lunes, 24 de marzo de 2025

La noche de los generales (1966)


   Igual que en manos de John Ford, Howard Hawks, Raoul Walsh, William A. Wellman, Anthony Mann, Budd Boetticher y otros, el western depara mucho más que una repetitiva película de vaqueros, el cine bélico puede ser más que una de soldados (en guerra) en manos de cineastas como, por ejemplo, David Lean en El puente sobre el río Kwai (The Bridge on the River Kwai, 1958), donde, entre otros temas, aborda la enajenación en la difusa frontera entre el deber y la obsesión. Esa locura transitoria, en el personaje de Alex Guinness, conduce a la obsesión o, tal vez, esta lleve a aquella, pero lo cierto es que el coronel es un hombre obsesivo que no ceja en su empeño, aunque para llevarlo a cabo vaya contra los intereses bélicos que su uniforme representa y deba sacrificar a todos sus hombres. En cierto modo, el Lawrence de Arabia interpretado por Peter O’Toole en el siguiente film de Lean es similar al oficial británico prisionero de los japoneses, pues también Lawrence se descubre como alguien a contracorriente que se mueve por una idea que le depara su toque de locura. O en ambos casos, ¿la locura ya habita con anterioridad al conflicto bélico? ¿O surge a raíz de su contacto con la guerra? Las dos producciones toman características del cine bélico, se sitúan en la Segunda y la Primera Guerra Mundial, respectivamente, para conceder el protagonismo a individuos en lucha consigo mismos. Pero no son bélicos propiamente dicho, sino que toman el marco bélico para introducir en él un todo humano que remite a esos personajes que viven en la obsesión y la locura transitoria de creerse elegidos para la gloria... La guerra no es gloriosa, pero sí lugar para enajenados, obsesivos, compulsivos que persiguen una idea o se dejan arrastrar por ella, como le sucede al mayor Grau en La noche de los generales (The Night of the Generals, 1966), cuya búsqueda del culpable se convierte en su obsesión vital. A pesar de tratarse de un tipo cuerdo y lúcido, Grau ya no puede dejar de perseguir su fantasma y, en este aspecto, es un enajenado, un obsesivo como apunta en el presente su amigo el inspector Morand (Philippe Noiret), el único personaje que, junto a la pareja de enamorados, el cabo  Hartmann (Tom Courtenay) y Ulrike (Joanna Petter), no padece la fiebre bélica, aunque sufran sus consecuencias, pues de la locura bélica nadie queda fuera. Con relación a esto, La noche de los generales presenta al menos dos tipos de locura: la del totalitarismo representada en el general Tanz (Peter O’Toole) y la de la justicia burlada en Grau (Omar Sharif).


Como productor, Sam Spiegel buscaba en esta coproducción franco-británica emular el éxito de taquilla y de crítica alcanzados en su asociación con Lean en El puente sobre el río Kwai y Lawrence de Arabia (Lawrence of Arabia, 1962), pero Lean no estaba disponible; así que, para lograrlo, se asoció con Anatole Litvak, un cineasta veterano con experiencia en el cine bélico y también de intriga, que es la mezcla aparente de esta intriga que tiene de antagonistas a Peter O’Toole y Omar Sharif. Maurice Jarre compuso, la fotografía fue Henri Decae y el diseño corrió a cargo de Alexandre Trauner, así que la cosa prometía y más en manos de un director competente como Litvak, por entonces ya veterano en eso llamado cine. Aunque ni discursiva ni cinematográficamente se encuentre a la altura de las dirigidas por Lean, La noche de los generales tiene sus momentos y estos deparan algunas de ideas que la acercan a lo planteado por Chaplin durante el juicio de Monsieur Verdoux (1947). Emulando al personaje de Chaplin, el mayor Grau contesta al inspector Morel, cuando este le dice que <<creía que matar era su ocupación habitual>>, en alusión a los generales que el oficial investiga, que <<lo que a gran escala se admira como una hazaña, a escala reducida es monstruoso. Y así como se conceden medallas a quienes matan en masa, la justicia castiga a quienes matan… al por menor>>.


Litvak realizó una película sin apenas altibajos que se desarrolla entre el presente y el pasado bélico, que es el marco temporal donde se crea y desarrolla tanto la intriga policial como la locura bélica durante la ocupación alemana de Polonia y Francia. La primera parte del film se ubica en Varsovia, en 1942, donde el asesinato de una mujer, prostituta y agente alemana, acuchillada un centenar de veces, sobre todo en los órganos genitales, reclama una investigación militar que se le encarga al mayor Grau. Su investigación apunta hacia tres generales, lo que le supone un riesgo, ya que el estatus de los sospechosos aconseja echar tierra sobre el caso. Pero, como apunto arriba, Grau es un hombre obsesionado con la idea de que la justicia prevalezca en un tiempo donde brilla por su ausencia o en el que se desvela su inexistencia, pues resulta a capricho humano, de los intereses que dominen en ese instante. El mayor quiere atrapar al asesino para demostrarle que su condición de general no lo coloca por enigma de todo. La intriga es lo menos interesante del film, en realidad, lo interesante se encuentra en las ideas que se exponen en los encuentros entre Morand y Grau, entre quienes nace la complicidad, la admiración y el respeto mutuo, y la amistad en un periodo cuya ambigüedad queda, de algún modo, reflejada en la película que corre paralela a la “pacificación” de Varsovia, acción que le encargan al maniaco y maniático general Tanz, el desembarco de Normandía y el complot del 20 de julio de 1944 que ya había sido expuesto en la pantalla por Georg Wilhelm Pabst en Sucedió el 20 de julio (Es geschah am 20. Juli, 1955) y volvería a asomar décadas después en Valkyria (Bryan Singer, 2008)… respecto al cual Grau, tras escuchar los rumores que le da a conocer Morand, le comenta a su amigo francés: <<Cuando las cosas iban bien, a los generales les gustaba la guerra tanto como a Hitler. Ahora que estamos perdiendo, quieren salvar el pellejo>>, lo que apunta, ya no la lucidez del oficial, sino la ambigüedad militarista y bélica…



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