La historia(s), la fantasía, la memoria, la cotidianidad, las ciudades y los pueblos se encuentran repletas de personajes reales e inventados, algunos respiran, otros inspiran, unos pocos son leyenda y ya tantos olvido. Luis Buñuel es otro de los mitos que se resiste al olvido. Habita entre la realidad de quien pudo ser, los estudios acerca de su obra, en sus películas y en la evocación que se hace de su idea. ¿Quién fue? En parte, una invención de sí mismo y un misterio, tal vez incluso para él. En todo caso, Él es otro de los que asoman por las páginas de Rincones sin esquinas. Pero, al contrario que sus dos peregrinos de La vía láctea (La Voie Lactée, 1969), visitó Santiago de Compostela y paseó la plaza del Obradoiro, donde luce la fachada barroca que se aprecia en la imagen y que protege el Pórtico de la Gloria, una de las obras cumbres del románico y uno de los espacios evocados en el libro. La plaza y la catedral compostelanas son las (supuestas e inalcanzables) metas de los caminantes ideados por el cineasta y por Jean-Claude Carrière. El camino transitado por la pareja peregrina no es solo espacial, ni dan sus pasos en tiempo presente, sino que avanzan o retroceden por sendas oníricas y misteriosas. Ya desde sus inicios cinematográficos y surrealistas, Buñuel rompe las cadenas temporales y usuales narrativas para dar rienda suelta a su rebeldía humanista y al misterio existencial, a encuentros imposibles, a lo ilógico y a las preguntas que carecen de respuestas concretas…
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