viernes, 10 de marzo de 2023

Demolition Man (1993)

Los Ángeles 1996, ciudad y año en la que se inicia este típico producto de acción (explosiones, peleas, persecuciones, tiroteos, chistes fáciles,…) producido por Joel Silver para llenar su hucha y para lucimiento de sus estrellas: Sylvester Stallone y Wesley Snipes, quienes dan vida respectivamente al héroe John Spartan y al villano Simon Phoenix. Tras su primer enfrentamiento en la pantalla, los dos duermen como angelitos y despiertan en Los Ángeles, después de treinta y seis años criogenizados. Ante ellos, el futuro, año 2032, que ya es el presente que descubren ordenado, previsible, falto de sexo, de papel higiénico, de armas de fuego y de sal. Se trata de una sociedad que presume y consume falsa felicidad, lo que vendría a confirmar que se trata de un mundo idiotizado, infantil, totalmente alienado y manejable como también lo era la época en la que les mandaron a dormir; solo que ellos no lo sabían porque ninguna época es capaz de reconocerse en plenitud, necesita tiempo, pero, cuando se descubre, ya es una época posterior. Lo curioso de Demolition Man (Marco Brambilla, 1993) no es que se trate de un película inspirada en Un mundo feliz de Aldoux Huxley, que ya había inspirado otros films antes, sino que haya quien considere este intento de comedia de acción futurista como una crítica de días pasados y de nuestros días. Es evidente que no, que lo suyo va de “dame palomitas”. La propuesta de Demolition Man es simple y no se ruboriza por serlo, ni busca ser otra cosa. No pretende plantear cuestiones metafísicas, ni políticas ni sociales como distopías más sesudas y logradas, tipo Metrópolis (Fritz Lang, 1927), La vida futura (Things to Come, William Cameron Menzies, 1936), Fahrenheit 451 (François Truffaut, 1966), Alphaville (Jean Luc Godard, 1965) o Están vivos (They Alive, John Carpenter, 1988).

En Demolition Man no hay intención discursiva, su plan tampoco consiste en cuestionar el mundo ni el rumbo que sigue, ni pretende ser premonitorio, de esos films que alguien ve años después y cree encontrar en ellos un mensaje que afirma algo así como “te lo advertí”. A posteriori, resulta sencillo encontrar en cualquier película ambientada en un futuro distópico, mensajes y reflejos de actualidad, incluso se pueden encontrar en este film de evasión y ruido dirigido por Marco Brambilla que apuesta por el choque entre dos estrellas del cine de acción —el duelo Stallone vs Snipes— y el chiste que implica enfrentar a un tipo duro del pasado con el presente blandengue y políticamente correcto en el que despierta sin posibilidad de comer una hamburguesa grasienta —en su visita a la clandestinidad del subsuelo podrá saborear la deliciosa burguer de rata picada— o de “echar un polvo” como los de antes. Pero lo cierto es que vista hoy, entre explosiones, humor y tópicos, Demolition Man advierte lo que otras muchas producciones cinematográficas y obras literarias que aventuraron futuros poblados por idiotas; una advertencia que parecía decir “cuidado con la dictadura de la idiotez, de la corrección, de la imagen y del infantilismo”. Y quizá esto ya no sea ciencia-ficción, sino parte de la realidad. Como otras películas del género, el futuro/presente de Demolition Man vive bajo la opresión de la apariencia y de lo políticamente correcto; es un entorno fascista, totalitario, en el que se ha eliminado el sexo físico, sustituido por una especie de “orgasmatrón” portátil que no contenta a Stallone; a Snipes no sabemos, pues, como villano, solo le permiten hacer chistes y frases hechas para villanos y cargarse a quien le salga al paso mientras intenta materializar su ambición imposible: ser el amo de la ciudad. Imposible porque, por mucho que haga y diga, ni en el pasado, ni en el presente ni en el futuro, nunca podrá vencer al héroe y este no es otro que Stallone, que para eso fue (y volvería a ser) Rocky y Rambo, aunque aquí hace de policía ex-convicto —en el pasado le condenan por homicidio involuntario, tras haber detenido a Phoenix— y de rebelde que se limpia el culo con el papel de las multas por violación del estatuto de moralidad verbal.



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