Mikio Naruse, Keisuke Kinoshita y Kenji Mizoguchi son tres de los grandes cineastas japoneses que pusieron a la mujer en el centro de muchas de sus películas, no pocas de las cuales contaron con el protagonismo de Kinuyo Tanaka, quien seguro aprendió de ellos y tomó nota para más adelante, cuando debutó en la dirección en Cartas de amor (Koibumi, 1953) y se convirtió en una espléndida cineasta. En A la deriva (Nagareru, 1956), la actriz y, por entonces, ya directora da vida a Rike, que al inicio de la película se presenta en la casa de geishas de Otsuta (Isuzu Yamada) solicitando el empleo de criada. Ella es una de las mujeres en el cine de Naruse, una de las personas que viven el drama de ser mujer en una época y en un lugar que reducen sus oportunidades y las limita a lo poco que les dejan ser. El suyo parece más limitado si cabe, condenada a permanecer en un segundo plano. Pero, al contrario que las otras, muestra una sonrisa serena. Tal vez se deba a la experiencia o a que, para ella, las opciones se reducen todavía más que para el resto. En todo caso, su silencio y su rostro parecen indicar que la vida y la pérdida le han enseñado y obligado a resignarse. La juventud le queda a la espalda, y tal vez nunca pudiese disfrutarla. Tiene cuarenta y cinco años, es viuda y su hijo ha muerto. Ahora se ve obligada a buscar trabajo, carece de más experiencia que no sea la doméstica. Ha sufrido, pero nada en su comportamiento ni en sus gestos lo atestigua. Calla, vive para adentro, sin embargo no tenemos acceso a su pensamiento. ¿Qué piensa? ¿Por qué se muestra sumisa? Rike, a la que Otsuta cambia el nombre para hacerlo más cómodo para ella, es una mujer que ha sufrido, pero, sobre todo, es la imagen de la mujer sacrificada, la del ama de casa que se entrega al cuidado de otros, al de su familia, en ese presente lo sería Otsuta, su hija Katsuyo (Hideko Takamine) y el resto de moradoras de la casa…
Rike no protesta al perder su nombre, pues ella sabe quien es, tampoco piensa en ella misma. Su entrega es encomiable, pero también desvela la situación de las mujeres japonesas de mediana edad en la década de 1950. Lo curioso del personaje, y uno de los aciertos de Naruse y también de la interpretación de Tanaka es hacer que la presencia de Rike pase desapercibida, al menos a primera vista, como si solo fuese testigo del drama del resto. Sin embargo, ella vive su propio drama, al tempo que asume el de las demás sin entrometerse, pero siempre entregándose. Son pocas las opciones que se les presentan a las mujeres de mediana edad; tampoco son muchas más las que encuentra alguien joven como Katsuyo, quien no piensa seguir los pasos de su madre, a quien ama sin reserva y con quien vive el drama, tal vez imposibilidad, de ser mujer en A la deriva, un espléndido film en el que Naruse adapta la novela de Aya Kôda, cuyo guion corrió a cargo de Toshirô Ide y Sumie Tanaka, y consigue un melodrama femenino ejemplar, a la vez crudo y sereno, que no rehuye la crítica ni le niega humanidad a los personajes. No los fuerza, tampoco apura la situación que las desborda, pero en la que mantienen el tipo; incluso asoma la rebeldía en Katsuyo, que busca abrirse un camino que no sea el señalado de antemano por su condición femenina. ¿Cuáles son las oportunidades para ella y para tantas más? ¿Ser geishas, amas de casa, criadas o moneda de cambio en matrimonios convenidos por terceros? Las heroínas de A la deriva lo son porque encaran su cotidianidad con dignidad, intentando salir adelante en un entorno de obstáculos y de mezquindad, no toda representada en los personajes masculinos, sino también en otras mujeres, tal que Otoyo (Natsuko Kahara), la hermana mayor de Otsuta, Las moradoras de la casa de geishas de Otsuta son mujeres sin hombres, jóvenes como Katsuyo, distinta al resto de las habitantes del hogar, en realidad cada una de ellas es diferente al resto, lo que amplía el abanico de retratos femeninos que, en buena medida, explican la situación de la mujer en el Japón de la mitad del siglo XX, mujeres como Rike o como Otsuta, una geisha con problemas económicos porque ha hipotecado su casa a su hermanastra; lo ha hecho por amor a un hombre que no corresponde su generosidad ni sus sentimientos…
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