viernes, 21 de marzo de 2025

Rincones sin esquinas (video musical)

No era la primera vez que un cantante protagonizaba una película musical, antes ya lo había hecho, por ejemplo, Bing Crosby, pero la idea del productor David Weisbart en Ámame tiernamente (Love Me Tender, Richard D. Webb, 1956) y, sobre todo, de Hal B. Wallis a partir de Loving You (Hal Kanter, 1957) de hacer de Elvis Presley un género musical-cinematográfico en sí marcó una nueva tendencia en las películas protagonizadas por estrellas musicales. La idea partía de que la mítica de la estrella de turno primase sobre todo lo demás, salvo excepciones, claro; como en el caso de Elvis puedan ser El barrio contra mí (King Creole, Michael Curtiz, 1958) o Estrella de fuego (Flaming Star, Don Siegel, 1960). En la “tardía” Charro (Charro!, Charles Marquis Warren, 1968) se intenta un cambio de rumbo que no cuaja, ya que su personaje Jess Wade siempre es Elvis y Elvis nunca llega a ser Jess Wade. Esta serie de películas, treinta y una desde 1956 a 1969, con Elvis de protagonista marcaron el camino a otros; igual que, más adelante, el cine de estrellas musicales entró en una nueva fase con Richard Lester y The Beatles. En España, este tipo de cine se intentó adaptar a la situación del país, es decir, a lo que exigía la censura y a lo que podía venderse en el mercado interior. Había estrellas musicales, por ejemplo Manolo Escobar y Raphael, quien era más pop o yeyé que aquel, que, en su momento, fueron dos de los reclamos más rentables de la pantalla española, como también lo pudieron ser Joselito y Marisol (Pepa Flores), y mucho antes Imperio Argentina, Lola Flores o Concha Piquer. Pero estas cantantes serían asiduas de un tipo de cine llamado folclórico, que difiere del cine tipo “elvis” que persiguen las producciones con Raphael de protagonista. El cantante linarense pudo contar en los tres primeros films que protagonizó con un director de primer orden, Mario Camus, que buscaba sobrevivir en una profesión que exigía prostituir la creatividad y dar prioridad exclusiva a la taquilla; más adelante, sería Vicente Escribá quien lo dirigiría en otras tres producciones musicales que artísticamente no aportan novedad alguna. En su prioridad económica, nada ha cambiado desde entonces ni desde antes en la industria cinematográfica. Como cantaba Julio Iglesias, La vida sigue igual y este fue el título de la película que en 1969 dirigió Eugenio Martín y que protagonizó el propio cantante, y ex-portero del Castilla o Real Madrid B, que acababa de triunfar en el Festival de Benidorm. En ese momento, Julio Iglesias apuntaba a lo que luego llegó a ser: una gran estrella y un producto de consumo de masas. Por aquella época, Juan Pardo y Junior protagonizaban a las “órdenes” de Pedro Olea Juan y Junior en un mundo diferente (1968) y otro cantante, el gallego Andrés do Barro, protagonizaba En la red de mi canción (Mariano Ozores, 1971), en la que suenan varios de los temas del cantante ferrolano, entre los que se cuentan O tren, canción con la que logró estar en lo alto de las listas de países como Italia, todo un hito el alcanzado por un joven que había decidió cantar en su idioma materno… Do Barro solo protagonizó esa película y, como la de Olea, fue una de las rodadas en Santiago de Compostela. El film se inicia con el cantante ferrolano y su grupo sobre una camioneta que recorre la plaza del Obradoiro, la del Toral y dos calles míticas de la zona vieja compostelana, la rúa do Villar y la rúa Nova… durante su recorrido suena el tema que da título a esta película que, coprotagonizada por Concha Velasco, fue una de las muchas que vi para escribir un libro sobre Santiago en el cine. Pero el resultado de aquella idea primigenia fue Rincones sin esquinas, un libro muy distinto al que inicialmente me propuse, pues, ya desde el momento que me senté frente a la primera página en blanco, lo sentí como algo más que páginas escritas. En ese instante, se inició un viaje por la memoria, la historia, la leyenda y el olvido, un recorrido más íntimo que compostelano, una mezcla de pensamiento, memoria, historia(s) y fantasía, en la que la ciudad es y no es precisamente porque existe entre la realidad y la irrealidad de quien la piensa (y narrada) y quien, al aceptar su lectura y el dejarse llevar por ella, puede descubrir la propia al mismo tiempo que aquel la suya…

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