Dudo que en la actualidad de los países llamados desarrollados pueda hacerse una vida en la calle; no me refiero a verse condenado a vivir sin hogar, sino a crecer y convivir en una cotidianidad vecinal donde el vecindario es mucho más que la imagen con la que cruzarse de camino al trabajo o al centro comercial. Me refiero a vidas en la calle en las que la calle sea centro de reunión, comunión e incluso desunión; calles donde los niños juegan sin preocuparse del tráfico ni de la televisión ni de otras tecnologías como los teléfonos móviles; calles en las que las ventanas hablan a través de una vecina o vecino que asoma y le comenta a los de al lado o de enfrente, a viva voz, alguna circunstancia o novedad que llamó su atención; calles en las que las personas se detienen a charlar, sin prisa, concediendo importancia a sus relaciones humanas, y chismorreos incluidos; calles que son testigos de comunidades, cuando estas tenían un sentido más profundo que las reuniones de vecinos en la que se lee el orden del día. Calles así todavía permanecen en la memoria de muchos, igual que se encuentran en no pocas películas rodadas en distintos lugares, lo cual apunta que las relaciones callejeras adquirían gran importancia en el día a día de las personas, indistintamente de la nacionalidad o de la procedencia. Hay numerosos ejemplos cinematográficos, desde Charles Chaplin, cuyo personaje principal no deja de vagar por las calles en busca del amor y de la solidaridad que apenas asoman, hasta Yasujiro Ozu y sus historias de vecindario y de familia, pasando por King Vidor, que había realizado en La calle (The Street, 1931) un alarde cinematográfico y también comunitario. Años después, también lo haría Edgar Neville en Mi calle (1960) y hacia mediados de la década de 1950 Vittorio De Sica en el episodio protagonizado por Sofía Loren en El oro de Nápoles (L’oro di Napoli, 1954). Ese mismo año que De Sica, Carlo Lizziani recreaba en Crónica de los pobres amantes (Cronache di poveri amanti, 1954) una calle también repleta de personajes pintorescos e inolvidables…
Habitan en la memoria de Mario (Gabriele Tinti), el narrador que sitúa la acción en la vía del Corno, en Florencia, mediada la década de 1920, cuando el fascismo se impone en el país y el antifascismo, representado en pantalla, sobre todo, por los militantes comunistas Ugo (Marcello Mastroianni) y Corrado (Adolfo Consolini), acaba siendo perseguido. Pero, a pesar de que la voz pueda resultar nostálgica, no se trata de un film nostálgico propiamente dicho; al menos no del modo que pueda resultarlo el de Neville, cuyo narrador remite a los recuerdos de infancia del propio director. El de Vidor es otra historia, pues el cineasta estadounidense busca en su adaptación de la obra teatral de Elmer Rice hacer del espacio callejero y vecinal un lugar cinematográfico, eje del propio film. En todo caso, los títulos nombrados poseen un carácter y un encanto humanistas. El centro de atención son las personas, las cuales, tal como apunta De Sica en su película, son el oro del lugar; son quienes dan brillo (y también sombra) al espacio que ocupan, construyen y destruyen sin apenas darse cuenta de estar haciéndolo. Se llama cotidianidad y ese mismo día a día lo presenta Mario en la distancia desde la que habla y recuerda cuando se trasladó a la calle del Corno, para estar más cerca de Bianca (Eva Vanicek), su novia; y donde conoció a Milena (Antonella Lualdi), la mujer de la que se enamoró, y a otros personajes para él ya inolvidables. Lizziani, que colaboró en el guion también firmado por Sergio Amidei, uno de los principales protagonistas del neorrealismo de posguerra, Giuseppe Daguino y Massimo Mida, adaptaba a la gran pantalla la novela de Vasco Pratolini y lo hizo introduciendo un tono cercano, valiéndose de la voz del narrador que evoca en tiempo presente, y la calle obrera donde, aparte de los rostros humanos, el costumbrismo y la vecindad, se descubren el amor, las diferencias sociales y el enfrentamiento ideológico entre fuerzas opuestas que chocan más allá del escenario principal, un lugar sospechoso para los camisas negras, pues se trata de una calle proletaria en el centro mismo de la bella ciudad a las orillas del Arno…
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