martes, 14 de marzo de 2023

Douro, Faina Fluvial (1931)

Los ríos, fuente de vida, también son vitales en el nacimiento de las ciudades. Originariamente una choza, quizá cabaña, un par tal vez, luego alguna casa de madera, puede ser. Van formando pequeños asentamientos que aumentan cuando la “familia” crece y la necesidad de comunicación y de comercio entran en acción. Los romanos llegan y Portus Cale nace en las proximidades de la desembocadura del río de “ouro” y se transforma con el devenir de los siglos en la ciudad que extiende sus rúas angostas bajo la dominante mirada del castillo en Pena Ventosa, una de las dos fortalezas levantandas durante el reinado de los suevos, una en cada orilla. La del margen izquierdo protegía y la del lado derecho dominaba el puerto. Aún no era tiempo de Teresa y Enrique ni de su vástago Afonso Henriques. Siglos después, en 1931, Vila Nova de Gaia y Porto se miran cara a cara y conectan sus orillas por el Luiz I, rey de los puentes portuenses, que luce su metálica majestuosidad en los primeros compases de la jornada laboral de Douro, Faina Fluvial (1931). El puente libera la comunicación y dispara el tráfico entre ambas riberas del río desde 1886. Apenas queda rastro del colgante Pénsil. Barcos, puerto, ciudad, bestias, maquinaria, hombres, mujeres y niños protagonizan este cortometraje documental silente sobre la desembocadura del Douro y su importancia vital en la cotidianidad humana de Porto, ciudad natal del gran Manoel de Oliveira, quien debutaba en la dirección con este veloz recorrido portuense de apenas diecinueve minutos que precede en el tiempo a otro magnífico debut cinematográfico, documental y fluvial: Gente del Po (Michelangelo Antonioni, 1947). Ambas películas buscan expresar la unidad entre las corrientes de sus ríos protagonistas y la presencia humana, pero donde el portugués realiza una sinfonía portuaria silente, el italiano logra una obra que aúna imágenes y sonidos fluviales que transitan por el Po hacia su destino adriático. Oliveira se queda en Porto para mostrar una frenética jornada laboral en la que los transportes, el comercio, la pesca, los trabajadores… dan forma a ese ritmo laboral que solo abandona las orillas del Duero por un breve instante, cuando la cámara recorre calles estrechas, tejados y fachadas en las que las sábanas y otras ropas tendidas saludan al transeúnte anónimo o conocido mientras secan al sol.






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