lunes, 20 de marzo de 2023

Amador (1965)

A Billy Wilder le molestó sobremanera que, siguiendo la petición de Charles Boyer, Mitchell Leisen no incluyese en Si no amaneciera (Hold Back the Dawn, 1941) la escena de la cucaracha que el guionista centroeuropeo y Charles Brackett habían escrito en su guion. En dicha escena, el personaje de monsieur Boyer paliaba su aburrimiento y su interminable espera hablándole a la cucaracha; pero el actor francés no estaba por la labor de hacer amigos de más de dos patas. Comentó que era una tontería hablarle al insecto, aunque, ¿quién asegura que su negativa no se debió a que temía que la charla dañase su imagen de galán o a que el bicho estuviese perfecto en su papel de cucaracha y le robase protagonismo? Y hasta ahí podía aguantar el señor Wilder, a quien, aparte de no dejarle asistir al rodaje (no era costumbre por entonces que los guionistas estuviesen presentes en el plató), la supresión le dio el empujón que le faltaba para seguir los pasos de Preston Sturges y dar el salto a la dirección. Si alguien tenía derecho a cargarse sus guiones, ese era él, que, aunque no lo supiera entonces, para algo iba a ser el director de El crepúsculo de los dioses (Sunset Boulevard, 1950). Tremenda obra maestra, como tantas otras del cineasta nacido en Galicia; pero no en la Galicia donde esto escribo, sino en la del Imperio que mister Berlanga aludía en sus películas. De cualquier manera habría que aplaudir a Boyer y a Leisen por apurar el paso del Wilder: Uno, dos, tres, ritmo que dejaría para más adelante. Ya en la década de 1950, el por entonces ya prestigioso y exitoso director incluyó entre el elenco de El héroe solitario (The Spirit of Saint Louis, 1957) una mosca que se cuela dentro del avión donde el aviador Charles Lindbergh viaja de Nueva York a París; y el piloto, aprovechando la inesperada compañía, le habla para alejar su soledad. Es de los mejores momentos del film, quizá el único en el que Wilder se vio libre del ojo vigilante del Lindbergh real, y seguro que también habría funcionado la cucaracha en la espléndida Si no amaneciera, como años después, funcionó otra mosca en otra película que nada tiene que ver con el amigo Wilder. Si es coincidencia o influencia carece de importancia, pero la voladora también sirve para destacar el estado de ánimo del protagonista de Amador (1965). En esta ocasión se baña en la taza de leche de Amador (Maurice Ronet), que la salva de ahogarse y ya sobre su mano le habla y comparte con ella su desequilibrio, fruto de la represión sexual, religiosa y moral en la que vive y de la que no sabe cómo escapar.


La escena arriba esbozada pertenece al segundo largometraje de Francisco Regueiro, que fue una coproducción hispano-francesa protagonizada por Maurice Ronet y Amparo Soler Leal. <<Firmé el contrato de mi segunda película, Amador, durante mi estancia en Cannes, donde presenté El buen amor. En aquel momento, Matas entrevió la posibilidad de realizar una coproducción con Francia y así pudimos contar con el actor francés, Maurice Ronet, que acababa de obtener el premio de interpretación en el Festival.>> (1) Pero más que seguir hablando de la mosca y del régimen de coproducción, me interesa señalar otro aspecto del film: que se trata de un retrato psicológico, valiente para la época y no exento de lirismo y humor negro, de la represión sexual y moral en la España del nacionalcatolicismo y del boom turístico, un país entre la tradición más conservadora (y castradora) y la necesidad de liberarse de las cadenas que hacen del protagonista de la película un hombre atrapado en constante intento de fuga. Y más oscura sería de no haber sido por la censura que obligó a Regueiro a rehacer el guion varias veces antes de aprobarlo. Las trabas y el consecuente retraso del rodaje provocaron la primera gran decepción cinematográfica de este grandísimo cineasta al que a veces, incluso quienes presumen de expertos, olvidan incluir entre los más destacados del cine español. <<En Amador lo que se pretendía expresar era un mundo de represión sexual, erótica, y sobre todo religiosa. Recuerdo que cuando estaba agotado de escribir tres veces el guion, el Sr. Fierro, dominico, me dijo que la única manera de poder pasarlo era que ese asesino, una vez hubiera matado, robara. Y tuve que cambiar las motivaciones de tipo religioso y sexual, por motivaciones económicas, casi le convertí en asesino jornalero […] Me quitaron casi todas las voces en “off”, y me obligaron a poner otras absolutamente estúpidas.>> (2) Ese asesino casi jornalero al que se refiere Regueiro es abogado de carrera, de estado soltero y padre de un hijo a quien apenas ve. Amador, el neurótico, aislado y reprimido, se presenta ante nosotros en una iglesia donde acompaña a Ana, la joven que habla del matrimonio que da por hecho. Pero Amador no está por la labor. En una arrebato, quien no permitirá que la mosca se ahogue, apuñala a su novia. Este asesinato no será el último y no se trata de una cuestión de dinero, aunque la censura intentase borrar o disimular el verdadero motivo de que Amador sea un asesino de mujeres. El protagonista también es como un niño asustadizo que teme la oscuridad y alguien que, respecto a la mujer y el orden, siente el miedo que se transforma en horror y en arrebatos de odio que le empujan a apuñalar a Ana en la sombría intimidad de un portal madrileño, a una desconocida en el aseo, a otra en el tren… Por otra parte, piensa en casarse con una rica estadounidense, para heredar (dice su voz en “off”) y siente atracción hacia de Laura (Amparo Soler Leal), la mujer que conoce en el avión que les lleva a Málaga y con quien pasa sus días en la turística Torremolinos. Ella es la única en la que piensa en términos positivos. Le gusta, pero al tiempo continúa desorientado porque padece un desequilibrio que es reflejo del que sufre un entorno asfixiante; como apunta las situaciones que va viviendo y de las que va huyendo y acaba destruyendo.


(1) Francisco Regueiro: Los nuevos cines de España. Ilusiones y desencantos de los años sesenta. Ediciones de la Filmoteca, Valencia, 2003.


(2) Francisco Fegueiro, en Antonio Castro: El cine español en el banquillo. Fernando Torres Editor, Valencia, 1974.

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