Metrópolis (1926)
En el número 99 de la revista francesa Cahiers du Cinéma, Fritz Lang se mostró tajante al respecto de una de sus películas más mitificadas. <<Soy muy severo con mis obras. No puedo seguir diciendo que el corazón es el mediador entre la mano y el cerebro, porque se trata de un problema simplemente económico. Es por ello que no aprecio mucho Metrópolis. Es falso, la conclusión es falsa, no la aceptaba cuando realicé el film>>. Después de esta categórica sentencia, no me cabe la menor duda de que, para Lang, las conclusiones que presenta su film son forzadas. No obstante, y a pesar de la veracidad de sus palabras y del ingenuo mensaje que encierra la película, Metrópolis se convirtió en un hito, sobre todo, gracias a la concepción artística y visual de la urbe futurista donde se produce el levantamiento de una clase social privada de la felicidad y de la armonía que disfrutan los privilegiados que habitan en la superficie. El diseño de la megápolis empezó a gestarse en la mente de Fritz Lang cuando viajó a Nueva York para firmar varios contratos de distribución de sus películas. Desde la borda del barco observó las grandes moles de hormigón que se levantaban majestuosas ante sus ojos, desacostumbrados a ver construcciones que parecían rascar el cielo. Aquella sorprendente imagen le sirvió de inspiración para la colosal creación visual de Metrópolis. De ese modo, la historia escrita por Lang y Thea von Harbou, su mujer por aquellos años, había encontrado su forma física, convirtiéndose en uno de los logros visuales más importantes e impactantes de la Historia del cine. La ciudad, inmensa, vanguardista, plagada de vehículos y aviones que vuelan entre y sobre sus elevados edificios, muestra el progreso y la opulencia de una sociedad desigual, sostenida por el esfuerzo de los obreros que, sin descanso, trabajan en arduos turnos de diez horas, lo cual les impide pensar, disfrutar o quejarse. Estos infelices viven en las catacumbas donde María (Brigitte Helm) se ha convertido en su guía espiritual. Ella predica la paz, la armonía y la hermandad, no la rebelión violenta, y sus palabras llegan a los oídos de sus compañeros, e incluso a los de Freder Frederse (Gustav Froelich), el hijo del amo de la urbe, que se cuela en el submundo tras intercambiar su identidad con un operario. Como consecuencia de la falsa identidad que asume, Freder descubre una realidad injusta en la que miles de seres humanos se ven reducidos a la condición de esclavos. Al mismo tiempo que comprende esta verdad, nace su atracción hacia María, el auténtico corazón de Metrópolis. En su relación con la joven, Freder Fredersen comprende que su felicidad se sustenta sobre la infelicidad de la gran mayoría, un hecho que le obliga a replantearse sus creencias y a posicionarse a favor de los oprimidos. Este despertar provoca el enfrentamiento con la visión de su padre (Alfred Abel), quien en todo momento ha sido consciente de las injusticias que imperan en una ciudad al borde de la revuelta, que es provocada por él mismo y por el científico Rotwang (Rudolf Klein-Rogge). La gestación del complot para acabar con la escasa resistencia de los esclavos-obreros se produce entre ese líder insensible al dolor los trabajadores y un científico loco que ha desarrollado un humanoide antepasado de C3PO, al que dota de las facciones de María, a quien pretende suplantar para sembrar el caos, el odio y el fin de cualquier posible mejora social. A pesar de no encontrarse entre las favoritas de Lang, Metrópolis, es un film que marcó un antes y un después, quizá no por su argumento o por su narrativa, pero sí por otras dos razones: la primera se encuentra en su innovación visual y conceptual, y la segunda en ser una obra fundacional de la ciencia ficción cinematográfica, fuente de inspiración para futuras generaciones de cineastas que se vieron influenciados por su estética vanguardista, prueba de ellos son La vida futura (Things to Come; William Cameron Menzies, 1936), Blade Runner (Ridley Scott, 1982) o Sky Captain y el mundo del mañana (Sky Captain and the World of Tomorrow; Kerry Conrad, 2004).
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