martes, 7 de marzo de 2023

Lucky (2016)

<<Y qué decir del gran Harry Dean. Uno de los tíos más geniales del mundo y yo le quiero a rabiar. Podría estar horas y horas en su compañía porque todo lo que sale de él es natural, no hay fingimiento, no hay chorradas, todo es hermoso, y encima es una persona de lo más bondadosa y afable. Tiene un punto melancólico, Harry Dean, y también tiene su punto espiritual. Él no está para meditaciones; su manera de meditar, dice, es la vida. Y, por si fuera poco, canta bien. Una tal Sophie Hunter hizo un documental sobre él titulado Party Fiction y corre por ahí un tráiler con imágenes de Harry Dean en su casa con un amigo suyo tocando la guitarra. Harry Dean está recostado en un sofá y lo primero que se ve es un primer plano de su cara, y en esa cara ocurren cosas. Está cantando “Everybody’s Talkin”, aquella canción que popularizó Harry Nilsson, y cuando lo vi se me saltaban las lágrimas; la manera que tiene de cantarla es, uf, absolutamente increíble. Me cuesta creer que ya no esté entre nosotros…>> Así recuerda David Lynch en un momento puntual del libro Espacio para soñar a Harry Dean Stanton, uno de los actores que más veces trabajó con él. Harry Dean es el protagonista absoluto de Lucky (John Carroll Lynch, 2016), una película sobre la existencia y un emotivo encuentro/despedida cinematográfico entre Harry Dean y algunos amigos, entre ellos el propio David Lynch, que da vida a Howard, el hombre que añora su galápago.

<<En su rostro ocurren cosas>>, cierto. En Lucky esas cosas suman una existencia que en su rostro se dibuja cercana, serena, asustada, reflexiva, resignada. En Harry Dean se descubren las arrugas de sus noventa años de vida y el miedo que confiesa a Loretta (Yvonne Huff Lee), el que despierta la cercanía de la muerte y su certeza de que no habrá nada. Lucky/Stanton lo sabe, le asusta, lo acepta; comprende que el fin llega para él igual que llega para todos. <<Nada es permanente>>, dice. Según se plantee, la realidad temporal humana —un minuto más de vida es un minuto menos que resta para la muerte— puede sonar terrible o aceptarse como nuestro discurrir natural; incluso hay quien lo interpreta como un tránsito hacia otros lares. Este no es el caso de Lucky, que asume y acepta que no somos antes ni después, que somos en la brevedad existencial que quizá sintamos infinita, aunque seamos conscientes de que algún día se acabará. Es durante ese instante, que separa la nada posterior y la inexistencia anterior, cuando suceden cosas; incluso cuando cada día parece igual y todo semejante inamovible. Y sin embargo, todo avanza, aunque sea a paso de ese galápago que asoma al final de este primer film dirigido por el actor John Carroll Lynch —sin ningún lazo familiar con David Lynch.

La cotidianidad de Lucky, fumador empedernido, rebelde, libre, filósofo de cafetería y barra de bar, aficionado a las palabras y a la música —su versión de “Volver” en el cumpleaños al que le invitan es un emotivo regalo de Harry Dean para los asistentes y para el público—, se repite ante nosotros sin aparentes variaciones, salvo en las conversaciones. No obstante en su mente sucede algo; <<ocurren cosas>>. Aunque no escuchemos su pensamiento, Lucky se pregunta y cuestiona, en su rostro se dibujan las preguntas y las respuestas; ahí sucede mucho. Acepta que <<venimos solos y nos vamos solos>>, no duda que todo regresa a la inexistencia que abandona durante el instante de su existencia. Ese es el milagro, el más grande, existir en el tiempo que principia y concluye, en el que nos soñamos infinitos, sin el antes y el después de nosotros. Lucky lo comprende y decide tomarse “la nada” <<con una sonrisa>> de resignación ante lo inevitable, de esa verdad universal de la que habla, pero también es una sonrisa por existir en ese suspiro fuera de la ausencia absoluta a la que los vivos estamos destinados.



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