miércoles, 12 de marzo de 2025

Cuando ruge la marabunta (1954)

Byron Haskin es un cineasta por el que siento simpatía desde niño, cuando, mediada la década de 1980, lo descubrí en un ciclo de cine fantástico y de ciencia ficción en el Aula de Cultura de la localidad donde nací. Allí pude disfrutar de La guerra de los mundos (The War of the Worlds, 1953) por primera vez y de otras fantasías de cine más allá de la invasión extraterrestre propuesta por él y por su colega George Pal, que ejerció de productor. Aquellas mañanas de los sábados, sin levantarme de mi asiento, dejaba volar la imaginación, condicionada por las imágenes de la gran pantalla, y viajaba con el hijo del trapero miles de leguas en submarino y me enfrentaba a gigantescas criaturas de inexistencia literaria en una isla misteriosa. Tal vez fue allí donde descubrí por primera vez las posibilidades de Verne y de Wells, lejos de Wells y de Verne; no sabría decirlo. Pero sí guardo imágenes nítidas de aquellos momentos cinematográficos y de aquella invasión de cine que no es la película que más me gusta de Haskin. Esta llegaría más adelante, en una aventura que se desarrolla en la selva, paisaje tórrido, exuberante, primitivo, aunque era más que eso. La aventura que prima en Cuando ruge la marabunta (The Naked Jungle, 1954) es la atracción entre una mujer y un hombre que despiertan al deseo y a la pasión, no sin antes enfrentarse en una guerra abierta que desvela la inseguridad del segundo y la seguridad y superioridad sexual e intelectual de la primera, aunque aquel esconde sorpresas como su gusto por los libros, de los que reniega por vergüenza, quizá porque sienta que su afición por la poesía ponga en entredicho su virilidad y la imagen de tipo duro que se ha forjado, la del paisano hecho a sí mismo, que presume de haber construido un imperio con sus propias manos en una lucha titánica con la naturaleza.

Tal enfrentamiento altera el orden natural, del mismo modo que la presencia del occidental en la selva trastoca la vida y las costumbres de los nativos, a los que presume “civilizar”. Mas la naturaleza siempre se encuentra al acecho, atenta ante cualquier posibilidad de recuperar lo que le pertenece y derrotar al aventurero, ya terrateniente y señor temporal de cuando existe en un radio inabarcable para la vista humana. La historia propuesta por Haskin, inspirada en el relato de Carl Stephenson Leiningen contra las hormigas, cuyo guion corresponde a Philip Yordan, Ranald MacDougall y Ben Maddow (no acreditado), se centra en esa pasión desatada, no en pocos momentos reprimida, de dos cuerpos y mentes que, inicialmente desconocidos entre sí, chocan tras unirse mediante el matrimonio por poderes que a Joanna (Eleanor Parker) la lleva hasta las posesiones de Christopher Leiningen (Charlton Heston), un tipo de apariencia ruda, pero que se descubre inseguro ante ella. Christopher desea un futuro heredero para su reino y Joanna nada deja atrás, solo la rutina que no le colma y que posiblemente le recuerde a su anterior marido. Su viudez disgusta a su nuevo esposo, pues le recuerda que ha estado con otro hombre, lo que implica una experiencia sexual que él no posee. De ahí, su miedo. Como cualquier temor, el que marca al personaje nace en su interior; de su inseguridad ante la presencia de una mujer hermosa, culta, elegante, experimentada. ¿Teme el ridículo? ¿El no estar a la altura del hombre que la mujer con quien se ha casado pueda esperar? ¿O vive obsesionado con su virilidad, con su supremacía, con ser el primero en todo? Lo cierto es que ante ella duda, ignora cómo actuar y busca los defectos que puedan hacerle sentir que está por encima, pero no los encuentra; en todo caso, lo dicho, no sabe lidiar con la excitación y la atracción que la presencia femenina implica. Le seduce sin que ella haga nada más que ser sí misma; de modo que solo puede acusarla de ser viuda, acusación que nace de miedos propios; es decir, señala que ha tenido experiencias con otro hombre y ella le responde con aquello de que un piano usado suena mejor que uno nuevo, sin experiencia musical previa, a la espera de manos que sepan afinar las tecla. Por cierto, lo olvidaba, algo hay en Cuando ruge la marabunta de hormigas guerreras que devoran cuanta vida hay a su paso. Asoman en el último tercio de la película, cuando ya la lucha más titánica se ha decantado por el equilibrio entre dos polos opuestos que, una vez rotas las distancias y liberados de la represión masculina, dan rienda suelta a su atracción, al deseo sexual y a la admiración mutua…



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