Ignoro dónde y cuándo aparece la idea y se origina la inspiración en la vida y en el arte, sobre todo consciente de que ya son tantas las existencias y las obras artísticas que lo original corre el riesgo de perderse en el olvido y que algo posterior asuma serlo sin que lo sea. Pero lo que parece quedar claro es que originariamente somos a partir de lo que otros fueron, vivieron y trasmitieron, ya fuesen nuestros padres y madres, abuelas, algún vecino u otros personajes de nuestras vidas, ficticios o reales. Nos hacemos y somos en el rechazo y en la aceptación o asimilación de lo ya existente. La luz de nuestro pensamiento se hace ahí y solo desde ahí, la base que nos legan e intentan inculcarnos, sin pensar que algún día construyamos un universo mental propio, se puede avanzar, pues sin una superficie sobre la que pisar y dar los primeros pasos se antoja imposible dar los siguientes. De algo de esto escribo en mi libro “Rincones sin esquinas”, por donde asoman hombres y mujeres anónimos y con nombre para la historia en su paso evocado por Santiago de Compostela. Algunos, me han influido e inspirado sin yo saberlo, otros de modo consciente y los hay que ni lo primero ni lo segundo. Arturo Fernández, también el escritor madrileño Alejandro Pérez Lugín, cuya novela “La casa de la Troya” leí pasados los cuarenta, son de los que no; aunque esta circunstancia no les resta ni implica que no hayan influenciado o servido de modelo para otros. En la que adaptación cinematográfica que Rafael Gil realiza de la novela de Perez Lugín, filmada en 1959 y la última de las cuatro producidas hasta la fecha, el actor asturiano da vida a Gerardo, el protagonista.
El título “La casa de la Troya” hace referencia a la pensión de estudiantes universitarios que apenas estuvo abierta durante dos décadas en la compostelana rúa de la Troya. La casa es museo desde 1993, pero unas nueve décadas atrás todavía abría sus puertas, y supongo que también las cerraba tras las noches de “troula”, a jóvenes como Lugín, cuando este vino a estudiar Derecho a la ciudad, una carrera que, por aquel entonces, estudiaba (casi) todo hijo de vecino que tuviese posibilidad de cursar estudios universitarios. ¿Por qué esa moda de la abogacía? ¿Era signo de su burguesía o de la necesidad de acusadores y defensores en un país en el que los ataques y contraataques eran más frecuentes que rezar el rosario o el acudir a las tasca de la esquina? Supongo que Lugín no llegaría a Santiago por gusto y sí a disgusto, que es la misma sensación de su personaje, pero también, como aquel, cambiaría de opinión al conocer la localidad arrinconada en el extremo noroccidental de la península ibérica y en el suroeste de Europa, posiciones geográficas y relativas, si uno las sitúa en la deriva temporal y tectónica, de una ciudad pétrea, pero viva, que recrea y cobra vida en su novela más famosa, en la que detalla costumbres de la época y en la que ensalza a Rosalía, poetisa que sí me ha influenciado y que también es otra de las evocaciones que salpican las páginas de “Rincones sin esquinas”…
La casa de la Troya, enlaces a los comentarios de tres adaptaciones:
https://vadevagos.blogspot.com/2019/04/la-casa-de-la-troya-1924.html?m=1
https://vadevagos.blogspot.com/2021/10/la-casa-de-la-troya-1948.html?m=1
https://vadevagos.blogspot.com/2021/11/la-casa-de-la-troya-1959.html?m=1
Rincones sin esquinas, en Amazon:
https://www.amazon.es/Rincones-sin-esquinas-Antonio-Pardines/dp/B0DW4D4MRP
No hay comentarios:
Publicar un comentario