viernes, 31 de marzo de 2023

Bienvenidos, o prohibida la entrada a los extraños (1964)

En su última película, Masacre (Ven y mira) (Idi i smotri, 1984), Elem Klimov miraba de cara la crudeza de la guerra, a través de los ojos de un niño, y nos describía la irracionalidad bélica de la que su protagonista es testigo y víctima. Actualmente, es su película más popular, la mejor considerada, pero su obra abarca otros logros. Veinte años antes, en su primer largometraje, Bienvenidos, o prohibida la entrada a los extraños (Dobro pozhalavat, ili postoronnim vkhod vospreshchen, 1964), Klimov ya evidenciaba que era un gran cineasta, con algo propio que contar, de los más transgresores del nuevo cine soviético de los sesenta. Igual que en su excepcional y cruda mirada antibélica, en esta película realizada tras licenciarse en la Escuela de Cine, concede el protagonismo a un niño y con “ojos de niño” mira y se destapa como un cineasta subversivo o, ya idealizando, como el niño que habita en el adulto que decide hacer cine para evidenciar el orden impuesto, el que somete y amenaza cualquier movimiento que transgreda lo establecido.

Y de ese modo, mirando con fantasía, imaginación, desorden y libertad, subvierte el orden ya desde el título, cuando el film se posiciona contra la prohibición y apuesta por dar la bienvenida a la libertad y a la alegría infantil, y contra la rigidez y la disciplina exigidas por la autoridad de la colonia de pioneros donde se desarrolla la película. No cuesta imaginar el espacio de Bienvenidos, o prohibida la entrada a los extraños como metáfora de la Unión Soviética (o de cualquier espacio y sistema cerrados), pues, en ambos casos, en la realidad y en la ficción, la disciplina se impone con el fin de adoctrinar y someter al individuo para crear adeptos y sumisos irracionales del orden. Klimov lo sabe, no quiere ser esclavo, y realiza esta comedia en la que, emulando a Jean Vigo de Cero en conducta (Zéro de conduite, 1933), manda a paseo la rigidez adulta y tira para adelante con tal desenfado, en la narración y en las formas asumidas para expresarla, que no me queda más que disfrutar con anhelo de rebeldía este instante satírico y vitalista <<dedicado a los adultos que fueron niños y a los niños que un día serán adultos>>, y aplaudir la rebeldía de Kostya Inockia (Viktor Kosykh) —el niño protagonista que pasa a la clandestinidad, por hacer caso omiso a las normas y cruzar a nado el río que separa el campamento de un isla vecina—, de sus amigos que lo protegen del director del campamento y del propio Klimov, creador desenfadado, transgresor, adulto, niño…

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