sábado, 17 de febrero de 2024

Yo la conocía bien (1965)

El esplendor del cine italiano en la primera mitad de la década de 1910 se basó en la grandiosidad de sus propuestas épicas; lo opuesto a lo que se buscó cuando, tras la Segunda Guerra Mundial, volvió a brillar en el neorrealismo y en el cine de los 50 y 60. Durante este periodo fue una de las cinematografías más ricas del planeta gracias al talento de sus directores, guionistas, actores, actrices, compositores, directores de fotografía… e incluso productores. La lista de nombres propios que dieron esplendor a esa época se alargaría de aquí a Roma y llegaría hasta la bella y vivaracha Nápoles. Por tener, el cine italiano y, en particular, la comedia italiana lo tenían todo, o casi, incluso la capacidad de reírse de sí mismo con ironía y con el valor de hacer uso crítico de ella. En pocas cinematografías, por no decir “en ninguna”, han sabido reírse tanto, con tan mala leche y descaro de los defectos propios, que la italiana. Sus autores miraban de cara la sociedad y al (falso) progreso tras el que se escondían abusos de poder, corrupción, picaresca y la hipocresía que los Mario Monicelli, Dino Risi, Ettore Scola, Antonio Pietrangeli o mismamente Vittorio De Sica en El especulador (Il Boom, 1963) sacaban a relucir en la pantalla con tal descaro y capacidad crítica que daban ganas de reunirlos a todos e invitarles a una cena en cualquier trattoria que escogiesen. Claro está, me aliaría con Alberto Sordi y Ugo Tognazzi, tal vez con Nino Manfredi, para arreglar que fuesen otros quienes abonasen la cuenta. ¡Venga otra botella de nero d’Avola!, pediría Vittorio Gassman. ¡Mejor otras dos!, exclamaría Marcello Mastroianni para continuar con buen sabor de boca charlando sobre cómo se les ocurrió y cómo lograron llevar a cabo este tipo de cine satírico, retrato social demoledor, que encuentra en películas como Yo la conocía bien (Io la conoscevo bene, 1965) momentos ejemplares. En esta comedia descarnada, Pietrangeli, con la colaboración de Ruggero Maccari y Ettore Scola en el guion, retrata a la sociedad italiana de los años 60 (siglo XX), la del Desarrollo y supuesta liberación, pero también retrata o deja retratada a la propia industria del espectáculo. Centrándose en el personaje de Adriana (Stefania Sandrelli), Pietrangeli realiza un recorrido tragicómico por un entorno egoísta y cruel donde la miseria y la hipocresía moral se esconden tras un barniz dorado. Su protagonista vive la amarga “dolce vita”, tras abandonar su pueblo y buscar su lugar en la modernidad urbana que le ofrece subir a cambio de sexo. Pero ella no se acuesta por dinero o por llegar a la cima. Adriana va descubriendo que no es nada fácil ser joven y guapa en la Italia del desarrollo. Busca su independencia y su éxito, pero es ingenua y enamoradiza. Se deja llevar y conquistar por los hombres, que resultan querer lo mismo de ella: su belleza. Adriana es la imagen de la joven italiana en busca de su lugar en la modernidad, pero ¿cuál es su lugar, si es que hay uno para ella, si sus experiencias personales y laborales van mermando su ilusión y llenándola de vacío?



No hay comentarios:

Publicar un comentario