¿Aire fresco en el cine de animación hecho en Hollywood? Lo dudo, pues los chistes y las situaciones se repiten y se adaptan al uso y gusto de la época en la que se rueda y se estrena esta entretenida aventura animada que toma los personajes creados por William Steig y, sin disimulo, bebe de películas previas como Lady Halcón (Ladyhawke, Richard Donner, 1985), La princesa prometida (The Princess Bride, Rob Reiner, 1986) y La bella y la bestia (Beauty and the Best, Kirk Wise y Gary Trousdale, 1991), adaptación de la obra de Jeanne-Marie Laprince en versión Disney, y, evidentemente, de los cuentos de hadas que no pone en duda ni pretende rehacer. En esto acierta, ya que pretende su propia historia y su final feliz, que luego se prolongase en sucesiva secuelas y videojuegos no se debe a la necesidad de los felizmente enamorados, sino a los productores del asunto, pues, en cualquier lejano país de fantasía, se sabe que los empresarios aspiran a ser más ricos que el rey Midas. Por lo que fuera, tal vez porque resulta difícil fallar cuando se aúna animación, humor, aceptación del orden imperante y lo que se dice buenos sentimientos, Shrek (Andrew Adamson y Vicky Jenson, 2001) cayó simpático, también el ogro que le da título, Asno y Fiona, e incluso el supuesto villano de la función, que no deja de ser alguien acomplejado, debido a su físico, que persigue el sueño de ser rey, aunque no del tipo Elvis o del estilo Pelé. La personajes, sus relaciones, su simpatía y sus diálogos fueron del agrado popular y esto deparó el éxito de taquilla y la posibilidad de una franquicia entre las que se cuelan las películas con el gato con botas, felino que en este primer film de la saga brilla por su ausencia. En todo caso, no voy a detenerme en estas producciones posteriores, salvo que la razón de su existencia es obvia y que siguen bebiendo de otras películas y cuentos; por ejemplo, Shrek 2 (Andrew Adamson, Kelly Asbury y Conrad Vernon, 2004) de Los padres de ella (Meet the Parents, Jay Roach, 2000). Contando entre sus guionistas con Ted Elliott y Terry Rossio, que ya habían participado en un primer acercamiento al personaje Shrek en 1996, la propuesta de mezclar cine de colegas, película de carretera, aventura, comedia y fantasía infantil funcionan en su sencillez, pues sus responsables no buscan complicaciones y toman referencias conocidas (y que demostraron su gancho comercial entre el público) para crear una aventura que sigue las pautas de los “géneros” que asume. Por ejemplo, del cine de colegas, a lo Límite 48 horas (48 Hrs., Walter Hill, 1982), toma el choque de contrarios, la relación que se inicia desde el rechazo inicial y concluye en la amistad inquebrantable. De las películas de carretera, el aprendizaje que se desarrolla a lo largo del viaje y de la fantasía los personajes y la magia que siempre se supone a lo lejano, en este caso a un reino muy lejano donde Shrek ha de rescatar a la princesa de la película para recuperar su ciénaga y su tranquilidad. Aparentemente, el ogro lo hace por intereses egoístas, pero, como él mismo advierte, tiene capas y, bajo ellas, late alguien sensible que sufre el rechazo que le genera su aspecto físico; en esto no difiere tanto del villano, aunque sí en su modo de llevarlo. Shrek se aísla del mundo, rechazando todo tipo de relación, como apuntan los carteles de prohibiciones y de advertencia que coloca en sus posesiones. En ese aspecto, el del aislamiento y las consecuencias que implica, Shrek es la víctima a quien Asno y Fiona salvan de convertirse en lo que se entiende por un verdadero ogro, aunque su naturaleza bastante cristalina, a pesar de las capas de las que habla, tiende a puro angelical…
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