1956)


Duelo de titanes (Gunfight at the O. K. Corral, John Sturges, 1956)


Chantaje en Broadway (Sweet Smell of Success, Alexander Mackendrick, 1957)


Torpedo (Run Silent, Run Deep, Robert Wise, 1958)


Mesas separadas (Separate Tables, Delbert Mann, 1958)


El fuego y la palabra (Elmer Gantry, Richard Brooks, 1960)


Vencedores o vencidos (Judgenment at Nueremberg, Stanley Kramer, 1961)


El hombre de Alcatraz (Birdman of Alcatraz, John Frankenheimer, 1962)


Ángeles sin paraíso (A Child Is Waiting, John Cassavetes, 1962)


Siete días de mayo (Seven Days in May, John Frankenheimer, 1963)


El gatopardo (Il Gattopardo, Luchino Visconti, 1963)


El tren (The Train, John Frankenheimer, 1964)


Los profesionales (The Professionals, Richard Brooks, 1966)


Aeropuerto (Airport, George Seaton, 1969)


La venganza de Ulzana (Ulzana’s Raid, Robert Aldrich, 1972)


Acción ejecutiva (Executive Action, David Miller, 1973)


El puente de Casandra (The Cassandra Crossing, George Pan Cosmatos, 1976)


Novecento (Bernardo Bertolucci, 1976)


Atlantic City (Louis Malle, 1980)


Un tipo genial (Local Hero, Bill Forsyth, 1983)

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