lunes, 6 de marzo de 2023

Caos (2001)


Narrada en su práctica totalidad en tiempo presente y en su parte central en pasado, Caos (Chaos, 2001) se inicia con el matrimonio protagonista al que Coline Serreau define por las prisas, la incomunicación —bajan espalda con espalda en el ascensor—, por el miedo y el egoísmo extremo que define a Paul (Vincent Lindon), un egoísmo que se manifiesta abiertamente cuando cierra las puertas del automóvil ante la petición de auxilio de la joven que es brutalmente golpeada por tres individuos. Nada hace, salvo limpiar el parabrisas de sangre, primero es él y después, también; mientras Hélène (Catherine Frot) dice que deberían llamar a los bomberos o a una ambulancia. Pero tampoco hace más, todavía bajo la impresión de lo que acaba de presenciar y bajo el dictado de su marido. La siguiente escena se desarrolla por la mañana. Ambos se visten con celeridad antes de recibir la inesperada visita de la madre de Paul, a quien Hélène dice que su hijo no está. Pero la madre le ve bajar por las escaleras. Una situación similar vive ella con Fabrice (Aurélien Wiik), su hijo, cuando esa misma mañana acude a visitarlo a su estudio. Es lo que aprendió, es el mundo en crisis que la directora parisina muestra en sus películas. En Caos, el título apunta el colapso y el posterior desorden liberador que indica que, para Serreau, hay esperanza. Plantea el problema y da una solución que quizá sea ilusoria o ingenua, quizá también la única posible para sus protagonistas femeninas: el amor y la solidaridad entre ellas, tres (y cuatro) mujeres que enlazan generaciones que han sufrido abusos, indiferencia, sometimiento…


La solidaridad y las simpatías de Coline Serreau en Caos son para esas tres mujeres de distintas edades —juventud, madurez, vejez— que han sido oprimidas, utilizadas u olvidadas, cuando no condenadas a un estado de esclavitud como el sufrido por Malika (Rachida Brakni) en el hogar paterno y tras escapar de él, para evitar su matrimonio indeseado y concertado por su padre a cambio de veinte mil francos. En su huida de la esclavitud, la joven se convierte en una sin techo, hasta que se le acerca un desconocido que se muestra amable, pero que acaba siendo lo contrario. Es miembro de una organización ilegal que la encierra en un caserón aislado donde a base de golpes, drogas y violaciones, la condicionan para hacer de ella alguien manipulable, adicta, aterrorizada, que no tenga la voluntad ni la fuerza necesarias para negarse y huir. De los criminales recibe abusos sexuales y palizas como la que le deja en coma, la agresión presenciada por ese matrimonio que se desentiende. Mas adelante, ya recuperada, Malika narra su historia a Hélène, quien, tras sentir el peso de la culpabilidad, decide cuidarla durante su convalecencia en el hospital. De ese modo, mediante la analepsis, Serreau desvela el pasado de Malika, su tragedia y su fortaleza en un mundo donde ha sobrevivido y que resulta en extremo hostil. Ese entorno más que agresivo, feroz, la obliga a desarrollar recursos con los que poder escapar e ir en busca de su hermana menor, a quien pretende evitar un destino de esclavitud similar al que le aguardaba en Argelia. Hélène escucha la historia de su amiga y, aunque desconoce el dolor y el sufrimiento de una vida como la de Malika, la suya tampoco resulta sencilla ni agradable. Su día a día al lado de alguien como Paul, que la ve como un objeto o una sierva a la que exigir la comida sobre la mesa o la ropa limpia, resulta insoportable e hiriente. Y algo similar apunta la que mantiene con Fabrice, quien parece haber heredado la conducta paterna. Este personaje, y las dos jóvenes con quien mantiene relación, permite a Coline Serreau mostrar otra perspectiva de la juventud, una totalmente acomodada, ajena al compromiso y a la solidaridad. Se trata de una juventud caprichosa, malcriada y centrada en su búsqueda de placer. La cineasta no se anda por las ramas a la hora de denunciar la situación de sus protagonistas femeninas, que empiezan a liberarse cuando sus caminos se cruzan y deciden cuidarse y protegerse mutuamente. Por contra, los personajes masculinos que asoman en la pantalla carecen de aspectos positivos; o son criminales o idiotas, como Fabrice, o egoístas como Paul, quien, de someter, pasa a ser sometido. Es parte de la liberación y venganza expuestas en esta comedia y drama de la realizadora de Planeta verde (1996).



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