domingo, 4 de febrero de 2024

La vida de un bombero americano (1902)

No hay la menor duda de que el primer gran pionero del cine estadounidense fue Edwin Spencer Porter, prueba de ello son su Asalto y robo de un tren (The Great Train Robbery, 1902) o este cortometraje estrenado en enero de 1903 en el que se centra en la actividad laboral de un bombero. Producida por la compañía de Edison, La vida de un bombero americano (Life of an American Fireman, Edwin S. Porter y George S. Fleming, 1902) eleva el ritmo de la acción y emplea un tono realista, prácticamente documental, que sería recogido por futuros films. En esta (y en otras) películas, Porter evolucionaba el cine; sin él sería difícil de explicar posteriores cineastas, tal que David Wark Griffth, que fue actor en varias películas suyas, pero llegó un momento en el que ya no se encontraba, o no encontraba su lugar en el cine, de modo que en 1915, después de centenares de películas a sus espaldas, abandonó el negocio.

Al inicio de La vida de un bombero americano, Porter muestra la habitación donde el protagonista aguarda y descansa, es el bombero de guardia. En ese instante, en otro lugar de la ciudad, una mujer acuesta a su hija. Él lo ignora, aunque el público lo ve en la parte superior derecha de la pantalla. Estamos ante una de las primeras multipantallas de la historia del cine, quizá la primera, que permite a su responsable plasmar en un mismo instante cinematográfico dos realidades que se desconocen entre sí y que suceden al mismo tiempo y en lugares diferentes, que no distan entre sí mas que unas cuantas calles. Esta novedad no es baladí ni ornamento; tiene importancia narrativa y algo más. Vendría a confirmar lo ya sabido, aunque a veces olvidado cuando uno asume ser el ombligo del mundo, solo uno más entre miles de millones de ombligos. Porter confirma la ignorancia entre existencias que no tardarán en cruzarse. Las vidas ajenas quedan veladas para las propias —el bombero nada sabe de la madre y de la hija, tampoco estas saben que aquel les salvará la vida— por nuestra imposibilidad de vivirlas, de verlas o sentirlas, pues nos es imposible estar en otros cuerpos y en dos lugares (y más) al mismo tiempo. Así, se nos escapan las emociones, vivencias y situaciones ajenas; permanecen ocultas o, de conocerlas, sencillamente las ignoramos o proyectamos en ellas nuestras ideas (las que permiten creer conocerlas). Porter rompe esa barrera en la pantalla al mostrar dos vidas, dos espacios, dos situaciones distantes en el mismo instante…

Suena la alarma, el descanso toca a su fin y el resto de compañeros, que dormían en el piso superior, se deslizan hacia el bajo donde suben a los vehículos, por entonces todavía tirados por caballos. Abandonan la estación con presteza. Acuden a apagar el fuego. Los coches avanzan veloces por calles donde los curiosos se detienen a observar. Llegan al edificio en llamas. Una mujer se encuentra atrapada en la habitación en la que irrumpe el bombero tras tirar la puerta abajo. La salva sacándola por la ventana y regresa para rescatar a una niña que permanecía oculta bajo las sábanas. Son la madre e hija que al inicio asoman en el globo que se inserta en una de las esquinas de la imagen principal. Finalmente, el bombero y un compañero logran apagar el fuego. Pero eso no es lo más interesante del film, tampoco la velocidad que Porter imprime a la acción, sino como el cineasta muestra dos lugares en la misma imagen y, ya al final, el mismo momento en dos secuencias distintas, desde dos perspectivas que se complementan. Primero, desde dentro del edificio y después, desde fuera. Así se comprende cómo el bombero sabe de la existencia de la niña cuando, al dejar a la madre a salvo, esta, de modo expresivo y nervioso, le indica que su hija permanece en la habitación en llamas…



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